Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx, 14 de octubre de 2024.- La lengua, como sabemos, es un código complejo que consiste en combinaciones de sonidos que se producen con el aparato fonador, Estas secuencias de sonidos forman palabras, y las palabras a su vez oraciones.
El cerebro del interlocutor, que comparte este mismo código, lo decodifica y lo relaciona con un significado. Ambos hablantes, que entienden el código y son capaces de comunicarse a través de él, forman parte de una comunidad; no en términos geográficos, sino en términos de que tienen algo en común. Igualmente, ya hemos explicado cómo una lengua adquiere características particulares dependiendo de la región, lo cual genera variantes a las que llamamos dialectos.
Otro fenómeno recurrente en la lengua es la creación de jergas, que consisten en formas expresivas alternativas que se relacionan con un grupo social, o bien, con un gremio en particular. Puede tomarse como jerga el fenómeno conocido como caló o slang, que se da frecuentemente en núcleos urbanos y que consiste en una cierta gama de expresiones utilizadas por grupos generalmente juveniles en el contexto de la calle. Va un ejemplo:
«Al chile no me late ese carnal. No sé, como que lo siento medio malvibroso y parece que nomás nos anda campaneando para luego pasarse de lanza cuando nos apendejemos, papi».
En el slang se sustituyen palabras que se utilizan de manera convencional por otras que generalmente tienen un uso metafórico. Por ejemplo: campanear se refiere a estar vigilando en busca de un descuido, donde se infiere que, quien lo hace, se mantiene expectante con un vaivén acompasado como el de una campana. Hay que hacer notar algo en lo que a veces no repara quien, desde una perspectiva de desconocimiento e incluso cierto clasismo, estigmatiza al slang como poco menos que un pecado. El slang es siempre hijo de su tiempo y espacio.
Por más que la industria cultural lo caricaturice y lo ejemplifique casi siempre igual, éste va cambiando con el tiempo y adquiriendo nuevas características que satisfacen la necesidad de los hablantes. Incluso hay un slang de sabor muy norteño que trasciende a su propia región gracias a las redes sociales. Uno de los ejemplos más palpables es el de la palabra verga, que, abandonando su inherente connotación fálica, se utiliza simplemente para designar a un individuo cualquiera: Ejemplo:
«Díganle a ese verga que si no trae uniforme, mejor ya ni se presente al jale mañana».
Existen muchas variedades de slang en distintos núcleos urbanos, suburbanos y rurales del vasto universo de hablantes del español. Sobra decir que lo mismo pasa con el resto de lenguas. A mayor población y extensión sobre el territorio, mayor es la posibilidad de que estos fenómenos se susciten.
Durante el auge de la moda chola, nacida como una continuación de los pachucos, mayormente en la ciudad de Los Ángeles y sus alrededores desde la década de los 80, esta tendencia permeó hacia otras ciudades junto con la música hip-hop, que popularizó el slang propio de los cholos entre los adolescentes de las grandes ciudades durante la segunda mitad de los 90. El concepto de barrio como sentido de pertenencia estaba muy presente.
A la postre, esta moda se diluyó y solo quedó presente en la región donde se originó, pues en lugares como la ciudad de México, nunca dejó de ser solo una moda. Esto demuestra que, al diluirse un fenómeno social, también lo hace el subcódigo de la lengua que lo acompaña.
Otro muy popular ejemplo de subcódigo es el lunfardo, un slang sumamente popular en Argentina y Uruguay, dentro de la región conocida como Río de la Plata. Se trata de una serie de verbos, sustantivos y adjetivos provenientes en su mayoría del italiano, a causa de las migraciones y el movimiento propio de una ciudad portuaria como Buenos Aires. Sin embargo, también se identifican palabras de origen africano y otras de las lenguas originarias de la región.
«Dejate de joder, chabón. Si no dejás la falopa, andate a la puta que te re-mil parió, pero después no me vengás con que te zafe de la cana. Que te re-caguen a trompadas y te afanen la guita por boludo».
