Fotografía: Armando Salgado
Es el aniversario de la matanza del 10 de junio de 1971, cruenta represión del grupo paramilitar Los Halcones en contra de una manifestación estudiantil. El testimonio de Dalid Mondaca Marinero, entonces estudiante de la Normal de Maestros, aún provoca escalofrío. Se trató de un crimen de Estado, orquestado desde el gobierno de Luis Echeverría. Un crimen que no ha sido castigado, una cuenta pendiente del PRI
por Jesús Ramírez Cuevas
Regeneración, 10 de junio de 2015. «No puedo olvidar el olor a pólvora en el aire, de la lluvia de esa tarde, de la sangre; el olor de la muerte y del miedo. Eso es lo que más recuerdo relata con tristeza Dalid Mondaca, maestra y pintora que escapó de las balas y del terror aquel 10 de junio de 1971, cuando el grupo paramilitar Los Halcones, cumpliendo órdenes superiores, disolvieron violentamente una manifestación estudiantil, la primera que se organizaba después de la matanza de Tlatelolco en 1968.
Ese día, Dalid perdió para siempre a su novio Josué Moreno Rendón, de 21 años, quien murió a su lado, víctima de los disparos de ese grupo que, después se sabría, fue armado y entrenado por militares con el auspicio del gobierno de Luis Echeverría.
Cuando marchábamos por la avenida de los Maestros escuchamos los primeros disparos. Alguien gritó: «están disparando, córranle a la Normal». En ese momento vimos caer a un anciano que estaba parado en una esquina. En medio de la confusión, Josué y yo corrimos hacia la escuela. Cruzamos el estacionamiento agarrados de la mano, escapando de las balas que disparaban desde la calle y desde lo alto de los edificios de la misma Normal. Buscábamos refugio cuando sentí un tirón en el brazo; por un instante la mano de Josué me apretó con más fuerza y de repente me soltó. Perdí el equilibrio y caí. Desde el suelo vi cómo Josué caía cinco metros más adelante, se derrumbaba como en cámara lenta. Quedó tirado en el suelo. Caminé a gatas hasta donde yacía. Cuando llegué vi que estaba muerto.
Sin dramatismo, Dalid Mondaca relata su terrible experiencia. Rememora: «Cuando llegué a la marcha mi primera sorpresa fue que el metro Normal estaba cerrado. En las calles aledañas al Colegio Militar había camiones del Ejército, de basura, del Departamento del Distrito Federal, patrullas y también julias. Pensé que era porque todos los jueves había ceremonias y fiestas en ese lugar.
«Estaba en la Normal cuando la manifestación partió del Casco de Santo Tomás. Diez minutos antes de las cinco de la tarde, sobre la Avenida de los Maestros vi pasar la descubierta. Había cierta tensión pero no creíamos capaz al gobierno de otra matanza como en 68.
«Me integré al contingente y apenas habíamos avanzado unos 25 metros cuando comenzaron los disparos. Ahí fue cuando vi a los halcones; eran jóvenes que llevaban tenis, camisetas y tenían el cabello muy corto. Se distinguían del resto porque la mayoría de los estudiantes llevaban el pelo largo como los hipies; ellos no corrían con miedo como los demás y llevaba unas varillas gruesas con las que golpeaban a la gente. Los palos parecían de escoba pero te daban una descarga eléctrica terrible. Después supimos que eran un invento coreano que importaron funcionarios para usarlos ese día.
«Todas las calles que desembocaban a la Avenida de los Maestros estaban bloqueadas, el ataque estuvo bien planeado, estábamos en un callejón sin salida y nos agarraron como ratas.
«Algunos buscaron refugio en las casas cercanas, nosotros corrimos hacia la escuela. Ahí le dieron a Josué. Hacía tres meses que éramos novios y pasábamos la mayor parte del tiempo juntos.
«Fue una vivencia terrible, nunca había escuchado un balazo, ni visto un muerto y de repente estaba en medio de una balacera viendo cómo mataban a gente inocente. No olvidaré nunca ese día. Nunca entenderé por qué ordenó el gobierno esa matanza.
«A Josué le dispararon desde el techo del ala derecha de la Normal. La bala le atravezó el corazón, un pulmón y un riñón, le destruyó todo. Fue una muerte instantánea, pues el proyectil era expansivo de fusil M-1, arma de uso exclusivo del Ejército.
