Las revueltas en el norte de África y Medio Oriente tuvieron su origen en protestas contra las políticas económicas neoliberales diseñadas por el Banco Mundial.
Todo comenzó en Túnez el 17 de diciembre de 2010, cuando Mohamed Bouazizi se prendió fuego porque las autoridades le impidieron vender verduras en la plaza. Mohamed de 26 años, sin padre y con muchos hermanos, renunció a estudiar para sostener a su familia, la misma historia de muchos jóvenes sin empleo o sin estudios alrededor del mundo. Sus funerales encendieron las protestas en varios países, que derribaron gobiernos en Túnez, Egipto y Jordania. Los jóvenes egipcios usaron el celular y de las redes sociales de internet para convocar.
Pero lo que más pesó fue la tradición barrial y el activismo sindical, que articularon la protesta civil y pacífica contra un régimen autoritario y corrupto.
El mundo atestiguó cómo en Egipto el pueblo volcado en las calles derrocó a un dictador. Pero lo más significativo de esta revolución, es que los gobiernos subordinados a los intereses de las grandes empresas ya no garantizan la estabilidad ni la viabilidad de las naciones. Una lección que deja la revolución del jazmín, es que el pueblo puede asumir las responsabilidades colectivas y decidir su destino para construir una nación incluyente y democrática.