Queda como tarea al lector abrevar en los múltiples glosarios de lunfardo que se pueden encontrar en la red. Nunca me han gustado las “traducciones” que pretenden establecer una especie de ranking de prestigio no solo entre lenguas, sino también entre jergas, como cuando en español algunos dicen que la manera correcta de nombrar al chicharrón en salsa verde es ‘corteza de cerdo en salsa esmeralda’. Como chiste es tolerable, pero no tiene sustento alguno.
Precisamente en esta ponderación de que existe a nivel popular sobre la elegancia en la práctica de la lengua, Lorenzo Córdova, otrora secretario presidente del INE, en una de sus intervenciones en Latinus, ya en su calidad de opinólogo de derecha, dijo que se rehusaba a llamar “mañanera” a la conferencia matutina de AMLO, bajo el argumento de que no adoptaría «la neolengua del dictador».
No era la primera vez que Córdova utilizaba la literatura de ciencia ficción de mediados del siglo XX para hacer declaraciones de intenciones desde el privilegio. En 2015 mencionó Crónicas marcianas de Ray Bradbury al describir como “surrealista” un encuentro con el jefe de la nación Chichimeca y ridiculizar su forma de hablar.
Cuando Córdova utiliza el término ‘neolengua’ hace referencia a una jerga que el gobierno totalitario Ingsoc trata de imponer entre sus gobernados para anular su pensamiento crítico y estandarizar el habla previniendo fisuras ideológicas. En la versión original, el término era ‘newspeak’ y consistía, al igual que en su traducción al español, de aglutinar conceptos de dos o más palabras en una sola, como: doblepensar, crimental, nopersona, doblemasquebueno, piensabien, caracrimen, entre otras.
Todo ello sucede en el libro 1984 de George Orwell, quien se sintió decepcionado cuando el ejército soviético abandonó a su suerte al bando de los republicanos en el desigual conflicto de la Guerra Civil Española y echo mano de su capacidad creativa para componer una novela que denunciara los males de los regímenes totalitarios.
Sin embargo, la ofensiva comparación que hace Córdova, y que lleva implícito un alarde de bagaje literario, simplemente es una muestra de que AMLO pudo derrotar a la derecha no solo en lo referente al discurso de fondo, sino también en cuanto a hacer más accesible la politización para todos los estratos sociales a base de manejar un léxico del que fue haciendo acopio durante su carrera política, y que se volvió parte esencial del movimiento social que encabezó.
Popularizó expresiones como chayote, chayotero, chicanada, cochupo, señoritingo, fifí, chinto, chairo, neoliberal, conservador, gatopardismo, etc. Ninguna de esas palabras es un neologismo (palabra de reciente creación), pues, de hecho, algunas de ellas son arcaísmos (palabras antiguas casi en desuso) que se utilizaban en círculos muy concretos de la política, cuando ésta era una ciencia vedada para el grueso de la población y solo era conocida como la jerga particular de cualquier otra área de conocimiento. Sin embargo, AMLO supo utilizarla para clarificar el mensaje político y evidenciar las peores prácticas del régimen de saqueo.
Dado que esa jerga es un subcódigo dentro del español que actualmente identifica a quienes apoyan al movimiento político llamado Cuarta Transformación, era de esperarse que los antagonistas de distintos estratos sociales, aberren de estas formas expresivas, las eviten y las estigmaticen como una jerga propia de aquellos a quienes consideran sus antagonistas y a quienes dotan de características negativas, por lo que jamás reproducirían esas palabras que “afean” o “destrozan” el idioma, como pomposamente se suele afirmar desde el desconocimiento y la intolerancia cuando no nos gustan otras versiones de la lengua y pensamos que la nuestra es la “correcta”.
Existe otro subcódigo dentro del español de México con muy interesantes particularidades semánticas y morfológicas, pero que no necesariamente es marca de identidad en algún grupo social concreto, sino que se utiliza como un vehículo de socialización con fines lúdicos. Se trata del albur, cuya vigencia y vastedad discutiremos en una próxima entrega.
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