Por Octavio Rodríguez Araujo | La Jornada
Regeneración, 19 de marzo de 2015.-Confieso que no me preocupa decir, si acaso, lo que ya dijeron otros en este y otros diarios. La expulsión de Carmen Aristegui, y primero, de sus colaboradores inmediatos, no puede aceptarse por omisión o explícitamente. Es mi amiga, y aunque no lo fuera, igualmente defendería lo que representa y ha representado en el mundo de la información en este país cada vez más deteriorado.
Detrás de MVS se perciben las huellas de la mano presidencial en contra de la libertad de expresión. ¿Es algo que tendría que probar? De ninguna manera, pues es mi opinión, y gracias a La Jornada gozo de libertad para expresarla, lujo que no podía darme en otros medios en los que colaboré en el pasado. La sección en la que escribo se llama precisamente opinión, y aunque trato en general de respaldar mis afirmaciones quizá no siempre lo logro, pero esta tarea, no siempre fácil, se la dejo a esa otra parte de mí que se llama vida académica. En ésta trato de ser objetivo e imparcial, sin que por ello me obligue a ser neutro (no creo en la neutralidad). Por fortuna en la UNAM existe también la libertad de expresión, de cátedra y de investigación, pilares –por cierto– de su autonomía.
El pecado de Carmen, valga la figura, ha sido hacer periodismo de investigación que, como bien se sabe, no es igual a la reproducción textual o parafraseada de los boletines que pretenden generar noticias. Éstos también son y deben formar parte de las informaciones, pero un buen periodista es quien convierte en noticia tanto lo dicho u omitido por alguien como lo que hizo o dejó de hacer ante determinada circunstancia de interés general o de un sector de la población o incluso del poder. Las denuncias, por cierto, forman parte de las noticias, y sobre todo si son sobre quienes ejercen el gobierno, o sus parientes. Obviamente los movimientos sociales también ameritan información y es claro que no todos los medios los dan a conocer, y varios de ellos, cuando lo hacen, escogen por lo general la parte más amarillista de lo acontecido, entre otras razones para desprestigiarlos por los daños que causan, igual por una manifestación que por tomas de carreteras, casetas o puentes (salvo cuando son del PAN o del PRI).
Una de las cualidades de Carmen, razón por la que es querida y respetada por millones de mexicanos, es su valentía para investigar dichos y hechos en principio sobre aquellos bajo sospecha de no ser transparentes y legales. Ella y su equipo de investigadores han convertido en noticias fundamentadas (comprobadas) tanto rumores como chismes que circulan en ciertos medios o de boca en boca. En su labor cotidiana en MVS no sólo informaba sino que entrevistaba a especialistas y a protagonistas involucrados en determinados sucesos, a favor y en contra, como se ha acostumbrado en la mejor tradición del periodismo en donde hay libertad de expresión.
A mí me consta, por los muchos años colaborando en periódicos, que la censura suele ejercerse de muchas maneras, algunas nada sutiles. Ahora menos que antes, por lo que la posible injerencia de Los Pinos en MVS (de ser cierta) es más preocupante, pues sería algo así como un retorno a aquellos tiempos que creíamos terminados. Antes no se podía criticar al presidente de la República ni al Ejército: teníamos que echarle la culpa a los secretarios del gobierno o a algunos militares, pero no a las instituciones ni a sus titulares. Cuando se deslizaba una crítica fuerte a éstos, casualmente los periódicos independientes se quedaban sin electricidad por días, o de plano se interrumpía la publicidad gubernamental hasta casi quebrar a diarios y revistas (como se sabe, éstos viven de la publicidad, pues sus tirajes no son suficientes para mantenerlos a flote). En otros casos, como el famoso golpe a Excélsior en 1976, se usaron métodos gansteriles para quitar de su dirección a quienes molestaban al Señor Presidente. Hubo otros ejemplos en que las fuerzas del orden destrozaron las imprentas de La Voz de México (del Partido Comunista) y de la revista Por Qué, además de apresar a sus directivos u obligarlos al exilio. Ni hablar de la negativa a venderles papel desde el monopolio gubernamental llamado PIPSA (Productora e Importadora de Papel, SA), con lo cual podían quebrar un periódico en pocos días. Justo es decir, muy a mi pesar, que con Salinas PIPSA dejó de ser un monopolio y que la libertad de prensa tuvo un nuevo aire sin que dejara de haber censura.
Sin embargo, con Peña Nieto se observan sombras ominosas sobre la libertad de expresión, una suerte de vuelta en U al viejo régimen en lo político (autoritarismo) con ingredientes cada vez más obvios de neoliberalismo y venta del país.
Si dejamos pasar la censura a Carmen Aristegui (con sus consecuencias laborales para ella y su equipo de trabajo) estaremos abriendo la puerta a una mayor intolerancia y dándole fin a los endebles avances democráticos que hemos logrado en las últimas décadas. No debemos permitirlo.
rodriguezaraujo.unam.mx