Si el PRD insiste en ir en alianza con el PAN, no deberá extrañarle que sea visto como un partido no sólo en declive sino también neoliberal
Por Octavio Rodríguez Araujo
Regeneración, 31 de agosto del 2017.-Tanto algunos perredistas como panistas se han manifestado por un Frente Amplio Democrático. La idea, sobre todo de los perredistas de Nueva Izquierda y otras corrientes cercanas, es formar un gobierno de coalición y, según dicen, impedir que el régimen político siga siendo presidencialista. La dedicatoria implícita (y en ocasiones explícita) de su propuesta es tratar de evitar que tanto el PRI como Morena logren ganar la Presidencia de la República. Según ellos, y así lo han dicho, el presidencialismo es la característica principal de un régimen político obsoleto y autoritario, pues descansa en la voluntad de una sola persona, el jefe del Poder Ejecutivo de la nación.
Dos cuestiones parecen haber pasado por alto: los gobiernos de coalición son característicos de regímenes parlamentarios y no presidencialistas. Una cosa es que un gobernante forme su gabinete con personas de diversos partidos y otra que se trate de un gobierno de coalición en el sentido de los regímenes parlamentarios. Es facultad del Presidente de la República optar, en cualquier momento, por un gobierno de coalición con uno o varios de los partidos políticos representados en el Congreso de la Unión (artículo 89, XVII de la Constitución). Y se añade que el gobierno de coalición se regulará por el convenio y el programa respectivos, los cuales deberán ser aprobados por mayoría de los miembros presentes de la Cámara de Senadores. Y también se dice que el convenio establecerá las causas de la disolución del gobierno de coalición. En otras palabras, primero se elige al Presidente y luego éste, sí así lo estima pertinente, formará un gobierno de coalición con el concurso de los senadores y mediante un convenio y un programa acordados.
Lo anterior quiere decir que en la división de poderes de la República el Ejecutivo no dejará de ser unipersonal y que quien sea su titular podrá formar o no un gobierno de coalición. No se altera, por lo tanto, el presidencialismo sino que depende de su titular que su gobierno no sea unipartidista sino pluripartidista.
Los perredistas, más que los panistas, nos están tratando de vender la idea de que el régimen político mexicano se caracteriza por ser presidencialista, que es sólo uno de los enfoques en el abanico de caracterizaciones de regímenes políticos; en segundo lugar que el presidencialismo es una forma autoritaria por sí misma y que si tanto el PRI como Morena ganan el Poder Ejecutivo el resultado será un gobierno autoritario ultracentralizado, y en tercero, que si triunfa una coalición de partidos, para el caso el PRD con el PAN, la consecuencia será automáticamente un gobierno de coalición.
Error metodológico y conceptual. En 2012 el PRD hizo un frente con el PT y MC denominado Movimiento Progresista. Y el PRI, por cierto, también lo hizo con el PVEM. Ni un conjunto ni el otro manejaron la idea de un gobierno de coalición, ganara quien ganara. El PAN y Nueva Alianza, que iban solos, menos. Ninguno de los partidos participantes criticó el presidencialismo ni cosa semejante. Pero después de esas elecciones el PRD se debilitó como nunca antes lo había estado, y más cuando su candidato presidencial de 2006 y 2012 resolvió fundar su propio partido y muchos perredistas mudaron de casa. Si bien es cierto que el PRD ha realizado alianzas con el PAN desde 1991, 22 en total, también es correcto decir que sólo en la mitad han salido victoriosos, y es un decir porque en todos los casos los perredistas han estado a la zaga del blanquiazul. Por lo demás, dichas alianzas sólo han sido para elecciones estatales que de ninguna manera equivalen a la elección presidencial.
Dije que era también un error conceptual, pues en las caracterizaciones de regímenes políticos hay varias: dictadura contra democracia, monarquía contra república, parlamentarismo contra presidencialismo, federalismo contra centralismo, intervencionismo de Estado contra liberalismo (neoliberalismo), etcétera. Y en todas esas combinaciones de opuestos se dan grados y matices. Sin embargo, lo que importa es el ejercicio del poder y a quiénes beneficia principalmente, pero esto lo soslayan. No es casual que en América Latina la mayor parte de su población esté más interesada en los problemas asociados a las desigualdades y la pobreza que a la democracia o el autoritarismo (no necesariamente dictatorial). En México, según el Informe de Latinobarómetro 2016, el apoyo a la democracia es de 48 por ciento, es decir no le importa a la mayoría de la población, más preocupada por la satisfacción de sus necesidades básicas que el neoliberalismo le ha restado sistemáticamente. La corrupción, cada vez más inocultable, ha calado también en la población al igual que la inseguridad pública que en México, gobierne el PRI, el PAN o el PRD, es creciente y no se le ve solución a corto plazo.
¿Qué régimen político prefieren los mexicanos? Me temo que les tiene sin cuidado si es presidencialista, semiparlamentario o parlamentario. Lo que les interesa es la mejor oferta en términos antineoliberales, es decir un gobierno distinto a los nefastos priístas y panistas, solos o acompañados pero los dos neoliberales. Si el PRD insiste en ir en alianza con el PAN, no deberá extrañarle que sea visto como un partido no sólo en declive sino también neoliberal. Si para los perredistas el presidencialismo es la principal característica del régimen político que dicen combatir, se topan con una Carta Magna que lo consagra y que no podrá ser modificada antes de las elecciones de 2018. Así las cosas, ¿qué quieren en realidad, además de tratar de evitar que el PRI o Morena triunfen? No lo dicen, pero todos sabemos que su aspiración es mantener su registro, obtener votos a la sombra del PAN y, de ser posible y bajo el supuesto de que el frente que están impulsando se concrete y gane, conseguir cargos en el gabinete que resulte. El principal problema del PRD es, sin duda, que solo y sin alianzas, no podría ganar las elecciones presidenciales ni probablemente las estatales por venir (las preferencias en su favor son las más bajas de su historia). Éste es su dilema y su laberinto del que no ha sabido salir.
De lo anterior, aclaro, no debe interpretarse que no vea defectos en Morena o en López Obrador; algunos ya los he publicado en estas páginas.
rodriguezaraujo.unam.mx