Del dolor ante la muerte que dejó el sismo el 19 de septiembre de 1985 y de la indignación frente a la incompetencia gubernamental, nació la sociedad civil.
Por Jesús Ramírez Cuevas
Regeneración, 20 de septiembre de 2017. La devastación que dejó el terremoto de 1985, cambió la fisonomía y la vida de la Ciudad de México. En los escombros de la incompetencia gubernamental para atender la emergencia quedó sepultada la resignación de sus habitantes.
La catástrofe natural arrasó inmuebles, cegó miles de vidas pero del dolor vino la ayuda de miles en el rescate de las víctimas de edificios y casas colapsadas y el apoyo solidario a las familias afectadas. La incapacidad de las autoridades por actuar a la altura de las circunstancias precipitó el derrumbe del PRI en la capital.
Frente a la inacción de las autoridades por organizar el rescate de las personas atrapadas en los escombros surgió una virtual toma de poderes en la capital por los ciudadanos que tomaron por unos días el control del centro y de las zonas afectadas. Esa acción social frente a la emergencia se transformó en una nueva ciudadanía que nació de los edificios y casa derrumbados. La defensa comunitaria de la vida y del patrimonio colectivo fue un despertar de conciencias, un movimiento social que logró la reconstrucción de la ciudad desde abajo. A partir del temblor de 85, ya nada fue igual en la Ciudad de México.
El desmoronamiento de la sumisión y el esfuerzo comunitario, fueron el acta de nacimiento de la sociedad civil en la Ciudad de México. Y la pedagogía de la tragedia se tradujo en la adopción de una cultura cívica de la población y de las autoridades mediante políticas de protección civil y cambios en los reglamentos de construcción.
Ese 19 de septiembre, del dolor surgió la solidaridad
Eran las 7,19 de la mañana del 19 de septiembre cuando «la tierra se movió. Todo crujía; un estruendo, ante nuestros ojos el edificio Nuevo León se vino abajo, una enorme nube de polvo lo oscureció todo. Después, sólo quedó el silencio», recordaba Cuauhtémoc Abarca, residente de Tlatelolco y a la postre, dirigente de los damnificados.
La gente no salía aún de la estupefacción cuando escucharon los primeros gritos de los sobrevivientes. «En ese momento, con los primeros vecinos que se aproximaron comenzamos a organizar las tareas de rescate. Fue una situación en la que todo se hacía con mucha voluntad de ayudar, sin mayor experiencia… Todo lo hacíamos a mano», decía el médico y dirigente social.
«Eran cientos de vecinos ayudando. Una cosa muy hermosa fue que se formaron cadenas humanas, los que estaban adentro de los escombros llenaban las cubetas para abrir camino a donde se oían las voces y las pasaban de mano en mano. Es increíble, pero media hora después del sismo ya había una organización», relataba Abarca con una sonrisa.
Los voluntarios sacan a muchos de las ruinas. Esa tarde soldados y policías acordonan la zona para evitar el pillaje, pero no intervienen en el auxilio. En contraste, de toda la ciudad llegan a prestar su ayuda. «Una solidaridad bellísima que se mantuvo viva durante toda la emergencia», relata.
La gente tomó la ciudad en sus manos
Escenas como ésta se repitieron entonces en todas las zonas afectadas por el sismo. Desde los primeros minutos, miles de personas se improvisan como brigadistas y arriesgan su vida por gente desconocida. Provenientes de todas las clases sociales suman voluntades y esfuerzos para salvar a los sobrevivientes atrapados en los escombros, habilitan cientos de albergues; reparten alimentos y ropa a las 150 mil personas que de golpe quedaron en la calle por el terremoto.
Otros recolectan ayuda, distribuyen agua, insumos, implementos, organizan el tránsito. Profesionistas, trabajadores y estudiantes revisan inmuebles o ayudan a la demolición, previenen epidemias, vacunan, preservan cadáveres, prestan atención psicológica a las víctimas.
Los temblores del 19 y 20 de septiembre de 1985 destruyeron la zona central del Distrito Federal. El gobierno de Miguel de la Madrid se paralizó ante la tragedia. En contraste, la respuesta masiva para ayudar a los afectados fue casi inmediata.
Frente a la incompetencia del gobierno, sin un plan previo, la gente se organiza y se hace cargo de responder a la emergencia. Por unos días los ciudadanos toman el control de la ciudad, en lo que fue uno de los capítulos más hermosos y excepcionales de nuestra historia.
