El proceso que controla la sed es bastante complejo: el cuerpo se las arregla para que consumas agua, o para ahorrar su consumo. Eso sí, hazle caso.
Por Elena Sanz
Que cuando en un soporífero día de verano te notas sediento nada te resulte más apetecible que un vaso lleno de agua -incolora, inodora e insípida- tiene una explicación fisiológica: tu cuerpo demanda H2O para recuperar líquido.
No hace mucho que sabemos que el circuito cerebral de la sed se encuentra en una zona llamada órgano subfornical, que cuenta con dos tipos de células, de encendido y de apagado. Charles Zuker y sus colegas de la Universidad de Columbia en EEUU comprobaron el año pasado que cuando las neuronas excitatorias de esta zona se activan artificialmente en ratones, la sensación de sed se vuelve permanente y los animales beben con avidez y sin descanso, consumiendo hasta un 8% de su peso corporal en agua.
En humanos, esto equivaldría a ingerir nada más y nada menos que 5 litros de agua. Es más, hasta que la señal no cesa, los roedores no dejan de beber. Por el contrario, activando las neuronas «de apagado» de este mismo circuito, los investigadores lograron que los ratones del experimento redujeran el consumo de líquido hasta un 80%.
Dado que se trata de una de las pocas regiones del órgano pensante situadas fuera de la barrera hematoencefálica, y por lo tanto en contacto directo con los fluidos corporales, conoce en todo momento si nos falta o nos sobra líquido. La motivación para beber, asegura Zuker, depende sobre todo de que estas células nerviosas estén o no activas.
La cosa no acaba ahí: que tengamos sed o no depende de más factores. El año pasado, investigadores de la Universidad de Duke en EEUU identificaron una proteína en la sesera llamada TRPV1 que detecta la temperatura corporal y el equilibrio de los líquidos del organismo.
Así, cuando identifica que nos falta líquido, o que existe el riesgo de que el exceso de calor nos haga sudar tanto que nos deshidratemos, activa las neuronas de una zona del cerebro llamada hipotálamo, que puede dar dos órdenes diferentes al cerebro: o bien sentir sed para hacernos beber o bien secretar vasopresina, una hormona antidiurética que hace que los riñones retengan agua y así evitan que eliminemos más líquido de la cuenta.
En cualquier caso, la ciencia tiene cada vez más claro que el mecanismo de la sed es lo bastante sofisticado para que escuchemos a nuestro cuerpo y bebamos sólo cuando nos demanda líquido. Sobre todo si hacemos deporte, ya que sobrehidratarse durante la práctica de ejercicio, como algunos entrenadores recomiendan, puede ser peligroso. Es lo que se conoce como «intoxicación por agua» o hiperhidratación, y consiste en la reducción del sodio en el cuerpo mientras hacemos ejercicio o en las 24 horas que siguen a la actividad física. Al beber más de lo que necesitamos, el sodio del cuerpo se diluye en el exceso de líquido y sufrimos dolor de cabeza, vómitos, confusión o incluso convulsiones. Al reducirse la concentración de sal el cerebro corre el riesgo de inflamarse, y la situación puede evolucionar hasta tener consecuencias fatales para los atletas.
La moraleja: bebe con sed, que tu cuerpo sabe cómo avisarte.