Se les ocurrió nada menos que invitar a los partidos políticos a la firma de un pacto de civilidad que resultó un verdadero parto de los montes.
Por Bernardo Bátiz V. | La Jornada
Una antigua versión de la fábula estrambótica del parto de los montes se atribuye a Esopo, poeta griego de 500 años AC. Mucho después, Félix María Samaniego la pone en garridos versos castellanos; vale recordarlos:
“Con varios ademanes horrorosos los montes de parir dieron señales después con bramidos espantosos infundieron pavor a los mortales. Esos montes que al mundo estremecieron un ratoncillo fue lo que parieron”.
La fábula nos lleva a otra no menos risible, con un simple cambio de una r por una c, se repite la antigua historia y se rescata la misma moraleja.
Los vándalos de Coyoacán, una pandilla de patibularios y bravucones, cuya jefatura se atribuye al diputado Mauricio Toledo, han irrumpido varias veces con violencia para impedir reuniones políticas legítimas, pacíficas, ordenadas, en las que Claudia Sheinbaum Pardo presenta ideas y propuestas dirigidas a quienes la escuchan, militantes de su partido. Los vándalos llegan vociferando, arrojando objetos, empujando y agrediendo sin razón ni miramiento alguno por edad, sexo o condición.
La gritería y el volar por los aires de sillas, botellas y piedras, es el equivalente a los ademanes horrorosos y a los bramidos de los montes de la fábula. Su finalidad es atemorizar, impedir, enturbiar un proceso electoral, una pre-campaña legítima y convincente, que no sin razón les atemoriza. Su actuación ilegal, solapada por autoridades delegacionales y del gobierno central, parecía el anuncio de algo extraordinario y tremebundo.
La respuesta del equipo de Sheinbaum y de ciudadanos indignados por la muerte de una de las asistentes y las lesiones a otros, hicieron que quienes envían a esos golpeadores cambiaran de actitud y buscarán una salida diferente para la situación comprometida en que se metieron y, de ser posible, que esa acción fuera tan efectista como las agresiones. Se les ocurrió nada menos que invitar a los partidos políticos a la firma de un pacto de civilidad que resultó un verdadero parto de los montes.
Con bombo y platillos fue firmado por la Secretaría de Gobierno y por los presidentes de siete partidos, aquellos que tradicionalmente son defensores del sistema, temerosos de un cambio hacia la justicia y la democracia. Se abstuvieron las tres organizaciones que apoyan a la doctora. Las cláusulas del convenio, también ocho, como los que suscribieron, son tan inútiles e inocuas, que la fábula que viene a cuento se les aplica con toda exactitud.
Se obligan los firmantes a lo obvio: a que durante el proceso electoral respetarán los derechos y las libertades de expresión, información y reunión. Para eso no se requiere compromiso alguno, ya está en la ley. Se declara que los partidos reconocen la necesidad de hacer un uso equitativo de los espacios públicos y que para ello darán aviso a los gobiernos de sus requerimientos de espacio y dichas instancias (¿?) designarán a una persona que dé seguimiento a este acuerdo (¿?) Agregan que el gobierno de la ciudad también dará seguimiento al cumplimiento de las respuestas de las delegaciones y de las alternativas que ofrezcan; que los partidos, si advierten riesgos, solicitarán medidas de seguridad y si los actos afectan la vialidad avisarán con un mínimo de 48 horas; finalmente, pactan que los partidos firmantes y el gobierno mantendrán de manera permanente esta mesa de diálogo.
Lo convenido es innecesario; para un proceso pacífico basta con respetar la ley, pero sí sirve para la publicidad y como cortina de humo a los delitos y faltas cometidas. Las obligaciones legales no están sujetas a pacto alguno, mucho menos si se trata de los derechos humanos de carácter político. El aparatoso y muy publicitado pacto de civilidad no fue nada, es una repetición de lo que ya consta en la normatividad; es un vago compromiso de portarse bien, que firman algunos de los que se han portado muy mal.