«Durante tres o cuatro días hubo un vacío de poder. La gente se encargó de la organización de la ciudad», recordaba en entrevista hace años Alejandro Varas, de la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de Septiembre.
«Fueron días especiales. La ciudad era otra. Por donde quiera había personas llevando y trayendo ayuda. Al principio, los medios de comunicación ayudaron mucho a poner en contacto a las familias, informando de los daños; después pusieron en marcha la campaña oficial de que aquí no pasa nada. El gobierno quiso minimizar el problema y decía ‘quédense en casa, no salgan’, pero la gente no hizo caso», rememoraba Leslíe Serna, fundadora de la Unión Popular Nueva Tenochtitlán Sur en una plática hace diez años.
Raúl Bautista, quien ha dado vida a Superbarrio Gómez, personaje emblemático de la lucha urbana, asegura que «frente a la dimensión de la tragedia, la gente tuvo que salir a tomar la ciudad. La gente desobedeció al gobierno porque había que rescatar a los atrapados y ayudar».
«En la UNAM se formaron brigadas que trabajaron durante meses. En repetidas ocasiones nos enfrentamos al ejército, alguna vez hasta a pedradas, porque algunos soldados se dedicaron a sacar bienes sin importarles la gente atrapada», relataba Imanol Ordorika, que participó en la Brigada Ciencias integrada por unos 150 estudiantes y maestros, como lo hicieron en otros centros educativos.
De la tragedia surgió una respuesta civil que ganó el derecho a la ciudad para los ciudadanos y logró la reconstrucción de 80 mil viviendas. La espontaneidad halló agentes sociales organizados que ayudaron dar un vuelco a la situación. «Fue un movimiento que modificó la vida social y política de la capital», señala Serna.
La lucha de los damnificados y la reconstrucción
Desde los primeros días, las familias afectadas se organizan en defensa de sus viviendas y durante meses hacen asambleas en las calles.
Cuauhtémoc Abarca describe: «El gobierno estaba sumido en la confusión, no supo reaccionar ante la emergencia y no tenía un plan de reconstrucción. Desde el principio le planteamos ayudar a los afectados y la reconstrucción con la participación de las organizaciones que se crearon ante el desastre».
Surgen decenas de uniones, y las que ya existían crecen vertiginosamente.
El 27 de septiembre, apenas una semana después del temblor, se realiza la primera movilización de damnificados hacia Los Pinos. Más de 30 mil personas desfilan en silencio con tapabocas y cascos, símbolos de los rescatistas. Demandan la expropiación de predios, créditos baratos, un programa de reconstrucción popular y la reinstalación de los servicios de agua y luz.
Las protestan se suceden todos los días. El gobierno publica un decreto expropiatorio el 11 de octubre, afectando más de 5 mil predios e inmuebles. La medida deja fuera a muchas zonas afectadas y las movilizaciones continúan.
Al día siguiente, tras otra marcha, el presidente De la Madrid recibe a los damnificados en Los Pinos. Ahí reconoce el papel de la sociedad civil en la emergencia. Pero en lugar de recibir agradecimientos de los afectados como esperaba, la gente le reclama que hay muchos predios por expropiar.
El 21 de octubre se expide un decreto rectificando las expropiaciones y se reducen a 4 mil 263.
Bajo la campaña «México sigue en pie», el gobierno intenta normalizar los servicios públicos y el funcionamiento de escuelas, hospitales y edificios de gobierno. Con ello pretende recuperar el control y la solidaridad ciudadana. Organiza una ceremonia en el Campo Marte para premiar a miles de «héroes nacionales» por su labor en el temblor. Muchos de los homenajeados le gritan y repudian.
Superada la primera etapa de emergencia, el 24 de octubre, cerca de 40 organizaciones vecinales crean la Coordinadora Unica de Damnificados (CUD).
«La reconstrucción fue ganada por el movimiento y se impidió el desalojo de las vecindades del centro como quería el gobierno», explica Raúl Bautista.
Renuncia el secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, Guillermo Carrillo Arenas –constructor de muchos de los edificios que se cayeron–, y en su lugar es nombrado Manuel Camacho Solís.