«Llegaron unos compañeros y, en medio de gritos y de la confusión, llevamos a Josué a la enfermería que estaba llena de estudiantes. Llegó una ambulancia de la Cruz Verde y se lo llevó. Los paramédicos me impidieron subirme. Nos dijeron que se lo llevaban al hospital Rubén Leñero.
«Yo estaba histérica y en uno de los salones vi a un grupo de muchachas, varias de ellas heridas. Una maestra repartía algodones con vinagre y me dio uno al ver que tenía la blusa manchada de sangre.
«Primero me escondí en un baño, pero por miedo salí a los pasillos y vi cómo los halcones le pegaban a los estudiantes. Uno de ellos me dio un garrotazo en el cuello. El dolor fue intenso, se me adormecieron los brazos hasta los dedos, pero el miedo era mayor que el dolor y salí corriendo. Junto con varios amigos nos escondimos en las canchas de la escuela, donde permanecimos hasta las nueve y media de la noche.
«La balacera duró hasta muy noche, en ese lapso vimos a muchos compañeros llevando heridos, golpeados y muertos. Llenos de pánico, pensando que nos iban a matar, escapamos entre calles oscuras de la colonia Santa Julia.
A las 11 de la noche llegamos a mi casa en calzada de Tlalpan. Después nos trasladamos hasta la colonia Huichapan, donde vivía la familia de Josué. Regresamos al Rubén Leñero y ya no estaba su cadáver.
«Al día siguiente, en la escuela se formaron comisiones para buscar a los heridos y muertos. Había corrido el rumor de que a los muertos y heridos se los habían llevado al Campo Militar Número Uno. Fue hasta el domingo en la madrugada (tres días después) cuando apareció Josué en el Servicio Médico Forense (Semefo). Cuando pudimos ver su cuerpo tenía un tiro de gracia en la cabeza. No puedo creer que estos bárbaros le dispararon cuando ya estaba muerto.
Josué Moreno.
Estudiante muerto el 10 de junio de 1971
«Todos esos días que recorrimos todos los hospitales de la ciudad, delegaciones y el Semefo, vimos a mucha gente que murió durante esa represión. Todavía recuerdo las imágenes con horror: una señora embarazada con el abdomen abierto de un bayonetazo, niños baleados, viejitos, muchachitas y muchos jóvenes. Son recuerdos que tengo grabados para siempre.
«Nunca nos dieron información oficial de las víctimas, ni sus nombres. Entre los brigadistas que recorrimos la ciudad contamos más de 125 muertos, entre niños, mujeres, ancianos y estudiantes. No tenía nada que ver con las cifras oficiales que entonces hablaban de seis personas fallecidas en un enfrentamiento entre estudiantes.
«Esos fueron días de miedo. Nos vigilaba la policía en nuestras casas. Cuando hicimos el funeral de Josué había policías, agentes secretos y militares por todos lados. Nos tomaban fotografías y nos seguían. En el entierro también había vigilancia. Era un ambiente de persecución contra todo aquel que pareciera estudiante. Los días posteriores estuvimos vigilados en nuestras casas. El único delito que cometimos era ser estudiantes que protestábamos contra lo que considerábamos injusto.
Treinta y dos años después, Dalid Mondaca y muchos más, buscan que se haga justicia. Ella considera como un avance de la sociedad mexicana el que se haya creado la Fiscalía Especial sobre Movimientos Sociales y Políticos del Pasado y se reabriera la investigación sobre estos hechos. Como otros testigos y víctimas, Dalid rindió su testimonio ante esta instancia. En entrevista dice esperar «que la Fiscalía juzgue a los responsables de esa matanza, empezando por el ex presidente Luis Echeverría. Pero si no actúa pronto, los denunciantes optaremos por llevar el caso a instancias internacionales para que se les enjuicie por crímenes contra la humanidad y por genocidio».
Dalid Mondaca comparte su testimonio porque piensa que «las nuevas generaciones deben saber la verdad de lo que pasó en el 68 y en el 71». No olvida el olor de esas muertes injustas.
(publicado en el suplemento Masiosare, La Jornada, 8 de junio de 2003),