Si estamos inmersos en una crisis de civilización, tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar, la única corriente que logra realizar una crítica completa a la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Esta parte de un principio formulado en la década de los setentas por G. Skirbekk (“Ecologie et marxisme”, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las “fuerzas productivas y las relaciones de producción”, sino entre esas y las “fuerzas de la naturaleza”.
Cuarenta años después, la humanidad se enfrenta a una crisis múltidimensional de entre las cuales la crisis ecológica, representada por el calentamiento global y su conjunto de secuelas climáticas, es sin duda la más amenazante y peligrosa y, por tanto, la que requeriría de la mayor atención. Esta amenaza, que pone en entredicho todo el andamiaje de la civilización industrial, requiere repensar los principales postulados y valores del mundo actual, pero centralmente cuatro, para: 1) saber coexistir con la naturaleza y sus procesos en todas las escalas; 2) vivir sin petróleo y los otros combustibles fósiles (que son la causa principal del desbalance climático); 3) construir el poder social como contrapeso al poder político y al poder económico (lo cual supone entre otras cosas decir adiós a los partidos políticos, a los bancos y a las gigantescas corporaciones) y, en íntima aleación con lo anterior, 4) salir del capitalismo. Estos cuatro objetivos se hallan ineludiblemente conectados y están recíprocamente condicionados.
La percepción inmediata, lo que la piel de un individuo registra cuando hablamos de capitalismo, es aquella representación de una maquinaria gigantesca, global, inconmensurable, imposible de detener y todopoderosa, que lo tritura y lo arrasa todo. Y sin embargo, su presencia en el mundo globalizado de hoy no es ni total ni absoluto. Por el contrario, existen fisuras, islas, burbujas, tendencias a contracorriente que no sólo existen, sino que crecen sigilosamente por todo el mundo al ritmo en que la crisis de civilización se hace más presente. Boaventura de Sousa Santos le ha llamado la globalización contrahegemónica. Esto tiende a ser ocultado por los medios de comunicación de masas (televisión, prensa, radio), porque conlleva un muy alto valor subversivo. Salir del capitalismo es un imperativo para la supervivencia de la humanidad, de la vida y del planeta.
Construir el poder social supone organizar en la vida cotidiana la emancipación civlizatoria. Casi cada “institución” procreada bajo la lógica del capital puede hoy ser confrontada por “instituciones alternativas”, las cuales requieren de una sencilla “fórmula secreta”: resistencia y organización social en plena solidaridad y alianza con la naturaleza. Frente a las empresas y corporaciones existen las cooperativas donde no hay patrones, sólo socios. Frente a los bancos (basados en la usura) aparecen las cajas de ahorro y los bancos ciudadanos. Frente a la producción agroindustrial de gran escala la pequeña producción familiar o comunitaria fincada en la agroecología. Frente a la circulación desbocada de las mercancías las redes de intercambio directo y en corto entre productores y consumidores, y la autosuficiencia local, municipal, regional. Frente a los megaproyectos los diseños de pequeña escala. Frente a la especulación financiera, la creación de monedas alternativas y el trueque. En fin, frente a una racionalidad basada en el individualismo, la competencia y la acumulación de riqueza material, una ética fundada en la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo y la supervivencia de la especie.
Pero hay algo más. Debemos al pensador franco-austriaco André Gorz una reflexión iluminadora, que confirma que esos procesos emancipadores se ven facilitados por la propia crisis del capital. En su artículo, el último de su vida, “La salida del capitalismo ya comenzó” ( Revue de Ecologie Politique, 28/10/08) establece que el asunto no es si estamos frente al fin del capitalismo, sino si su salida será por una vía “bárbara” o “civilizada”. Tres tesis fundamentan su idea. El capitalismo no sobrevive por la crisis ecológica y porque para su reproducción requiere ya de una economía ficticia, la especulación financiera, que es la “mercantilización de lo que viene”… pero que no existe. La tercera afirma que la innovación tecnológica (informática, telecomunicaciones, geomática, etcétera) abre las puertas a procesos de producción, circulación y consumo no controlables, que atentan contra el monopolio, la propiedad privada y las patentes. La autoproducción induce circuitos y canales ciudadanos o sociales, autonomía, autosuficiencia y autogestión.
Si usted puede producir en su casa o en su taller un disco, una película, un instrumento, un servicio o un producto e insertarlo en el mercado; generar sus propios alimentos, su agua y su energía, o bien organizar con otras familias o socios una red, una cooperativa o una pequeña empresa; si su familia puede sobrevivir sin dinero, sin usar los bancos, sin creer en los partidos políticos, y además tiene conciencia social y ambiental, ¡enhorabuena!, usted es un militante de lo contrahegemónico, llámese sustentabilidad, descrecimiento, buen vivir o eco-socialismo. Usted está contribuyendo a salir de la crisis. Y como usted hay millones haciendo lo mismo, y millones que buscan hacerlo. Eso lo veremos en una próxima entrega.