El nuevo funcionario negocia con la CUD, pero aclara: el gobierno reconoce el papel de las organizaciones pero a ningún funcionario se le fincará responsabilidad. En mayo de 1986, Camacho firma con la CUD el Convenio de Concertación Democrática para la reconstrucción.
«El convenio fue una conquista del movimiento. Era la primera vez que se reconocía a ciudadanos organizados como interlocutores. Era un avance importante por la reconstrucción y una conquista política en un sistema que no aceptaba actores independientes. Pero se eximió al gobierno de cualquier responsabilidad en la tragedia», cuenta Leslíe Serna.
Con la participación de las organizaciones se construyen 45 mil viviendas en el centro en condiciones accesibles a las familias afectadas. También se firma la reconstrucción de Tlatelolco, uno de los emblemas de la tragedia.
Los damnificados marginados del acuerdo presionan y obligan al gobierno a firmar la reconstrucción de otras 15 mil viviendas.
Como el problema de los damnificados continuaba, las organizaciones de la CUD reciben ayuda nacional e internacional directa para edificar más de 20 mil viviendas.
Una de las consecuencias del temblor fue la pérdida del tradicional control del PRI. «Los priístas eran unos desvergonzados, hacían clientelismo con la desgracia. Había una indignación auténtica contra el PRI porque condicionaba la ayuda y lucraba con el apoyo», recuerda Leslíe Serna.
Francisco Saucedo relata que «en las zonas afectadas, el PRI desapareció. La gente ya no se dejaba manipular. Su coraje contra el gobierno era muy grande. De eso ya no se recuperó».
La generación del terremoto y la toma de la calle por la cultura
El movimiento de damnificados además de las formas tradicionales de protesta, se expresó a través de medios más imaginativos, más sociales y comunitarios.
Desde el principio se organizaron cine-clubes en los predios, fiestas, kermeses y ofrendas con la participación de muchos artistas. A lo largo de tres años, la CUD organizó más de 15 festivales culturales –incluido uno dedicado a John Lennon–, además de encuentros callejeros de arte, danza, teatro y música; así como dos carreras de los barrios, ha documentado Fernando Betancourt, de la comisión cultural de la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de Septiembre.
En estas actividades a favor de los damnificados se involucraron artistas, escritores, bailarines, teatreros, músicos clásicos y rockeros.
Uno de ellos es Roco, cantante de Maldita Vecindad, que comenzaba en ese tiempo. «Los integrantes del grupo somos hijos del terremoto», me contaba cuando se cumplieron 20 años del temblor.
«La movilización social fue muy fuerte, la sociedad no esperó a que el gobierno le resolviera sus problemas. Se logró una fraternidad entre gente distinta de todas las generaciones. La fiesta también era una forma de luchar y la gente mejor se ponía a cantar para no llorar», describe el músico.
«Habíamos tocado un par de veces antes del temblor –relata–; nos acercamos a los damnificados para ayudar y empezamos a tocar en sus movilizaciones y campamentos. Había otros grupos como Trolebús, Los Guapachosos, Recuerdos del Son, Banco de Ruido».
Según Roco, «se dio una toma comunitaria de la calle para hacer cultura, había mucho teatro, danza, música, conciertos. Esa autogestión cultural fue ejemplo en los años siguientes».
«Crecimos tocando en el terremoto, la calle era nuestro espacio para la cultura y como muchos colectivos, ya no la soltamos. Nuestro trabajo estuvo marcado por la experiencia en el temblor y aprendimos a ver la cultura también como un acto comunitario, social y político», revela Roco.
El impacto del temblor abarcó muchos aspectos. Imanol Ordorika apunta que “la experiencia compartida por muchos universitarios en el temblor fue crucial en el surgimiento del movimiento estudiantil en la UNAM en 1986-87”. Esas vivencias y la capacidad de organizarse llevan a los universitarios a sumarse después al cardenismo».
1988. El terremoto político
«La CUD produjo un movimiento plural y tolerante que convirtió la solidaridad inicial en organización social. Logró el programa de renovación y construcción de vivienda más grande en la historia. En 1987 estaba en su clímax, pero surgió un nuevo movimiento de ‘los damnificados de la vida’. Ahí nace la Asamblea de Barrios y la CUD se diluye con la diáspora de las organizaciones», explica Leslíe Serna.
«En lugar de consolidar su trabajo y profundizar la autogestión lograda, algunas organizaciones buscaron nuevos solicitantes de vivienda», añade.
