Por Naomi Klein
Las figuras clave del gabinete de Donald Trump no sólo son megarricos, sino que hicieron su dinero a sabiendas de que perjudicaban a las personas más vulnerables del planeta y al planeta mismo. El Secretario del Tesoro es Steve Mnuchin, banquero de las hipotecas basura. El Secretario del Trabajo es Andrew Puzder, director ejecutivo de un impero de comida rápida. El Secretario de Estado es Rex Tillerson, jefe de la petrolera Exxon. No es una pacífica transición de poder. Se trata de una absorción empresarial.
Sin Permiso
Regeneración, 15 de febrero de 2017. Retrocedamos con la cámara y hagamos un reconocimiento de lo que está sucediendo en Washington ahora mismo. La gente que ya posee una porción absolutamente obscena de la riqueza del planeta, y cuya parte crece cada vez más cada año que pasa —en el último recuento, ocho hombres poseían tanta riqueza como la mitad del mundo — está determinada a quedarse todavía con más. Las figuras clave que pueblan el gabinete de Donald Trump no sólo son megarricos, son individuos que hicieron su dinero a sabiendas de que se perjudicaba a las personas más vulnerables de este planeta y al planeta mismo. Parece ser una especie de requisito para el puesto de trabajo.
Tenemos al banquero basura Steve Mnuchin, elección de Trump para Secretario del Tesoro, cuya “máquina de ejecuciones hipotecarias” sin ley arrancó a decenas de miles de personas de sus hogares.
Y de las hipotecas basuras a la comida basura, ahí encontramos al designado por Trump como Secrretario de Trabajo, Andrew Puzder. Como director ejecutivo de su imperio de comida rápida, no le bastaba pagar a sus trabajadores sueldos abusivos que no daban para vivir. Varias demandas judiciales acusan además a su empresa de robar salarios a los trabajadores al no pagarles trabajos y horas extraordinarias.
Y pasando de la comida basura a la ciencia basura, aquí está el escogido por Trump para Secretario de Estado, Rex Tillerson. Como ejecutivo primero, y director ejecutivo después, de Exxon, su empresa costeó y dio mayor volumen a la basura científica, y presionó ferozmente entre bastidores en contra de las acciones internaciones significativas contra el cambio climático. Y debido no poco a estos esfuerzos, el mundo perdió decenas de años, cuando deberíamos haber estado quitándonos de encima nuestra adicción a los combustibles fósiles, acelerando por el contrario la crisis del clima. Debido a estos nombramientos, un número incontable de personas está perdiendo ya su hogar a causa de tormentas y de los mares en ascenso, pierde ya la vida por las olas de calor y las sequías, y en última instancia serán millones los que verán desaparecer su tierra natal bajo las olas. Como de costumbre, la gente que primero y peor sufre las consecuencias es la gente más pobre, de piel negra y morena en una abrumadora mayoría.
Casas robadas. Salarios robados. Culturas y países robados. Todo inmoral. Todo extremadamente rentable.
Pero la reacción popular iba aumentando, que es precisamente la razón por la cual esta banda de directores ejecutivos —y los sectores de los que provienen — andaba con razón preocupada de que la fiesta estuviera a punto de acabarse. Tenían miedo. Banqueros como Mnuchin se acuerdan del derrumbe financiero de 2008 y la forma franca en que se habló de nacionalizar bancos. Fueron testigos del ascenso de Occupy y después de la resonancia que alcanzó el mensaje contra la banca de Bernie Sander durante la campaña.
Jefazos del sector servicios como Andrew Puzder están aterrados por el creciente poder de la “Lucha por los 15 dólares” [principal campaña por el aumento del salario mínimo] que ha ido consiguiendo victorias en ciudades y estados de todo el país. Y si hubiera ganado Bernie lo que fueron unas primarias sorprendentemente reñidas, la campaña bien podía haber tenido a su adalid en la Casa Blanca. Imaginemos lo espantoso que resulta esto para un sector que depende de modo tan esencial de la explotación en el lugar de trabajo para mantener bajos los precios y elevados los beneficios.
Y nadie tiene más razones que Tillerson para temer a movimientos sociales en ascenso. Debido al creciente poder del movimiento climático global, Exxon se ve sometida a ataques en todos los frentes. Los oleoductos que transportan su petróleo se ven bloqueados, no sólo en los Estados Unidos sino en todo el mundo. Las campañas de desinversión se extienden como el fuego, lo que provoca incertidumbre en los mercados. Y en el último año, los engaños diversos de Exxon acabaron siendo investigados por la SEC [Comisión de Bolsas de Valores de los EE.UU.] y múltiples fiscales generales de los estados. La amenaza que plantea a Exxon el que se actúe contra el cambio climático es existencial. Los objetivos de temperatura del acuerdo de París sobre el clima resultan totalmente incompatibles con quemar el carbono que empresas como Exxon tienen en sus reservas, fuente de su valoración mercantil. Esa es la razón por la que los mismos accionistas de Exxon han ido haciendo preguntas cada vez más incómodas acerca de si estaban a punto de quedarse con todo un montón de activos sin valor.
