Paradójicamente las zonas contaminadas están ahora más verdes y con más animales que antes de la catástrofe. Los expertos indican que esto se debe a que, en los últimos 30 años, no han sufrido la acción del hombre.
Regeneración, 26 de abril del 2016.-Hace 30 años, el 26 de abril de 1986, una explosión en el cuarto reactor de la central de Chernóbil durante unos ensayos provocó el mayor accidente nuclear de la historia.
Se calcula que la cantidad de radiación liberada a la atmósfera fue cien veces mayor que la de las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas.
El balance de víctimas directas fue de 31 muertos. Sin embargo, se calcula que entre 4.000 y 41.000 personas murieron por enfermedades producidas por la fuerte radiación a la que se vieron expuestas.
Con motivo del trigésimo aniversario de la tragedia se ha organizado una conferencia en París. Preguntamos al embajador de Ucrania en Francia, Oleh Shamshur, sobre las obras del nuevo sarcófago y del nuevo arco de protección del reactor.
“Se espera que las obras terminen en 2017, pero por supuesto hay que descontaminar el contenido del sarcófago. Esto llevará algo más de tiempo. Si no me equivoco se espera que las obras concluyan en 2023”.
Tras el desastre nuclear miles de personas fueron evacuadas, pero muchas volvieron a sus hogares meses después, desafiando a la radiación. Algunos, incluso, comen los alimentos que cultivan en sus huertas.
“Hay poblaciones que viven en las zonas contaminadas porque no podemos desplazar a ocho millones de personas. Y, en realidad, es bastante aleatorio, incluso en la zona de treinta kilómetros alrededor de la central hay lugares que, en principio, son habitables. El problema es que para sanear las condiciones de vida de la población hace falta una inversión enorme”, explica la investigadora de la universidad de Caen, Galina Ackerman.
Paradójicamente las zonas contaminadas están ahora más verdes y con más animales que antes de la catástrofe. Los expertos indican que esto se debe a que, en los últimos 30 años, no han sufrido la acción del hombre.
“Después de Chernóbil no podemos mirar de la misma forma los alimentos, los jardines o los bosques. Y, al mismo tiempo, todo parece que está igual que cuando ocurrió el accidente. Físicamente no ha cambiado nada. Es efecto muy raro, como una esquizofrenia por una contaminación que no se ve, pero que se sabe que está ahí. Efectos que podrían producirse, pero que son diferidos, y todo está presente. La mayoría de los habitantes de las zonas contaminadas dicen: ‘¿pero por qué han cerrado? ¿por qué han colocado alambre de espinas? ¿por qué nos han reubicado si podíamos vivir aquí muy bien?”, dice el sociólogo Frédérick Lemarchand.
Muchos vuelven a sus antiguos pueblos una vez al año.
“Es algo muy simbólico ver que la gente vuelve, que lo hace una vez al año durante las fiestas de Pascua, y, ¿a dónde va? A los cementerios. Los cementerios son la única cosa viva que queda”, indica Oksana Pashlovska, de la universidad de La Sapienza de Roma.
Aproximadamente 800 personas viven en la zona más radioactivas, dentro del área de 30 kilómetros alrededor de la central. La esperanza de vida no supera los 45 o 50 años.
(Agencia)