Ese año lanza su candidatura Cuauhtémoc Cárdenas. La ruptura del PRI impacta a la izquierda y a las organizaciones sociales y civiles. La mayoría de ellas se suman al cardenismo y luego al PRD. Muchos dirigentes del movimiento de damnificados aparecen como candidatos a puestos de elección.
Según Raúl Bautista, «el temblor detonó la participación ciudadana y rompió los mecanismos de control oficiales. En 1988 la participación electoral masiva contra el PRI fue un terremoto político que sepultó al PRI en la ciudad».
Para Leslíe Serna, «uno de los errores de la izquierda fue forzar a los movimientos sociales a convertirse en espacios de fuerza política».
«Muchos dirigentes sociales, convertidos en líderes políticos explica Raúl Bautista, trasladan su fuerza al interior del PRD para obtener candidaturas. Desde que Manuel Camacho estaba en el gobierno se restableció la cultura de las cuotas y la lógica corporativa que se hizo dominante en el PRD de la ciudad».
El impulso democratizador del temblor promovió la creación de la Asamblea Legislativa y del primer gobierno de la ciudad electo por los ciudadanos.
«El triunfo de Cárdenas en 1997 planteó un reto para las organizaciones. El gobierno perredista cerró las puertas a los movimientos por miedo a la participación de la sociedad. Si cuestionabas las políticas de Cárdenas o de López Obrador decían que le hacíamos el juego al PRI y al PAN», dice Bautista, miembro del PRD.
«Un gobierno democrático de izquierda –prosigue– debe sustentarse en la participación popular. El movimiento urbano tiene su responsabilidad, era la fuerza social más importante de la ciudad pero no tuvo proyecto democrático y muchos líderes se corrompieron».
Con el sismo de 1985 la sociedad se volvió más crítica. En estos 20 años se consolidó la convicción democrática de la necesaria participación social en asuntos públicos, alimentando a nuevos movimientos sociales y culturales de la diversidad.
Esa miríada de acciones y causas se multiplicaron a través de organizaciones no gubernamentales, grupos urbanos, feministas, ecologistas, comunidades indígenas, grupos gays, jóvenes y colectivos culturales. Hoy vemos los avances palpables e irreversibles.
El temblor de 1985 es un hito del despertar de la conciencia cívica. La acción colectiva para rescatar vidas y proteger familias, hizo que miles abandonaran por un momento el individualismo e hicieran de la solidaridad y la autogestión comunitaria, actos que escribieron el acta de nacimiento de la sociedad civil mexicana.
El temblor del 19 de septiembre de 1985 en números
A las 7:19 de aquella mañana del 19 de septiembre de 1985 se registró un terremoto de 8.1 en escala de Richter, cuya duración fue de 90 segundos. Al día siguiente, a las 19:20 de la noche, un segundo sismo de menor intensidad volvió a sacudir la ciudad. Este es el retrato estadístico de la estela de muerte y destrucción que dejó a su paso aquella furia telúrica de la naturaleza.
Víctimas: No se sabrá nunca el número exacto de las víctimas.
Muertos: El gobierno reconoció que fallecieron entre 6 y 7 mil personas. Sin embargo, la Comisión Económica Para América Latina (Cepal) registró 26 mil fallecidos, en tanto que organizaciones de damnificados calcularon en 35 mil los muertos.
Heridos: Más de 40 mil.
Rescatados con vida de los escombros: 4 mil 100.
Viviendas destruidas totalmente: 30 mil.
Viviendas con daños parciales: 70 mil.
Edificios destruidos: 400, incluyendo hospitales como el Juárez, Hospital General y condominios como el Multifamiliar Juárez y el Nuevo Léon en Tlaltelolco, escuelas y algunos como el emblemático Hotel Regis.
Daños: Una parte importante de la capital del país quedó arrasada. Todos los servicios públicos se colapsaron, principalmente en las zonas afectadas: el agua potable, la luz, el transporte público, las principales vialidades de la zona centro. La ciudad quedó incomunicada del resto del país y del mundo por la caída del sistema telefónico.
Número de usuarios sin electricidad: Más de un millón 200 mil.
Estaciones del Metro afectadas: 32 (seis de la línea 1; 14 de línea 2; dos de la línea 3; 10 de la línea 4).
Viviendas reconstruidas con la participación de los damnificados: 80 mil.