La ciudad que sobrevive

El preámbulo de la Constitución Política de la Ciudad de México, promulgada el 5 de febrero de 2017, se abre con una cita atribuida a Tenoch: En tanto que dure el mundo, no acabará, no perecerá la fama, la gloria de México Tenochtitlán.

Por Bernardo Bátiz V.

Regeneración, 21 de octubre del 2017.-La Ciudad de México tiene casi 700 años de historia; desde la llegada de los aztecas al nopal en la peña en medio de la laguna, con el águila y la serpiente, como habían dicho las profecías. El preámbulo de la Constitución Política de la Ciudad de México, promulgada el 5 de febrero de 2017, se abre con una cita atribuida a Tenoch: En tanto que dure el mundo, no acabará, no perecerá la fama, la gloria de México Tenochtitlán.

Desde entonces ha sobrevivido a todo: inundaciones, terremotos, guerras civiles, invasiones extranjeras y malos y buenos gobernantes; de los primeros ha sufrido a muchos, a todos los ha superado y dejado atrás; la ciudad sigue adelante, ha sobrevivido también a los buenos que han sido pocos y que aportaron lo suyo aun cuando fuera de buena fe.

Desde siempre es un centro de poder. Hoy lo es en lo administrativo, financiero, religioso, cultural y educativo. Aquí están los poderes públicos federales, los bancos y la Bolsa de Valores. Aca se encuentra la sede del Arzobispo Primado de México y el santuario más visitado de América y quizá del mundo. En su territorio tiene los centros educativos más importantes, la UNAM, el Politécnico, la Normal Superior, el Colegio Militar, la Universidad Pedagógica Nacional y muchas escuelas privadas de primer nivel.

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La Ciudad de México tiene supremacía sobre su entorno, es sede de autoridad; fue la capital de Mesoamérica, ha sido también de un reino, el de la Nueva España, de dos imperios; lo mismo de la República Centralista que de la Federal. Bernardo de Balbuena cantó su gloria en Grandeza mexicana en los inicios del siglo XVII; Humboldt la describió como la Ciudad de los Palacios; Alfonso Reyes como la región más transparente y Carlos Fuentes expresó de ella que es una ciudad de ciudades.

El sismo de hace poco, la tomó desprevenida y la zarandeó bien y bonito para despertarla de una especie de modorra color de rosa por la que estaba pasando. El temblor demostró que el pueblo de la capital no sólo está bien informado y es el más politizado, sino que sabe movilizarse cuando se requiere. Especialmente los jóvenes, que en los momentos inmediatos a la tragedia sacaron sus herramientas, improvisaron brigadas, acarrearon escombros y salvaron vidas.

Quienes no han estado a la altura han sido las autoridades, ni las federales ni las locales. Desde el mismo día del temblor se anunciaron donativos de naciones amigas, de instituciones nacionales e internacionales y vimos que la solidaridad humana está viva y pudimos leer cifras que juntas deben sumar mucho para el comienzo de la reconstrucción. Las autoridades procedieron lentamente; ya te-nían el tránsito de la ciudad complicado con estrangulamientos de calles, prohibiciones absurdas y orejas en las esquinas, islas en cruceros y postes, macetones y mesas en espacios por los que antes circulaban los vehículos de motor que cada vez son más.

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El tránsito era difícil y con docenas de edificios derruidos se cerraron más calles, se inventaron desviaciones y se congestionaron todavía más calles y vías rápidas; el paso de vehículos y peatones se complicó, el ingenio de los capitalinos ha logrado encontrar nuevas rutas, atajos y vías alternas para que la ciudad no quede congelada.

Ahora nos anuncian que el dinero para la reconstrucción se entregará por medio de créditos blandos; el capital que fue donado no es del gobierno, es de los damnificados y por tanto se les debe entregar como el cumplimiento de una obligación y no como el otorgamiento de un préstamo, que tendrá que pagarse, esto está claro y los ciudadanos protestan por la falta de claridad en este punto.

Esperemos de las autoridades que estén a la altura de la historia de la ciudad y del compromiso de sus habitantes; que paren las grandes construcciones que tanto daño han causado, que administren con honradez y eficacia lo que reciben; que se pongan las pilas.