Las dos caras del campo mexicano

Por Armando Bartra
 
Los del norte eran mayormente campesinos mestizos que luchaban por tierras para reconstruir la agricultura familiar; los del sur eran indios que luchaban por tierras para reconstruir la comunidad.
 
Y tanto su apariencia, como sus demandas, como su cultura, como su forma de guerrear eran distintas.
 

Regeneración, noviembre 2011. El 28 de noviembre se cumplió un siglo de que los zapatistas firmaron el Plan de Ayala en Ayoxustla, Puebla, momento histórico en el que el campesinado mexicano presentó un proyecto propio en la lucha revolucionaria. La conformación de una fuerza campesina de alcance nacional ocurriría en un acto político y simbólico: el encuentro entre Francisco Villa y Emiliano Zapata en Xochimilco, el 4 de diciembre de 1914.
 
El acuerdo entre la División del Norte y el Ejercito Liberador del Sur, la alianza de Villa y Zapata, es uno de los momentos más trascendentes de la historia de México. En ese encuentro fraterno entre aridoamérica y mesoamérica, los campesinos mestizos y las comunidades indias se hicieron el mismo protagonista histórico.
 
Muy distinta era la concepción agraria de los hombres del Norte comparada con la manera como los del Sur entendían el problema. Para el Sur la principal preocupación era la restitución y dotación de tierras comunales a los pueblos. Así lo afirma el Plan de Ayala (…). Para los norteños la solución radicaba en el fraccionamiento de los enormes latifundios y en la creación de gran número de pequeñas propiedades, con extensión suficiente para soportar el costo de una buena explotación agrícola (…). Más individualista el norteño, más ajeno a la tradición comunal del antiguo Calpulli, más deseoso de ejercitar a plenitud las funciones del libre propietario… (Antonio Díaz Soto y Gama)
 
En un norte árido y poco poblado, los colonizadores blancos y mestizos fueron “mata apaches”. Pero cuando derrotaron a las tribus, llegó el latifundio ganadero a despojarlos de las tierras, entonces se volvieron apaches ellos mismos: defendieron sus campos del terrateniente y se fueron a la revolución agraria encabezados por un bandido generoso: Francisco Villa.
 
En el sur pródigo y más poblado, las etnias herederas de las grandes civilizaciones habían sido expropiadas de sus tierras y encadenadas al latifundio, de modo que se alzaron en armas para recuperar lo perdido, encabezados por un aguerrido caballerango: Emiliano Zapata.
 
Los del norte eran mayormente campesinos mestizos que luchaban por tierras para reconstruir la agricultura familiar; los del sur eran indios que luchaban por tierras para reconstruir la comunidad. Y tanto su apariencia, como sus demandas, como su cultura, como su forma de guerrear eran distintas.
 
En el norte, el nomadismo de las tribus, la colonización ranchera y el trabajo itinerante en cosechas, minas y tendido de vías, dieron lugar a un ejército campesino, militarmente aguerrido y con gran movilidad geográfica.
 
En cambio, en el centro y sur, las comunidades de ancestral cultura agrícola gestaron a un ejército de un campesinado que no se alejaba demasiado de sus pueblos y de sus milpas.
 
Ranchero y mestizo era el villismo; nahua y comunitario el zapatismo. Pero Villa y Zapata supieron ponerse de acuerdo y desde entonces norte y sur, campesinos e indios, nómadas y sedentarios, rancheros y comuneros, lucharon unidos por Tierra y Libertad, haciendo de la mexicana la primera revolución de la historia protagonizada por los campesindios.
 
Hoy los problemas del campo son distintos pero igual de graves que hace cien años. La urgente regeneración del campo mexicano sólo será posible si el sur y el norte se unen en torno a un proyecto común. Un Plan de Ayala del Siglo XXI que ya no sea puramente comunalista, como el de 1911, sino que reconozca las diferencias medioambientales, económicas, sociales y culturales que siguen existiendo entre el campo mestizo y el campo indígena, que valore los aportes distintos de la agricultura del norte y el noroeste y de la agricultura del sur y el sureste.
 
Y como entonces, la solución pasa por la convergencia respetuosa de los diferentes, por la unidad de los muchos méxicos que nos conforman.

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