Por Fernando Paz
RegeneraciónMx.- Poco antes de las elecciones de 2018, la guerra sucia contra el candidato López Obrador se intensificó. Las élites que manejaban los hilos del presidente-títere en turno y los partidos políticos comparsa recomenzaron con aquello de «es un peligro para México».
Los periodistas de la prensa subvencionada por el régimen, los comentaristas de noticias de las televisoras y los intelectuales orgánicos se dieron vuelo con que no sabía inglés que cómo iba a comunicarse con Trump, que si era naco, que si no hablaba bien (por los modismos y ese dejo encantador del sur de México), que el dólar iba a subir a 30 pesos, que si íbamos a ser un Venezuela y bla, bla, bla. Terminamos aplastando a la derecha en las urnas.
Uno o dos años después, estando en su apogeo la guerra ideológica en Twitter, fue cuando leí por vez primera esta atinadísima frase del político y escritor argentino Arturo Martín Jauretche (1901-1974), y que resume la polarización causada por las élites en todo el mundo: «La multitud no odia, odian las minorías; porque conquistar derechos provoca alegría mientras que perder privilegios provoca rencor»; nada que explique mejor lo sucedido en México a raíz del éxito de la izquierda en 2018 y su desempeño ejemplar en el manejo de la economía, y del rumbo que ha tomado nuestro país desde entonces.
Hemos sido testigos del desenmascaramiento total de los medios de comunicación masiva, del cobre que yace bajo el baño nanométrico de oro de algunos intelectuales consentidos por el régimen ido. Se les cayó el tinglado, se les resecó el maquillaje, se les acabó el discurso; sus ecos solo son absorbidos por quienes a su vez vieron resquebrajarse su visión de país en el que los jodidos, los nacos y los indios eran solo parte de un México detenido en el tiempo por las telenovelas, y por los programas cómicos en que los estereotipos eran necesarios para hacer reír, pero de eso a que fueran realmente parte de su diario vivir, «…pues cómo crees, si tengo carro y tengo tarjeta de crédito oro, si mis hijos no van a escuelas públicas y por las tardes están aprendiendo inglés, chusma tu abuela, pa’cabar pronto».
Ojalá esto se quedara ahí, pero hay quienes han llevado ese odio al extremo y arrebataron vidas porque pudieron, porque se sintieron cobijados por un Poder Judicial tan corrupto como ellos. «Ni los veo ni los oigo», dijo el asesino de la cínica sonrisa después de ser abucheado por la bancada del entonces valioso PRD al final de su último informe de gobierno en 1994.
Durante el sexenio de Salinas de Gortari fueron asesinados 696 miembros de ese partido y más de 900 fueron perseguidos, desaparecidos o encarcelados. «No traigo cash», contestó Ernesto Zedillo a una vendedora ambulante indígena que le ofreció unas servilletas bordadas con la imagen de la virgen de Guadalupe, causando risas entre los presentes; ese desprecio del economista por los pueblos originarios alcanzaría su clímax en 1995 en la matanza de Aguas Blancas, Guerrero y en la masacre de1997 en Acteal, Chiapas.
Felipe Calderón (a quien considero el más acomplejado de los tres expresidentes más cortos de estatura desde Salinas de Gortari) ha sido quien más desprecio y odio mostró por el pueblo. Famosas son algunas de sus frases: «En algo andaban metidos» cuando un comando ejecutó a 16 jóvenes en una fiesta en el fraccionamiento Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, Chihuahua; que la anciana de la Sierra de Zongolica, Veracruz, violada por soldados bajo su mando «…murió por gastritis» y la más cruel quizá, dirigida a jóvenes estudiantes becados por el Tec de Monterrey y asesinados a balazos dentro del campus, así como sus cuerpos ultrajados a culatazos por soldados bajo sus órdenes: «eran sicarios que iban armados hasta los dientes»; todo eso en el contexto de su brutal, impúdico e impune contubernio con el cártel de Sinaloa.
El sexenio de AMLO terminó y con él se fue el «naco», el que «tardó 14 años en titularse», el de los zapatos desgastados y los trajes sencillos, el que «no sabe hablar», el de las «puras ocurrencias para gobernar», «el chinto», el «vejete decrépito». Llega Claudia Sheinbaum Pardo y la hoy oposición demuestra que no aprendió nada: cero propuestas y toda una campaña de críticas a la presidenta por ser judía, por ser de ascendencia búlgara, por ser directa y concisa al hablar, por tener las mismas convicciones que su antecesor, porque dice las mismas frases que él, por ser «su títere», pero principalmente por ser mujer.
Esto último ha contagiado a los intelectuales de derecha y, con sus últimos coletazos, han sacado al pequeño misógino que llevan dentro. Ya sabemos de su nado sincronizado cuando de ataques se trata, así que hasta Doña Ifigenia Martínez (descanse en paz) recibió parte de esa misoginia que, al parecer, será moneda corriente en este sexenio. «También me parece que abusaron de Doña Ifigenia Martínez, la utilizaron como escenografía», dijo el pasado miércoles el saltimbanqui Gibrán Ramírez (hoy con brillante traje color naranja), sin saber que fue la misma Ifigenia que dijo «como estoy, voy a salir», al ser consultada por sus compañeros de bancada.
«Ifigenia se hizo famosa porque en el 68 el ejército la sacó a rastras de la unam (sic) pero ahora avala la militarización del país, PUERCA (sic) como todos los de izquierda» se leía en un mensaje reenviado en uno de mis grupos de WA, también el miércoles 2 de octubre.
No pregunté quién había escrito semejante muestra de desconocimiento de la carrera política de Ifigenia Martha Martínez y Hernández (1930-2024), y es que a veces resulta más penoso saber en lo que ha devenido alguien a quien (quizá) conociste en aquellos maravillosos años de juventud que el propio odio vertido en sus palabras. «La verdadera doctrina de los conservadores es la hipocresía…», dijo el escritor y cronista Carlos Monsiváis Aceves (1938-2010) entre su tanta sabiduría, yo agregaría [con humildad, Don Carlos] «…y el desprecio por todo lo que les evoque su escasa humanidad».
Sí, terminó el glorioso sexenio iniciado en 2018. Vienen otros seis años de gobernación bajo nuestras convicciones sociopolíticas y, si el Gran Espíritu me lo concede, aquí seguiré, barriendo la basura dejada por los casi 40 años de neoliberalismo en México, contribuyendo con mis letras en la defensa de los más necesitados y, especialmente, siendo ayuda idónea de la mujer mexicana representada hoy mejor que nunca por Claudia Sheinbaum Pardo en el puesto público más relevante de nuestra unión patria.
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