Por Miguel Martín Felipe
RegeneracionMx, 2 de julio de 2023.- Se ha hablado en este mismo espacio de la caterva de adolescentes que crecieron prácticamente juntos dentro de un contexto urbano en la Argentina de mediados de siglo bajo el ala de Litto Nebbia y zarparon en La balsa para forjar la historia del rock nacional. Sin embargo, en el interior del país, se vivía una realidad distinta, como la que le tocó a Raúl Alberto Antonio Gieco, quien nació en la provincia de Santa Fe en 1951.
La obra de este veterano cantautor tiene una naturaleza costumbrista y de lucha social. Tuvo la oportunidad de vivir sus primeros 7 años en un contexto totalmente rural, durante el cual considera que vivió una felicidad que ya jamás pudo recuperar, pues con la mudanza al pueblo cercano, Cañada Rosquín, debido a la insatisfacción de su padre con la vida de granja; se sumergió en una realidad distinta marcada por carencias que debió solventar trabajando desde muy pequeño.
Fue por esa misma época cuando casi inconscientemente compró su primera guitarra, y sus influencias musicales lo llevaron poco a poco hacia un camino sin retorno dentro de la historia de la música popular argentina.
Ya dentro de la escena musical, el hijo de un empresario que lo contrató lo nombró ‘León, el rey de las bestias’ cuando Gieco arruinó el equipo de audio en una presentación de su grupo primigenio Los Moscos, al conectarlo mal. La naciente estrella adoptó este nombre con agrado y lo convirtió en parte de su mística como músico y luchador social.
Hoy, en Cinco historias, cinco canciones, nos asomaremos a la prolífica obra de León Gieco, tal vez la figura más equiparable a los artistas folk de protesta dentro de Latinoamérica. Siempre comprometido con el pueblo y muchas veces acusado de oficialista por su cercanía con los regímenes de corte social. Gieco se ha mantenido vigente de manera muy respetable y no para de producir música o incluso cine. Desmenucemos entonces parte de su inmensa obra a través de estas cinco piezas seleccionadas.
Hombres de hierro
«Hombres de hierro que no escuchan la voz. Hombres de hierro que no escuchan el grito. Gente que avanza se puede matar, pero los pensamientos quedarán»
Durante los años 60, León Gieco se alimentaba de las influencias convencionales del rock en inglés e interpretaba esas piezas con Los Moscos, al tiempo que también se instruía en el folclor del interior, Desde la distancia escuchó durante toda su adolescencia a Litto Nebbia, Spinetta, Charly y Gustavo Santaolalla. A sus 18 años, principiando los 70, viajó a Buenos Aires y pudo trabar amistad con aquellas leyendas. Hasta entonces se había limitado a interpretar covers, pero hubo un suceso que hizo detonar la creatividad de León como compositor.
Desde el 67, andando por Cañada Rosquín, había escuchado un sencillo que le pareció mágico, que era Mr. Tambourine Man interpretado por The Byrds. Aquellas Rickenbacker repiqueteando y las enervantes armonías vocales de Roger McGuinn y David Crosby maravillaron al sensible ‘pibe’ del interior. Cuando en el 71 escuchó la misma canción en una tienda de Buenos Aires, no solo le ofrecieron el sencillo, sino también el disco The Freewheelin’ Bob Dylan, aduciendo que le encantaría escuchar al autor original de la canción en cuestión y así fue.
Alguno de sus conocidos con quien comentaba acerca de la maravilla de lírica y composición que representaba la obra de Dylan, le ofreció prestarle un soporte para armónica como el que usaba el bardo de Minnesota para tocar simultáneamente con la guitarra. Desde que León se lo calzó, comenzó a acompañar Blowin’ in the Wind con la armónica en La. Lo que sobrevino a ese momento de explosión estética fue la resolución de Gieco a componer su primera canción.
El propio León afirma que esta pieza es «un afano; un robo a mano armada de Blowin’ in the wind». Sin duda la estructura de la canción, el ritmo y la instrumentación son exactamente iguales. Y aunque la letra se nota altamente influenciada por la de Dylan, hay un cierto sabor a poesía melancólica, dado que alude a un acontecimiento funesto llamado el ‘Mendozazo’, un hecho de represión policial acaecido en la ciudad de Mendoza en abril de 1972; los pobladores protestaban contra la inverosímil alza al servicio de luz. El saldo fue de varios heridos y tres muertos.
Solo bastaron la guitarra acústica, la armónica y una voz que desde entonces se destacó por ser armoniosa y gallarda; justamente el componente que hacía falta en aquel primigenio caldo de cultivo llamado rock argentino.
Familia rodante
«Saquemos una foto para dar una señal de que estamos vivos y aún vamos por más.