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i estamos inmersos en una crisis de civilización, tesis formulada hace dos décadas hoy casi unánimemente aceptada, las vías para superarla no pueden venir sino de posiciones críticas inéditas, construidas desde nuevas epistemologías, y que conllevan una praxis política totalmente diferente a la asumida por los movimientos de vanguardia, incluyendo los más avanzados. Hasta donde alcanzo a mirar, la única corriente que logra realizar una crítica completa a la civilización moderna es aquella que, sin proponérselo, se finca en lo que podemos denominar una ecología política. Esta parte de un principio formulado en la década de los setentas por G. Skirbekk (“Ecologie et marxisme”, L’Espirit, 1974): la transformaciones sociales ya no pueden explicarse a partir de la contradicción entre las “fuerzas productivas y las relaciones de producción”, sino entre esas y las “fuerzas de la naturaleza”.
Cuarenta años después, la humanidad se enfrenta a una crisis múltidimensional de entre las cuales la crisis ecológica, representada por el calentamiento global y su conjunto de secuelas climáticas, es sin duda la más amenazante y peligrosa y, por tanto, la que requeriría de la mayor atención. Esta amenaza, que pone en entredicho todo el andamiaje de la civilización industrial, requiere repensar los principales postulados y valores del mundo actual, pero centralmente cuatro, para: 1) saber coexistir con la naturaleza y sus procesos en todas las escalas; 2) vivir sin petróleo y los otros combustibles fósiles (que son la causa principal del desbalance climático); 3) construir el poder social como contrapeso al poder político y al poder económico (lo cual supone entre otras cosas decir adiós a los partidos políticos, a los bancos y a las gigantescas corporaciones) y, en íntima aleación con lo anterior, 4) salir del capitalismo. Estos cuatro objetivos se hallan ineludiblemente conectados y están recíprocamente condicionados.
La percepción inmediata, lo que la piel de un individuo registra cuando hablamos de capitalismo, es aquella representación de una maquinaria gigantesca, global, inconmensurable, imposible de detener y todopoderosa, que lo tritura y lo arrasa todo. Y sin embargo, su presencia en el mundo globalizado de hoy no es ni total ni absoluto. Por el contrario, existen fisuras, islas, burbujas, tendencias a contracorriente que no sólo existen, sino que crecen sigilosamente por todo el mundo al ritmo en que la crisis de civilización se hace más presente. Boaventura de Sousa Santos le ha llamado la globalización contrahegemónica. Esto tiende a ser ocultado por los medios de comunicación de masas (televisión, prensa, radio), porque conlleva un muy alto valor subversivo. Salir del capitalismo es un imperativo para la supervivencia de la humanidad, de la vida y del planeta.
Construir el poder social supone organizar en la vida cotidiana la emancipación civlizatoria. Casi cada “institución” procreada bajo la lógica del capital puede hoy ser confrontada por “instituciones alternativas”, las cuales requieren de una sencilla “fórmula secreta”: resistencia y organización social en plena solidaridad y alianza con la naturaleza. Frente a las empresas y corporaciones existen las cooperativas donde no hay patrones, sólo socios. Frente a los bancos (basados en la usura) aparecen las cajas de ahorro y los bancos ciudadanos. Frente a la producción agroindustrial de gran escala la pequeña producción familiar o comunitaria fincada en la agroecología. Frente a la circulación desbocada de las mercancías las redes de intercambio directo y en corto entre productores y consumidores, y la autosuficiencia local, municipal, regional. Frente a los megaproyectos los diseños de pequeña escala. Frente a la especulación financiera, la creación de monedas alternativas y el trueque. En fin, frente a una racionalidad basada en el individualismo, la competencia y la acumulación de riqueza material, una ética fundada en la solidaridad, la reciprocidad, el bien colectivo y la supervivencia de la especie.
Pero hay algo más. Debemos al pensador franco-austriaco André Gorz una reflexión iluminadora, que confirma que esos procesos emancipadores se ven facilitados por la propia crisis del capital. En su artículo, el último de su vida, “La salida del capitalismo ya comenzó” ( Revue de Ecologie Politique, 28/10/08) establece que el asunto no es si estamos frente al fin del capitalismo, sino si su salida será por una vía “bárbara” o “civilizada”. Tres tesis fundamentan su idea. El capitalismo no sobrevive por la crisis ecológica y porque para su reproducción requiere ya de una economía ficticia, la especulación financiera, que es la “mercantilización de lo que viene”… pero que no existe. La tercera afirma que la innovación tecnológica (informática, telecomunicaciones, geomática, etcétera) abre las puertas a procesos de producción, circulación y consumo no controlables, que atentan contra el monopolio, la propiedad privada y las patentes. La autoproducción induce circuitos y canales ciudadanos o sociales, autonomía, autosuficiencia y autogestión.
Si usted puede producir en su casa o en su taller un disco, una película, un instrumento, un servicio o un producto e insertarlo en el mercado; generar sus propios alimentos, su agua y su energía, o bien organizar con otras familias o socios una red, una cooperativa o una pequeña empresa; si su familia puede sobrevivir sin dinero, sin usar los bancos, sin creer en los partidos políticos, y además tiene conciencia social y ambiental, ¡enhorabuena!, usted es un militante de lo contrahegemónico, llámese sustentabilidad, descrecimiento, buen vivir o eco-socialismo. Usted está contribuyendo a salir de la crisis. Y como usted hay millones haciendo lo mismo, y millones que buscan hacerlo. Eso lo veremos en una próxima entrega.
Fuente: La Jornada
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