Por Jenaro Villamil. (Homozapping). Miguel Ángel Granados Chapa, columnista y periodista mexicano de referencia durante las últimas cuatro décadas, terminó así los dos últimos párrafos de su “Plaza Pública” de este viernes 14 de octubre en el periódico Reforma:
“Es deseable que el espíritu impulse a la música y a otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete.
“Esta es la última vez en que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”.
Directo, intenso, como ha sido su trayectoria, Granados Chapa nos anunció así su batalla final con un mal que lo aquejado en los últimos años y que nos hará prescindir de su “Plaza Pública” en Reforma, de su columna semanal en Proceso y de su imprescindible noticiario en Radio UNAM, pero no de su obra, de su testimonio como periodista, de su infatigable compromiso por el derecho a la información, el derecho a la crítica, a la libertad de expresión que como pocos él ha ejercido en este país, a pesar de los múltiples intentos de los poderes autoritarios por silenciarlo, incluso, por desprestigiarlo. Cómo olvidar que tan sólo a principios de este año TV Azteca y Televisa lo llenaron de improperios para desmentir una de sus columnas que fue confirmada precisamente por ambos poderes fácticos meses después: la fusión de estas empresas en Iusacell.
Granados Chapa nos ha enseñado a muchos el doble valor de la dignidad. En un país lleno de indignación y de indignidades esto no es poco decir. Dignidad para no ser cooptado por los poderes que lo cortejaron. Dignidad para mantener sus convicciones, aún cuando no coincidieran con sus amistades. Dignidad de quien sabe dónde está exactamente su poder: en la capacidad de informar y comunicar sin cortapisas.
Granados Chapa es un testimonio constante de profesionalismo en una trayectoria que cruza los grandes momentos del periodismo mexicano: desde las páginas de Excélsior, antes y durante el periodo de dirección de Julio Scherer, en las páginas de Unomasuno y La Jornada, periódicos que fundó y fue protagonista indispensable en su quehacer cotidiano, en Proceso, en la revista Mira que dirigió, en una docena de libros indispensables para conocer la realidad mexicana, en su programa en Radio UNAM, en su tenaz y generosa ayuda a las generaciones posteriores de periodistas.
Los reconocimientos a la calidad de su trabajo, a la profundidad de su compromiso democrático y a su indomable persistencia en la brega informativa han sido múltiples. La medalla Belisario Domínguez otorgada por el Senado de la República, homenajes de las principales universidades del país, el Premio Nacional de Periodismo, su ingreso a los colegios y academias de la lengua más importantes, son tan sólo algunos.
Pero el reconocimiento principal es de sus lectores, de quienes cotidianamente tenemos un referente en sus columnas, de quienes elegimos esta profesión por ejemplos como el suyo y el de muchos otros que se jugaron la vida, pero nunca la credibilidad como Julio Scherer o Manuel Buendía.
Es ésta su última batalla. Cuenta con sus lectores, sus amigos, sus familiares, sus colegas. Es el viaje a la Plaza Pública donde siempre será la lectura indicada.
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