Por Soledad Loaeza/ La Jornada*
Los partidos políticos se forman para representar la pluralidad y la diversidad de una sociedad, las fracturas que la caracterizan: de orden ideológico, socieconómico, religioso, étnico o profesional. Dan voz y voto a los distintos intereses y las preferencias que se manifiestan en la sociedad, y los guía una vocación de poder que, en principio, los distingue de grupos altruistas que se forman para articular las demandas de ciudadanos organizados en torno de intereses o preocupaciones comunes, pero que no pretenden acceder al poder. Sin embargo, la historia de los últimos 30 años ha visto cómo muchos de estos grupos terminan convirtiéndose en partidos o en empresas de grandes vuelos. El Partido Verde Ecologista de México (PVEM) es un ejemplo extraordinariamente exitoso de una organización construida a partir de un tema legítimo, la defensa del medio ambiente, que nació como partido para convertirse en una empresa privada. En ella han desarrollado un talento peculiar, no necesariamente político, jóvenes ambiciosos que, de no existir el partido, serían los alegres intermediarios o lobbistas (cabilderos) que abren las puertas del Congreso a los empresarios, ocupación que no requiere de mayores competencias que tener contactos en la vieja élite del PRI o en la élite empresarial, saber sonreír y hacer caravanas doblando el espinazo. No hay más que ver los curricula de los legisladores verdes: el que no trabajó en la CIRT lo hizo en el PRI.
La existencia del PVEM se justificaría porque en la segunda mitad del siglo XX surgieron los partidos temáticos, por así llamarlos, que se formaron en torno de un asunto en particular. Así nacieron los partidos verdes, en primer lugar en Alemania, donde un grupo de ciudadanos preocupado por el medio ambiente y la protección de los recursos naturales gradualmente se convirtió en partido político. Esta evolución fue hasta cierto punto una sorpresa, dado que los verdes habían nacido también de la crítica a los partidos que, decían ellos, eran insuficientes, ineficaces y poco representativos. Esta postura revela el vínculo de los verdes alemanes con los movimientos de protesta estudiantil de los años 60. Daniel Cohn-Bendit, el líder rojo del movimiento parisino de 1968, fue varias veces eurodiputado por el Partido Verde alemán. Por esa misma razón, la plataforma con la que los verdes accedieron al Parlamento fue progresista y de avanzada en temas de género, inmigración, la política económica y social. Joschka Fisher representa, a mi manera de ver, uno de los momentos más interesantes de la política exterior alemana reciente.
Por esa misma razón, es hasta una falta de respeto que el PVEM se ostente como partido verde, incluso después de haber sido ignominiosamente desconocido por la organización Partido Verde Europeo en 2009. Su propuesta de introducir la pena de muerte en el Código Penal era inaceptable para los eruopeos; sin embargo, este era sólo uno de los puntos de discrepancia entre el esperpento que es el PVEM y los auténticos partidos verdes del mundo, que sostienen posiciones cercanas a la socialdemocracia e incluso más a la izquierda de ella. Basta con leer el programa y los principios de la fundación política alemana Heinrich Böll para atisbar la distancia abismal que separa a los verdesde aquí de los demás verdes del mundo. Los verdes mexicanos ya renunciaron a la pena de muerte, pero el talante autoritario permanece, dado que ahora proponen 140 años de cárcel a los delincuentes de su elección. De los derechos humanos ni se acuerdan, pues es un tema que de plano no les interesa.
Un nutrido grupo de ciudadanos ha demandado que se cancele el registro al PVEM porque en forma reiterada ha violado las disposiciones de la ley en materia de campañas políticas. Con una insolencia digna de adolescentes reprobados, los verdes, ellos tan guapos, han prestado oídos sordos a las exigencias del INE de que retiren los regalos que ofrecen a los potenciales votantes. Tal parece que han hecho de la burla de las disposiciones legales una estrategia de campaña. “Miren, miren, qué chichos somos que podemos burlar las reglas y no pasa nada.”
Es cierto que es muy posible que no puedan modificar su comportamiento tan majadero porque no entienden que su trabajo es legislar. Si entramos a la página del partido en la red nos encontramos con unos principios y un programa notables por la economía de palabras y de ideas. Escuetos, anuncian La tendencia política del Verde es la ecologista. Vaya usted a saber eso qué quiere decir, pero ¿y luego? Nada. Luego pasamos a las propuestas que presentan con imágenes, ¿cómo si no? Las palabras no se les dan. Tal vez por esa razón los gobernadores de Chiapas y de Puebla nos recetan una imagen suya diaria en los periódicos –por cierto, al igual que el gobernador del estado de México… ¿cómo se llama?, el que sucedió a EPN–. El programa del PVEM son dádivas: becas, vales, vales y becas.
Cuando cuenta su historia, el PVEM se refiere a un inicio completamente inocuo, en el que en 1979 un grupo de vecinos de San Ángel se reunió para limpiar el río de ese nombre. No obstante, en 1991 a un priísta astuto se le ocurrió convertirlo en partido. La vieja estrategia de dispersar el voto de la oposición fue la partera de este nacimiento y, como ocurre siempre, el engendro creció y se convirtió en un pequeño Frankenstein que hoy socava la autoridad del INE y desprestigia a los partidos. Más allá de los casos de corrupción que ha personificado, representa intereses que ya están representados por otros partidos o que no necesitan representantes porque intervienen directamente en el diseño de las políticas de gobierno. Por todo esto y mucho más, me sumo a los que han exigido la cancelación de su registro.
Regeneración 7 de mayo del 2015. Fuente: La Jornada.