El “estiércol del diablo” en el gobierno

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Señor Papa Francisco:

Si logra usted mirar más allá de las apariencias; si lo que usted dice vale y se sostiene; si logra escuchar el dolor verdadero del pueblo mexicano más allá de las sandeces discursivas de los monopolios mediáticos y las cortinas de humo de la demagogia gubernamental… si consigue usted que no lo conviertan en mercancía y si puede usted hacerse carne de pueblo… en fin si su viaje a México no se hunde en un periplo farandulero para anestesiar a las masas, seguramente verá usted algunos de estos “paisajes”.

Hay grandes negocios –y negociados– mundiales que comercian con las riquezas naturales, la psicología social y el “templo del alma” de los trabajadores. Los explotan y extenúan, los humillan y los reprimen, en su totalidad (o en partes), para enseñorear al capital por encima de los seres humanos. Se cometen crímenes físicos y morales diariamente, se usa a las mujeres, a los hombres, a los ancianos y a los niños para enriquecer a oligarcas de todo tipo en contubernio con gobernantes ilegales e ilegítimos. Escuche al pueblo hijo de Zapata y al infierno en que ha vivido bajo el capitalismo.

En México el presidente está bajo sospechas de corrupción y complicidad con la mafia internacional para saldar deudas viejas y emprender nuevas. Pídale fotos de la «Casa Blanca». Hay familias enteras sometidas (de manera anti-cristiana) a la degradación obscena del hambre, la violencia, la explotación, el saqueo de su trabajo y sus riquezas… familias, enteras, deben dedicarse a todo tipo de prostitución y de pornografía (aunque no se desvistan) a veces para sólo para poder comer ese día. Que no le escondan eso ni el ejército, ni la policía, ni los guardaespaldas ni sus jefes. Hay denuncias formales en todas partes… señor Papa a veces hay que ver para creer. Cuídese mucho de los reformistas.

En México las “autoridades” y sus jaurías neoliberales tienen “fama” de ocultar lo que les incomoda, especialmente la voz del pueblo que denuncia los atropellos. Especialmente a punta de golpizas y desapariciones. Hay campesinos, indígenas, obreros, estudiantes, científicos… en pie de lucha. Padres que lloran desesperados desde la desolación del maltrato y la indiferencia. Madres desgarradas -muchas de ellas se llaman María- en la intemperie de la sorna y la desfachatez de un sistema económico y político criminal. No acepte usted que lo traten como un incapaz o inútil, que no le omitan esa parte macabra de la realidad mexicana hecha negocio, crimen y espectáculo. No se trague usted los baños de pureza, ni las prendas de la mascarada que, por delante, muestran sus mejores lujos y por detrás cuelgan los jirones de una realidad aplastante, dolorosa e injusta. El Monte Calvario se queda chico.

No permita que le escondan la verdad profunda de México, la de un pueblo que protesta y lucha, pueblo que acumula hartazgo y que, aun silenciado y amedrentado, se da tiempo y fuerza para decir no, para decir ya basta, para levantar su voz muy distinta y distante de la voz perversa y asesina de las mafias que secuestraron al país entero con tanto celo y tanta “pulcritud” ejecutiva, legislativa y judicial. Si para algo ha de servir su tiempo en México que sea para escuchar el clamor de un pueblo ahogado en la violencia y la sangre coagulada que cristaliza lo peor del capitalismo. Hable usted con toda crudeza con el pueblo y hágase puente de sus luchas. Pontífice, pues. El hedor del «estiércol del diablo» es inhumano.

De nada servirá su visita si nos contentamos con la foto. Y ya sabemos cuánto cuesta «sacarse la foto con el Papa» y cómo se comercia con eso en las «altas esferas». De nada servirá su visita si la dejamos en el anecdotario de un cancionero cursi. De nada servirá si no sirve para darle fuerza al pueblo, para apoyar sus luchas, para que logre derrotar los tantos miedos y los millones de silencios. Ni se le ocurra pedirle más mejillas para más bofetadas. Ese capítulo místico quedó sepultado bajo el silencio de Tlatelolco en 1968, por ejemplo. Quedó enterrado bajo cada uno de los miles de fraudes electorales, bajo todas las represiones a campesinos y obreros… quedó, también, enterrado en Ayotzinapa. Pídales más lucha y más fuerza, más organización y más unidad. Eso sí que es salvífico.

Hay millones de almas que a usted lo miran con esperanza y con respeto. No son pocos lo que admiran su discurso en Bolivia y sus tantas frases que exigen dignidad para los pueblos, justicia y paz. Palabra por palabra su análisis de la situación mundial y su cuestionamiento a la fundamentalismo del capital tendrán en México escenario perfecto porque ahí reina todo género de maledicencias y desdichas «de mercado». Lleve usted suficientes fustes porque hay que echar a miles de mercaderes que secuestraron el templo de la democracia, al templo de la justicia y al templo de la verdad. Si se decide usted contará con la ayuda de millones de mexicanos que, además, sufren una crisis aguda de dirección revolucionaria. No le pido que los lidere sólo le pido que ayude al romper el cerco del silencio. ¿No ese ese su papel?

No sé si una sola de estas líneas será escuchada por usted y tampoco puede pretenderse eso en medio del jaleo en que usted vive. Pero es imperativo que se escuche al pueblo de México. Que se sepa que no está muerto. Que se use todo espacio y todo pretexto para insistir y machacar con la protesta y con el repudio siempre y cuando sirvan para algo en verdad transformador. No para más tristeza ni para más miedos. No para más «consuelos» y más «reformas» o reformistas. No para más de lo mismo. Escuche el clamor de México revolucionario. Escuche a los más lacerados por el abandono y por las palizas. Escuche el latido del embrión revolucionario que renace y póngase a su servicio. No sé a dónde llegarán estas líneas lo único que sé es que no quedarán en el «tintero». Ante la monstruosidad del capitalismo quedarse callado también es «pecado mortal». ¿O no?