Los 43, en vez de difuminarse en el transcurso de las semanas y los meses, han encarnado y se hacen más presentes en la vida del país. Están sembrados en nuestra memoria y allí germinan, y nacerán de nuevo cuando la verdad vea la luz. En cuanto a los vendepatrias, fabuladores, narcos, encubridores y asesinos, beneficiarios de la impunidad, chambones de la simulación y la hipocresía, señoritos de las concesiones y los contratos, terminarán en el bote. Más tarde que temprano
Sabemos que ustedes lo cometieron porque había coordinación de control, comando y comunicaciones entre las fuerzas militares y policiales de los tres niveles destacadas en esa ciudad. Sabemos que ustedes sabían los movimientos precisos de los chavos de Ayotzinapa desde que éstos salieron de Tixtla. Que ustedes estuvieron al tanto, a cada instante, de las ráfagas disparadas a autobuses repletos de muchachos normalistas y hasta de futbolistas; de los insultos y las burlas, de los golpes, de los gritos, de los charcos de sangre, de la tortura, del desollamiento y de las capturas. Nos dejaron tres cadáveres en las calles y decenas de heridos abandonados a su suerte y se llevaron vivos a 43. Lo que no sabemos, hasta ahora, es qué les hicieron ni dónde los tienen.
Tampoco sabemos bien a bien por qué ni para qué cometieron ustedes semejantes crímenes. ¿Para escarmentar a jóvenes dignos situados en esa encrucijada de educación pública y campo, cosas ambas que ustedes detestan? ¿Para poner un hasta aquí a la irreverencia popular que se contrapone a la insolencia oligárquica de ustedes? ¿Para cumplir un pacto secreto de mutua protección con sus socios, los exportadores de goma de opio?
Lo que nos queda claro es que en las horas posteriores a la atrocidad ustedes pensaron como piensan siempre: que los muertos y los desaparecidos eran unos pelados, unos muertos de hambre, unos indios de la prole que no iban a importarle a nadie y que el país –ya no digamos el mundo– se iba a quedar contento con la explicación de que aquello era un incidente menor y un asunto local.Que el gobierno de Guerrero asuma sus responsabilidades
, dijeron. Como si ustedes no supieran que las responsabilidades de combatir a la delincuencia y preservar el orden público corresponden a los tres niveles de gobierno. Como si no tuvieran la menor idea de que en esa región la droga fluye a raudales en las narices de su C4, de sus cámaras de vigilancia, de su Cisen, de su PGR, de sus cuarteles militares y de sus destacamentos de Policía Federal.
Pero se equivocaron. El agravio sí importó y fue sentido en carne propia por millones de otros proles, de otros indios pelados, y recorrió el país y llenó las calles y las plazas, y junto con él cundió la convicción de que la barbarie no obedecía a la mera acción de un alcalde enloquecido y cooptado por la delincuencia, sino que involucraba, necesariamente, a las esferas superiores del poder público. Entonces ustedes, muy diligentes, aparecieron en escena y formularon propósitos de justicia y esclarecimiento. Un figurín desmejorado apareció secretando lágrimas de cocodrilo por lo que hubiera podido ocurrir a los jóvenes y por el dolor y la zozobra que afectaba –que afecta– a los familiares. Y con sus conocidas muecas de Supermán institucional tomaron la investigación en sus manos.
No los movía el propósito de esclarecer los hechos, sino el de ocultar su propia participación en ellos. A continuación nos ofrecieron unos chivos expiatorios: la renuncia del gobernador, la captura del alcalde y su mujer y la presentación de un puñado de infelices seguramente torturados que se prestaron a recitar lo que ustedes les pusieron en el teleprompter: que de parte del narcohabían capturado a los normalistas faltantes, que los habían llevado a un basurero, que allí los habían asesinado y quemado hasta reducirlos a unos pedazos de huesos renegridos –así, chiquitos
– y que posteriormente habían recogido los restos de la parrillada, los habían metido en unas bolsas de plástico y las habían arrojado al río cercano.
Verdad histórica, asunto resuelto. Ya podían ustedes, muy quitados de la pena, seguir disfrutando las mansiones que se han comprado con dinero del pueblo; ya podían largarse a sus giras dispendiosas a no sé qué confines del planeta para arreglar sus negocios particulares; ya podían retomar su empeño en construir un México más poderoso, grandioso y glorioso, para que el país les guardara agradecimiento eterno. Oigan, ¿pero qué les pasa? ¿Dónde quedó su vieja capacidad para aparentar decencia?
Pero esa movida tampoco les salió bien. Gracias a ella nos quedó claro que si ustedes recurrían a tales fabricaciones truculentas era porque tenían la conciencia más sucia que el basurero de Cocula. Las inconsistencias internas de su relato terrorífico y la falta de correspondencia entre éste y la realidad eran tan vastas y evidentes que a leguas podía detectarse la fabricación de una mentira histórica.
Además, los pelados, los proles, los muertos de hambre de Ayotzinapa habían tenido la sagacidad de pedir la colaboración de expertos internacionales –los forenses argentinos y los expertos independientes– que han cuestionado en forma sistemática y contundente las coartadas de un gobierno que ya no sabe cómo eludir sus propias culpas y han dejado al descubierto que ustedes, además de perpetrar un ataque homicida contra civiles desarmados, han estado ocultando y destruyendo pruebas, desviando la investigación, obstruyendo la justicia, encubriéndose a sí mismos.
Su apuesta principal ha sido ganar tiempo. Ustedes han estado apostando a lo largo de todo este año a enterrar a sus víctimas –los asesinados y los desaparecidos– en la tumba del olvido colectivo, la frivolidad y la insensibilidad. El león cree que todos son de su condición
, dice el refrán que les viene como cosido por un sastre. Resulta que la sociedad mexicana tiene reflejos de empatía y humanidad que para ustedes son tan desconocidos como las tripas de un extraterrestre, y que en vez de olvidar ha estado ejercitando todo este tiempo el músculo de la memoria.
Ultimadamente, se trata también de un ejercicio de supervivencia. Tras cientos de masacres sedimentadas –Aguas Blancas, Acteal, Atenco, Villas de Salvárcar, San Fernando, Tlatlaya y tantas otras–, con la atrocidad de Iguala ya no pudimos dar la espalda al hecho de que ustedes están más que dispuestos a tomar nuestras vidas y a causar nuestras muertes para aceitar sus negocios turbios de tierras, aeropuertos, carreteras, petróleo o drogas.
Por eso, a contrapelo de lo que a ustedes les gustaría, los 43, en vez de difuminarse en el transcurso de las semanas y de los meses, han encarnado y se han hecho más presentes en la vida del país. Están sembrados en nuestra memoria y allí germinan, como en una matriz, y nacerán de nuevo cuando la verdad vea la luz.
En cuanto a ustedes, vendepatrias, fabuladores, narcos, encubridores y asesinos, beneficiarios de la impunidad, chambones de la simulación y la hipocresía, señoritos de las concesiones y los contratos, terminarán en el bote. Más tarde que temprano.
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