Por Guillermo Almeyra | La Jornada
Regeneración, 1 de marzo de 2015.-¿El programa electoral de Syriza fue traicionado en nombre del realismo político o el gobierno tuvo que hacer una retirada táctica medida para lograr unos meses de tregua que le permitieran asentarse? Para responder a esta pregunta es indispensable tener claro qué es Syriza y cuál es el nivel de conciencia política de los electores que apoyan a ese partido y hay que huir de las afirmaciones impresionistas de los periódicos de derecha o de ultraizquierda (todos los cuales coinciden en sustentar la tesis de la traición) y leer cuidadosamente los documentos del gobierno griego y lo resuelto por el Eurogrupo.
Empecemos por este punto, para no pedirle una política revolucionaria a un grupo que no lo es o, por el contrario, para no caer en la idealización del grupo de honestos reformistas nacional-populares que pretenden seguir la senda desastrosa intentada en Italia en 1956 por Togliatti-Berlinguer (el comunismo nacional que ambicionaba participar en un gobierno de unidad nacional).
Alexis Tsipras encabezó el Synapismos, partido eurocomunista griego y, aunque en Syriza existe una fuerte minoría anticapitalista y revolucionaria, su partido no se declara anticapitalista sino que busca reformas al capitalismo en Grecia y en Europa, funciona verticalmente mediante el decisionismo de un pequeño grupo de dirigentes, más que socialista es radical-democrático avanzado y no pretende liderar a los trabajadores de todo tipo contra el capitalismo y los capitalistas sino al “pueblo’’, a los pobres, contra la dictadura de la Troika, encabezada por Alemania y los pocos muy ricos de la oligarquía naviera griega.
El electorado de Syriza votaba hasta hace poco al Pasok (la socialdemocracia griega) del cual fue incluso ministro el economista y teórico de Syriza, Yanis Varoufakis, o a la derecha neoliberal (Neademocracia). Esos electores no quieren una revolución anticapitalista y temen incluso la salida del euro y la ruptura con la Unión Europea y con Alemania, en particular, hacia donde van muchos griegos desocupados y que aporta gran cantidad de turistas al país.
Por eso, aunque algunos como Manolis Glezos –que nunca hizo un análisis clasista– sufrieron una decepción con el acuerdo con la Unión Europea y hablan de que todo sigue igual, disfrazado sólo con otras palabras, la gran mayoría de su electorado sigue dando su apoyo a Syriza (que, sin embargo, se cuida mucho de consultarlo y movilizarlo).
La realidad es que Syriza para ganar un préstamo-puente y cuatro meses de tiempo hizo concesiones importantes, como el reconocimiento de la deuda, que es impagable, y de las resoluciones de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo (la famosa Troika hoy bautizada instituciones). Pero, al mismo tiempo, no firmó la exigencia de un crecimiento imposible de 4 por ciento –que quedó reducido a un 1.5 por ciento igualmente imposible–, eliminó todas las frases odiosas a la soberanía griega en la redacción del documento y metió incluso el principio de una renta básica para los ciudadanos entre 50 y 65 años para mantenerlos en el mercado.
La alternativa hubiera sido nacionalizar sin pago los bancos, cambiar la moneda y devaluarla para licuar la deuda externa y suplir en parte la caída del nivel de vida con la autogestión en las empresas, el cierre de las importaciones no prescindibles, el recurso al trueque y al trabajo cooperativo esperando el aumento de la competitividad –debida la devaluación– de las mercancías y servicios de Grecia y el aumento del turismo. Pero ni Syriza ni su electorado creen posible tal camino alternativo y anticapitalista ni hay tampoco en Europa o en cualquier otra parte del mundo grandes movimientos anticapitalistas que podrían darle apoyo solidario.
Tsipras, por tanto, en la difícil relación de fuerzas existente, consiguió una doble y frágil tregua: con el Eurogrupo, mediante la división del gobierno alemán entre el conciliante canciller y el durísimo ministro de Finanzas, pero también con su propio partido y con el pueblo griego (en el que la izquierda de Syriza y el Partido Comnista de Grecia (KKE) aumentarán sus críticas pero no ofrecen una alternativa).
¿Cómo y para qué utilizará el poco tiempo obtenido así pateando la pelota hacia adelante hasta junio próximo? Esa es otra cuestión.
En mi opinión, pese a todas las limitaciones de Syriza y de Tsipras y a su utópico y reaccionario togliattismo, hay que hacer todo lo posible para ayudar al gobierno griego a salir del paso y a subsistir, mientras crea nuevas grietas en el frente de los gobiernos y busca apoyos financieros alternativos (¿China, Rusia?). Un desarrollo en el Estado español de la cuestión nacional catalana y vasca, una derrota de Mariano Rajoy en Andalucía, el desarrollo del ambiguo Podemos que amenaza el gobierno de las clases dominantes, serían acontecimientos que podrían frenar el deslizamiento hacia la derecha en el resto de Europa y estimular las condiciones para un movimiento democrático radical de masas, contra la corrupción y la derecha, al estilo de las abortadas –por el momento– primaveras árabes (que a su vez fueron fruto tardío del 1848 europeo y del 1968 francés), movimiento democrático plebeyo en cuyo seno podría reorganizarse y crecer la maltrecha izquierda socialista.
El capitalismo llevó a la humanidad de vuelta a un nuevo siglo XIX, el de la explotación sin límites, la miseria masiva, la ignorancia. El movimiento obrero y el socialismo salieron, en el pasado, de la izquierda democrática radical, en la que se fortalecieron y de la cual debieron después diferenciarse. Con ella hoy hay que actuar, didáctica y fraternalmente, sin identificarse con sus límites e ilusiones, tratando de hacerla avanzar paso a paso hacia las conclusiones de sus políticas más resueltas. Las transformaciones sociales profundas no son obra de los esclarecidos sino de la gente común a la que la realidad de la crisis educa, cambia y organiza.