Este es el telón de fondo del ascenso de Trump al poder: que nuestros movimientos empezaban a ganar. No estoy diciendo que fueran suficientemente fuertes, que no lo eran. No estoy diciendo que estuviéramos suficientemente unidos, que no lo estábamos. Pero algo estaba muy decididamente moviéndose. Y en lugar de arriesgarse a la posibilidad de que hubiera un avance aun mayor, esta banda de boquillas de los combustibles fósiles, mercachifles de comida rápida y prestamistas depredadores se ha congregado para hacerse con el poder y proteger su mal adquirida riqueza.
Seamos claros: no se trata de una pacífica transición de poder. Se trata de una absorción empresarial. Los intereses que ya desde hace tanto llevan untando a los dos partidos principales para que cumplan sus órdenes han decidido que se han cansado del juego. Aparentemente, todo esto de tratar a los políticos a cuerpo de rey, toda esa lisonja y esos sobornos legalizados eran un insulto a su sensación de estar investidos de un derecho divino.
De modo que se están ahorrando al intermediario y hacen lo que todo mandamás cuando quiere que algo se haga bien: lo están haciendo ellos mismos. Exxon, de Secretario de Estado. Hardee’s [cadena de restaurant de comida rápida], de Secretario de Trabajo. General Dynamics, de Secretario de Defensa. Después de decenios de privatizar el Estado por piezas y a trocitos, se han decidido a ir a por el gobierno mismo. La frontera final del neoliberalismo. Por eso es por lo que Trump y los designados por él se ríen de las débiles objeciones que se ponen a los conflictos de interés: conflicto de interés es todo, esa es toda la cuestión.
Así pues, ¿qué hacemos con esto? En primer lugar, recordar siempre sus debilidades, aunque ejerzan un poder puro y duro. La razón por la que se ha caído la máscara y estamos siendo hoy testigos de un gobierno empresarial manifiesto no se debe a que estas empresas se sintieran todopoderosas: es que tenían pánico.
Además, la mayoría de los norteamericanos no votó a Trump. El 40% se quedó en casa y, de la gente que votó, hubo una clara mayoría a favor de Hillary Clinton. Ganó él dentro de un sistema muy amañado. E incluso dentro de ese sistema, tampoco ganó él. Perdieron Clinton y el estamento de poder del Partido Demócrata. Trump no ganó en medio de una abrumadora emoción y con grandes cifras. Ganó porque Hillary deprimió las cifras y por su falta de entusiasmo. El estamento de poder del Partido Demócrata no creyó que fuera importante hacer campaña sobre mejoras tangibles en la vida de la gente. No tenían prácticamente nada que ofrecerle a gente cuya vida se había visto desgarrada por los ataques del neoliberalismo. Creyeron que podían cabalgar sobre el miedo a Trump, y esto no funcionó.
Y esta es la buena noticia: todo esto vuelve a Donald Trump increíblemente vulnerable. Es este el tipo que llegó al poder contando las mentiras más impúdicas y descaradas, vendiéndose como un defensor del trabajador que por fin se alzaría frente al poder y la influencia empresariales en Washington. Una parte de sus bases sufre ya el arrepentimiento del comprador, y esa parte no va a hacer más que crecer.
¿Alguna otra cosa por lo que a nosotros respecta? Esta administración va a ir a por todas de una vez. Hay informes de un presupuesto de los de conmoción-y-espanto destinado a recortar 10 billones de dólares en diez años, pasándole la sierra mecánica a todo, lo que va de programas contra la violencia contra las mujeres a programas de arte, del apoyo a las energías renovables a la protección policial de comunidades. Está claro que piensan que nos arrollará esta estrategia de “blitzkrieg”. Pero pueden verse sorprendidos. Bien podría unirnos en una causa común. Y si sirve de indicativo el volumen de las manifestaciones de mujeres, hemos empezado con buen pie.
Levantar robustas coaliciones en un momento de política de capillitas supone un trabajo duro. Hay que afrontar historias dolorosas antes de llegar a progresar. Y la cultura de financiación de las fundaciones y de la cultura de la fama en el activismo tiende a enfrentar entre sí a la gente y los movimientos, en lugar de animar a la colaboración. Pero las dificultades no pueden dejar sitio a la desesperación. Por citar un dicho popular entre la izquierda francesa: “La hora pide optimismo; dejemos el pesimismo para tiempos mejores”. (“L’heure est à l’optimisme, laissons le pessimisme pour des temps meilleurs.”)
Personalmente, no puedo hacer mucho acopio de optimismo. Pero en este momento en el que todo está en juego, podemos y debemos encontrar nuestra más firme determinación.
*Naomi Klein autora, entre otros libros, de La doctrina del shock y No Logo.
Fuente: The Nation, 6 de febrero de 2017
Traducción: Lucas Antón para Sin Permiso