Somos como una gran familia que rueda. Rueda y rueda para sacarse las penas de un gran corazón que palpita por viajar…»
Las décadas fueron pasando y consolidaron a León Gieco como un artista siempre comprometido con las causas sociales. Se podría decir que pasó de ser un músico anti bélico a un férreo combatiente contra el neoliberalismo. Muchos le han criticado su cercanía con los gobiernos de corte social y consideran que es una contradicción viniendo de un artista identificado como anti sistema. Gieco sufrió en carne propia encarcelamientos, censura y amenazas desde los tiempos de la Triple A, el ala anticomunista del peronismo encabezada por el esoterista José López Rega, pasando por la dictadura militar, así que, el ser arropado por el oficialismo resulta en una suerte de compensación. Esto le ha permitido ser considerado como un portavoz de la cultura argentina y cuasi embajador de la misma a nivel mundial.
Sin embargo, otra faceta de León como compositor es el costumbrismo. Su obra está repleta de retratos bucólicos que evocan imágenes de su infancia, la cual es a la vez la de muchos latinoamericanos que vivieron la migración campo-ciudad durante la segunda mitad del siglo XX.
El disco Por favor, perdón y gracias de 2005 balancea perfectamente estas dos facetas, pues contiene algunas canciones que aluden a hechos concretos de represión o injusticia como El ángel de la bicicleta, Santa Tejerina o Yo soy Juan; mientras que, por otro lado, contiene también piezas que reflexionan sobre la situación social del país como Al atardecer y Los Guardianes de Mujica. Asimismo, contiene algunas de esas ventanas hacia escenas entrañables y de diversiones populares sin pretensión alguna, tales como La carnada y Familia rodante, la pieza que ahora nos ocupa.
La canción fue compuesta para hacer de banda sonora en una película homónima de 2004 dirigida por Pablo Trapero, que trata sobre las vicisitudes que pasa una familia cruzando el país a bordo de una vieja casa rodante con dirección al norte, en la frontera con Brasil, todo para cumplir con el compromiso de la abuela de 84 años, que debe amadrinar en su boda a una sobrina a la que ni siquiera conoce. Suceden tantas cosas durante el viaje, que al final, la fiesta es lo menos relevante. Calor, amoríos, dolores de muela, traiciones e inocencia infantil; todo se conjunta en una caótica odisea que los 12 ocupantes de la fiel y desvencijada Chevrolet Viking 1958 viven con intensidad.
Si bien pudiera parecer en primera instancia que solo fue grabada por encargo, la forma en que está tratado el arquetipo de la familia que sale toda junta de paseo, encaja perfectamente en la realidad de muchos que nos sentimos identificados e incluso la podemos convertir en un himno para acompañar nuestros viajes en familia que nunca dejan de estar plagados de sorpresas y vivencias atesorables, al grado de recordarlos muchas veces con una nostalgia que con los años se vuelve una losa cada vez más pesada.
Musicalmente, esta pieza goza de las mieles de una producción exquisita por parte del propio León junto con Luis Gurevich. La atmósfera es una conjunción muy bien lograda de country estadounidense con música folclórica argentina. La presencia de violines y un delicioso acordeón, mandolinas, bombo y guitarras acústicas se siente en todo momento arropando a la voz de León que se regodea en las escenas de camaradería e intimidad que vive una familia como la de cualquiera de nosotros cuando se embarca en un viaje iniciático del que nunca regresamos siendo los mismos.
Para Pete
«Contestaré tu carta cuanto antes en canción, para que vuele lejos con las golondrinas de este invierno.
Canta con tu país por Chile y Uruguay y en cualquier momento, quizás por allá, la enseñanza del tiempo te hizo desaprender»
Después de los éxitos cosechados por León en los discos 4.º L. P. (1979) y Pensar en nada (1981), sobrevino en el músico una especie de vacío por insatisfacción on un toque de soberbia, lo cual a su vez devino en un bloqueo creativo paliado con noches de alcohol. El sello Music Hall exigía una nueva placa -otro éxito, a ser posible- para continuar con la racha ganadora. Sin embargo, El bloqueo continuaba y León parecía hundirse cada vez más, por lo que la discográfica tuvo a bien asignarle a Gustavo Santaolalla, quien era su amigo de años, para producir el próximo disco.
La idea inicial era traer al estudio de grabaciones a distintos músicos tradicionales de toda la Argentina para hacer distintos ensambles con León, en honor a lo cual, el disco tendría por nombre De Ushuaia a La Quiaca, por representar dentro de lo posible una variedad de manifestaciones folclóricas abarcando desde el norte hasta el sur del país. Sin embargo, en algún punto prefirieron grabar in situ a los ejecutantes y mejor aprovisionarse de todo el equipamiento técnico posible, como una unidad móvil de grabación e incluso un generador eléctrico para alimentar el aparataje, que, estaría aislado a 200m de distancia para evitar que su ruido ensuciara la grabación.
