Annie Ernaux ganó el premio Nobel de Literatura 2022 a los 82 años de edad; su literatura está trazada por la intimidad y el significado de la condición femenina
RegeneraciónMx.– Annie Ernaux (1940) entiende su escritura como quien blande con minucia la acción de un cuchillo, como una manera de ajustar cuentas y hacer que la literatura nombre con precisión inefable y cortante lo real inmediato y su contraparte social. Su literatura es obra pues de un escalpelo acorde a los modos en que una observación descarnada del propio yo alterna con el análisis de vidas olvidadas que nadie parece observar ni asistir.
Si bien su literatura parte, a comienzos de su carrera, por textos de ficción, su obra última revisita más abiertamente su propia vida, a la vez que focaliza en “registros de vida”, como quien arma un archivo de “estallidos de realidad” propios en consonancia con otras detonaciones de realidad en el vasto campo de las denominadas “vidas mudas”.
Annie Ernaux es la escritora que acciona sobre una doble valencia: cómo registrar el acontecimiento de lo real y, a la vez, como volver esa escritura un acontecimiento; en ese doble juego de registro e imantación de hechos a través de la literatura, sucesos y personas salidos de lo real vuelven inigualable su proyecto representacional, ya sea “narrando” el duelo de una madre, un aborto o bien la meditada auscultación de la vida de los “nadies.
Ernaux produce literatura y, a su vez, reflexiona sobre los medios y los límites del lenguaje en la apropiación de lo real circundante: “En el metro, un muchacho y una chica se hablan con violencia y se acarician alternativamente como si no hubiese nadie alrededor de ellos. Pero es falso: de vez en cuando levantan la vista y miran a los demás pasajeros de modo desafiante. Impresión terrible. Yo me digo a mí misma que la literatura es eso para mí”.
Ernaux es la cronista que, como un juez que analiza con rigor y sequedad soberanas, intenta captar lo infinitesimal de lo cotidiano, operando sobre el círculo de lo más íntimo y, en lo social, en el espacio liminar que es la periferia urbana como topos ejemplar de múltiples turbulencias existenciales.
Cada gesto recuperado para la memoria y, en su galvanización escrituraria, los modos parcos de Ernaux, como si de una escritora púdica se tratase, consiste en rechazar la gran Historia y rescatar el día a día perdido y poco recuperado: Ernaux fusiona, en un proyecto literario de vasto alcance, la notación de su propio yo y del conjunto de muchos yo desgranados, solitarios y marginados en el complejo ensamblado de lo social.
La literatura de Ernaux viene a llenar un blanco al confundirse con una humanidad que, sin nombre, ni carnadura de personaje ni psicologismos, nace de la captación de la realidad: heredera de Flaubert quien sostenía que todo objeto visto más de cinco minutos es motivo de atención, Ernaux es la garante de una literatura que, tildada de testimonial y de documental (o propia de un neonaturalismo), desde principios del milenio, ha obtenido un interés creciente poniendo a la luz en particular un feminismo sin alharacas.