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Sanders lamentablemente tiró la toalla, dejando a los electores estadunidenses sin opciones dignas para la elección presidencial.
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La esperanza no es Killary, sino el enorme potencial del pueblo mexicano movilizado y organizado para cambiar el destino nacional.
Por John M. Ackerman.
Estados Unidos (EU) no es un país democrático. Allí no gana quien convence con sus propuestas, sino quien cuenta con mayor respaldo de las redes de corrupción pública y privada. La única razón por la cual Hillary Clinton hoy aventaja a Donald Trump hacia la elección presidencial de noviembre es porque cuenta con el apoyo de la oligarguía financiera y el poder político del país vecino.
La campaña de Clinton ha recaudado un total de 375 millones de dólares, en comparación con los 99 millones de Trump (véase). Clinton lleva una ventaja contundente en donaciones de parte de los capitanes de todos los sectores claves de la economía estadunidense: defensa, bancario, agroindustria, energía, tecnología, etcétera. Estas contribuciones serían estrictamente ilegales si las avanzadas leyes mexicanas en materia de financiamiento electoral fueran vigentes del otro lado de la frontera.
Clinton también cuenta con el apoyo irrestricto del gobierno en turno. Tanto el presidente como el vicepresidente en funciones, Barack Obama y Joseph Biden, participan activamente en su campaña, gastando enormes cantidades de recursos públicos en actividades proselitistas. La semana pasada, ambos funcionarios participaron durante sus horas laborales en la Convención Nacional del Partido Demócrata para expresar su apoyo decidido para Clinton. Este intervencionismo gubernamental en las campañas también sería ilegal en México.
El Partido Demócrata manipuló las elecciones internas con el fin de asegurar que Clinton fuera su candidata en lugar de Bernie Sanders. La más reciente filtración de Wikileaks demuestra que los altos funcionarios del partido celebraron pactos con donantes, medios de comunicación y el gobierno de Obama con el fin de cerrarle el paso al candidato socialista. A ello hay que agregar las denuncias públicas de Sanders durante la campaña sobre la exclusión de votantes independientes de las elecciones primarias y la abierta parcialidad de los superdelegados, congresistas nombrados por dedazo por el partido, hacia Clinton.
Un eventual gobierno de Clinton sería aún peor que el de Obama para México y los mexicanos. Obama jamás logró establecer una vía clara hacia la ciudadanía para los millones de connacionales que contribuyen generosamente con su trabajo a la economía de EU. Las tibias «acciones ejecutivas» de Obama en la materia ya fueron revertidas por los juzgados federales. El ocupante de la Casa Blanca ha deportado más personas, casi 3 millones, que cualquier otro presidente en la historia del país. El actual mandatario también ha fomentado la militarización tanto de la frontera de EU con México como de la frontera entre México y Guatemala.
La política exterior de Clinton, sin duda, será aún más intervencionista, violenta y neoliberal que la de Obama. Cuando era secretaria de Estado, Clinton dio la espalda a los gobiernos progresistas democráticamente electos tanto de Honduras, con Manuel Zelaya, como de Paraguay, con Fernando Lugo, frente a los golpes orquestrados por la derecha. El resurgimiento de la derecha autoritaria hoy en Brasil, Argentina y Venezuela se debe en gran medida al encono sembrado durante el paso de Clinton por el gobierno. Con Clinton en la Casa Blanca, el narcogobierno comandado por Peña Nieto será aún más respaldado por Washington que ahora.
Julian Assange tiene razón cuando señala que elegir entre Clinton y Trump es como elegir entre morir de cólera o de gonorrea. Los demócratas y los republicanos no defieren con respecto a la necesidad de defender a Washington de la «amenaza» latinoamericana, sino sólo sobre las estrategias más apropiadas. Por ejemplo, durante la más reciente visita de Peña Nieto a Washington, Obama argumentó que un presidente servil y entreguista como Peña Nieto es aún más efectivo que un muro para garantizar los intereses de Estados Unidos en el hemisferio.
Biden lo djio en todas sus letras durante su intervención durante la Convención Demócrata: «Nosotros siempre avanzamos. El siglo XXI será el siglo de América [sic]. Nosotros somos dueños de la línea de meta. ¡No lo olvides!»
Sanders lamentablemente tiró la toalla, dejando a los electores estadunidenses sin opciones dignas para la elección presidencial. En contraste, en México la nueva izquierda rebelde no se deja vencer tan fácilmente. Gracias a la constancia de Andrés Manuel López Obrador, Morena ya rebasó a la vieja «izquierda» vendida del PRD. La esperanza no es Killary, sino el enorme potencial del pueblo mexicano movilizado y organizado para cambiar el destino nacional.
Armando Morales Jarquín, mártir en la lucha por la democracia. Justicia ya.
Twitter: @JohnMAckerman