La producción del álbum, que fue publicado en tres volúmenes inicialmente en años distintos, contenía en el primero una pieza que da cuenta del punto de inflexión que León experimentó a partir de 1984, ya que en ese año fue invitado al Festival de la Nueva Canción realizado en Ecuador, donde alternó con Silvio Rodríguez, Oscar Chávez, Tania Libertad y otros artistas identificados con la izquierda. Un invitado ilustre a aquella fiesta era Pete Seeger, el músico neoyorquino fundador del folk de protesta sindicalista junto con Woody Guthrie, a su vez temprano mentor de Bob Dylan. Seeger se mostró maravillado ante la petición de los organizadores de cerrar con Solo le pido a Dios, por lo que entabló conversación con Gieco y quiso saber el contenido de la letra.
La pieza en cuestión incluida en De Ushuaia a la Quiaca, donde alterna con canciones tradicionales y algunas otras composiciones nuevas, da cuenta de una carta que Seeger envió a Gieco en 1985, donde decía que le había escrito a dos direcciones y esperaba que al menos en una de las dos la recibiera. Seeger rememoraba el gran impacto que le generó ver cómo todo el público coreaba las canciones de León en Quito cuando se conocieron. También le planteaba la idea de poder tocar juntos en los Estados Unidos, para lo cual le pedía hacerle llegar sus letras con antelación para traducirlas y distribuirlas entre los asistentes, ya que decía contar con muy buenos traductores. Finalmente se despide cariñosamente con un «Perdón. No habla español».
El cenit de esta gran amistad se dio en un magno concierto realizado en el teatro Ópera en agosto de 1989 acompañado de otros rockeros argentinos de la época, que quedó registrado en el correspondiente álbum, el cual, sin embargo, no contiene la versión en vivo de la pieza que en esta ocasión nos ocupa, y que fue utilizada por León para presentar, antes de su arribo al escenario, al también mentor espiritual de Bruce Springsteen, quien le dedicó un disco tributo en 2006 llamado We shall overcome: The Seeger sessions.
Para Pete es una canción llena de calidez que trasluce el sueño de la América unida en hermandad, pues incluso se atisba un guiño a la obra de Eduardo Galeano (uno de los autores favoritos de León) con la frase: «Guitarra que me quiebra, gusta de sonar por esta vena abierta». Resulta en un testimonio del encuentro entre dos hermanos unidos por la música, comprometidos con las causas sociales, combatientes de la guerra y también del voraz capitalismo como cínico fabricante de pobres. Hilar versos conmovedores dentro de una escala de Mi mayor fue una forma memorable de refrendar la amistad que nació de una manera muy natural. La instrumentación es sencilla, pues son solo guitarras, bajo y batería. Si somos estrictos, la producción suena un tanto descuidada, ya que no presenta la pulcritud que suele distinguir a los trabajos de Santaolalla. Pese a ello, esta es sin duda una hermosa creación que encaja perfectamente con los sentimientos que pretende transmitir y queda como eterno homenaje a un trovador contestatario de los que ya no se ven tan seguido.
Ella
«Viendo fotos viejas me dio de llorar; fue niña un día y yo no lo sabía. Tanto elemento para un solo viaje. Un minuto en sus brazos, cuánto daría.
Ya no lloro. Ella es parte del camino»
En 2011, cuando León Gieco cumplía 60 años, y venía de trabajar con diversos artistas en los últimos años e incluso hacer un documental llamado Mundo Alas, donde reivindicaba la valía y el talento de las personas con discapacidad. Así que, como vemos, Gieco se ha involucrado en cuanta causa social le ha sido posible. Como ya se dijo, no se quedó anclado solo en el anti belicismo, que caracterizó a Bob Dylan y a otros artistas durante un cierto periodo para luego desbandarse hacia otros derroteros alejados de la lucha social.
Fue pues, en ese mismo 2011 cuando León Gieco decidió realizar un disco que en parte estaría dedicado a un evento sin precedentes: la reconversión en abril del 2008 de la Escuela de Mecánica de la Armada, mejor conocida como Liceo Naval, en el Espacio de la Memoria, todo ello con fines de homenaje a los desaparecidos durante el periodo de la dictadura militar. Este esfuerzo fue encabezado por la famosa Hebe de Bonafini, activista y cabeza visible del colectivo Madres de Plaza de Mayo. Tomando en cuenta el emplazamiento que en otro tiempo fuera un centro clandestino de detención donde los disidentes del régimen sufrieron todo tipo de vejaciones, y que se trata de instalaciones navales, muchos nombraron a este evento como ‘el desembarco de las madres de Plaza de Mayo’. Por ello, León rendía también su particular tributo a la lucha de este emblemático colectivo y nombraba su disco como El desembarco.
