El «Mataperros» de la Condesa y la inocencia de «Raúl»

Entrenamiento de perros

Al menos 18 canes han sido asesinados en la colonia Condesa, el DF. La policía busca al culpable, no obstante el estupor indignación y miedo entre los dueños de perros en la zona, quienes desde hace unos días sacan a pasear a sus animales con correa

Regeneración, 23 de octubre de 2015. Raúl pasea por el borde del estanque en el Parque México, en la colonia Condesa. Últimamente los amigos con los que jugaba ya no vienen tanto y los que se aparecen traen correa y van pegados a sus dueños. Raúl nunca ha usado una correa.

Es un perro mestizo de talla mediana y pelaje gris. Lleva varios años viviendo entre esos árboles y arbustos: es la mascota de los jardineros que cuidan este parque capitalino. Desde el 29 de septiembre, ha visto cómo el temor se ha colado en las miradas de las personas que pasean a los perros; ha visto, también, cómo los humanos le acortan la rienda a sus mascota, haciéndoles difícil moverse para jugar.

Raúl camina al lado de uno de los jardineros, quien comenta: “Sí, bajó el número de personas que vienen a pasear a sus perros y se nota que ahora hay más personas que los traen con cadena y no los sueltan”. El jardinero reflexiona un momento y puntualiza: “Aunque la verdad nosotros no hemos visto ningún perro muerto y no sabemos que a algún compañero le haya tocado ver alguno”.

Mensajes del parque (2)

Daisy fue de las primeras en desaparecer. Tomaba su paseo matutino cuando encontró una lata de comida junto a una jardinera en frente al número 11 de la calle Ozuluama, anexa al parque. Confiada, ingirió rápidamente los pedazos de carne mientras su dueña se distraía. Dos horas después yacería muerta tras haber padecido vómitos y convulsiones. Otros 17 perros de la Condesa sufrirían el mismo destino en los días siguientes.

Al cercarse a un grupo de jardineros, Raúl reconoce a una señora en especial y mueve el rabo. La mujer le ofrece un pedazo de pollo y, antes de tomarlo, el perro lo huele, para después devorarlo de una mordida. “Es un perro desconfiado, a la mejor por eso no le ha pasado nada”. Los jardineros recuerdan cómo hace unos días llegaron los peritos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) para acordonar una parte del parque en busca de posibles cebos envenenados.

Esta acción de las autoridades se desató después de que el jueves 15 de Octubre, en la madrugada, se corriera la voz de que había otro perro envenenado, el número 18. Para ese entonces, los vecinos ya contaban con un protocolo de actuación y una red de vigilancia, que incluye un chat de What’s App con más de 100 personas entre vecinos y autoridades. Javier Hidalgo, director de gestión ambiental y movilidad de la Delegación Cuauhtémoc, quien es el contacto con los vecinos, comenta que “ahí sí parecía que habíamos agarrado al Chapo: se soltó Seguridad Pública, llegó Protección Civil, la PGJ, todos”. Esto permitió un rápido cruce de información y que se detectara que el perro fue envenenado en la calle de Ozuluama, frente a donde había sido envenenada Daisy.

Raúl (2)

“Esa vez encontramos algunos cebos y una ardilla muerta Todo esto se lo llevó la Procuraduría para analizarlo”, continúa Javier. “De hecho, ya existe una averiguación previa y el caso es investigado por la fiscalía de casos ambientales”. Hasta ahora, los únicos resultados que se han hecho públicos es que los canes fueron envenenados con estricnina, un veneno para ratas que resulta muy peligroso y que, por lo tanto, es una sustancia controlada y a la que no se tiene fácil acceso. “El verdadero problema es que no ha existido el sigilo adecuado en esta investigación, lo que provoca que se extiendan algunos rumores entre la comunidad y los medios de comunicación”, dice Hidalgo.

Así, desde el 29 de Septiembre, se han manejado diversas ideas sobre los autores y los móviles que podrían tener los perpetradores de estos envenenamientos. En la versión más extendida, se pensó que la Delegación era la culpable al haber esparcido el veneno como parte de una campaña para eliminar a las ratas. Sin embargo, también se ha sospechado de dueños de locales comerciales, los “valet parking” y hasta de una señora con Alzheimer o una joven que fue vista tirando basura. De hecho, la organización animalista PETA (People for the Ethical Treatment of Animals) ofreció una recompensa de 5 mil dólares a quien proporcione información sobre el “mataperros”.

“Nosotros hemos estado buscando que no se corran rumores sin fundamento y que no se genere desconfianza entre los vecinos”, dice el funcionario público. “Afortunadamente, con las asambleas, hemos evitado que se extienda una psicosis que sería muy dañina para la colonia: no queremos que este veneno, después de envenenar a los animales, comience a envenenar a la sociedad con sospechas infundadas”.

Ajeno a todo esto, Raúl se deja acariciar plácidamente antes de salir corriendo a juguetear con un par de dachshund, perros salchicha, que están unidos por una correa. Su dueño, unos pasos atrás, los observa atentamente. Uno de los jardineros se anima a pensar en voz alta: “A la mejor parte del problema es que todavía falta cultura entre los dueños de los perros; muchos no respetan las papeleras y vacían ahí los desechos, otros no respetan las áreas verdes y la verdad los perritos sí las dañan. Nosotros ya ni les decimos nada porque nos han llegado a responder de forma bastante grosera”. Sus compañeros asienten en silencio.

El miedo

Adriana Garza, pasea a su pequeña yorkshire terrier por uno de los extremos del parque. El perrito, inquieto, se acerca a oler los árboles y juguetea con las personas que lo acarician: “No se puede explicar una cosa tan aberrante”, dice conmovida, “no puedo creer que haya un psicótico envenenando perros; no dudo que haya mucha gente a la que le moleste que paseemos, pero ya tomar acciones de este tipo no lo entiendo. A mi perrita yo ya no la suelto, a fuerza de puro miedo”. Ella ha participado en las asambleas que se han realizado, sin embargo, no confía mucho en las autoridades. “Ellos tienen cintas de video que recogieron de cámaras de seguridad ubicadas justo frente a donde envenenaron a una de las perritas. Las autoridades no nos dejan ver las cintas” y se pregunta, “¿a quién están protegiendo?”.

Un poco más adelante está Eduardo con un grupo grande de perros perfectamente quietos y acostados, él es su entrenador. “Desde que esto empezó, nosotros ya no les damos nada de comer y los dueños nos piden que no los soltemos”, dice mientras vigila que ninguno de los perros se mueva. “No tenemos miedo pero si atendemos a la precaución especial que nos piden los dueños. Todo el tiempo los checamos y si encontramos algo sospechoso damos aviso. Somos parte de una red de protección que se formó con los vecinos.”

Otra pareja, sin embargo, piensa que todo es solamente una estrategia de propaganda para provocar ruido y atención sobre el gobierno delegacional. “Nosotros no tenemos miedo y nuestra perrita pasea sin correa, como siempre”, dice mientras señala a una pequeña mestiza que olfatea alguna sustancia rojiza desparramada en el suelo. “Ni siquiera explican bien qué es lo que pasó y no hay información, todos son rumores”, dicen con confianza absoluta en la voz.