La producción de esta placa tuvo ciertas particularidades. Se grabó en los estudios Ocean Way en California, donde también llegaron a grabar glorias como Eric Clapton, Michael Jackson, The Rolling Stones o The Beach Boys. No se trató de una grabación digital, sino de una en cinta multipista, como se grabaron todos los grandes discos del rock clásico. Asimismo, León logró contar con el querido y legendario baterista Jimmy Keltner, quien recientemente fue reconocido como el sexto Traveling Wilbury tras participar en ambos discos del supergrupo en 1988 y 1990. Igualmente estuvo presente en múltiples discos de Harrison, Clapton, Petty, Lynne y Dylan, así como en el mítico concierto de aniversario de este último (1992) y en el no menos importante concierto para Bangladesh (1971). Y debe ser que estoy desarrollando un oído de rockero viejo, pero la verdad es que sí distingo el estilo de Keltner en el disco.
Al ser una placa que representaba al artista mirando hacia atrás sobre La colina de la vida, no extraña que nos entregue una pieza como Ella, en claro y sentido homenaje a su madre, Elda Pautasso de Gieco, fallecida en su natal Cañada Rosquín a los 77 años en agosto de 2008. Fue una pérdida muy sensible para León, pues recuerda que su madre siempre estuvo al pendiente de él y lo alentó para convertirse en el artista que es ahora, pues se mostró segura de que así sería desde que lo ataviaba de gaucho para cantar y bailar las chacareras (canciones tradicionales) en el pueblo hasta sus primeros conciertos como solista.
Ella trasluce la ternura de un adiós íntimo y a la vez reflexiona sobre un duelo que parece superado y está en vías de convertirse en una evocación luminosa y alegre. La cadencia de la batería predomina junto con el acordeón. La voz de un viejo León Gieco que no pierde la enjundia mantiene igualmente su mismo color de siempre, aunque por momentos se nota tremolante debido al sentimiento desbordado. Cualquiera que la haga suya al relacionarla con vivencias personales, queda disculpado por derramar alguna lágrima al cantarla.
Solo le pido a Dios
«Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente, que es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente»
1978 fue un año muy convulso para la Argentina. Se vivía de lleno la dictadura militar con Jorge Rafael Videla al mando de la junta que se había instaurado tras el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón en 1976. Fue precisamente bajo el mandato de Videla que se vivió el paradójico acontecimiento de celebrar un mundial de fútbol en territorio nacional y salir campeones, una cuestión que obviamente fue aprovechada por el régimen para congraciarse con el pueblo a través de propaganda.
Fue en ese mismo año donde se vivía una tensión entre Argentina y Chile, ambos gobernados dictatorialmente por regímenes que habían ascendido al poder por medio de un golpe de Estado. Más allá de las discrepancias históricas, se habla de una labor de instigación por parte del gobierno estadounidense a través de agentes de la CIA infiltrados en ambos bandos. Asimismo, la fabricación de conflictos y enemigos externos suele siempre ser un sello de las dictaduras militares de corte fascista, puesto que les resulta muy conveniente para construir o refrendar una noción de nacionalismo a modo entre la población.
Todo esto se vivía mientras Gieco, preocupado, probaba melodías al azar con guitarra y armónica en Cañada Rosquín acompañado de su padre. Fue así que, al encontrar una melodía agradable al oído, plasmó sobre ella su sentir con respecto al clima que se vivía en la posible guerra que se avecinaba, así como el calvario de quienes habían optado por el exilio en el extranjero al temer por su integridad bajo el régimen de la junta militar.
Solo le pido a Dios se convirtió en un himno que León registró en el álbum nombrado sin mayores pretensiones como 4.º L. P. La canción le supuso problemas desde ese tiempo, ya que fue detenido y llevado ante militares que le propinaron un regaño acompañado de censura, pues le dijeron que no podía estar “cantando una canción de paz en tiempos de guerra”. Así pues, durante al menos dos años dejó de sonar en la radio. Sin embargo, la fuerza de la letra y la contundente melodía a base de guitarra, armónica y un tímido acordeón en segundo plano, hizo que esta pieza se fuera abriendo paso a través de la historia y se colocara como una de las mejores de todos los tiempos en la música argentina.
Fue esta canción la que encendió la llama de la amistad con Pete Seeger y que maravilló al propio trovador laborista. Ha sido versionada en distintas lenguas, incluso originarias. Igualmente circula por redes sociales un interesante cover realizado por Bruce Springsteen, quien reconoce en Gieco lo mismo que Seeger: a un trovador incansable, combativo, sensible y congruente.
Siempre adelante, viejo León.
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