La lámpara de escritorio

Por Edgar Andres Ruiz Perez

(*)Es mi orgullo haber nacido en el barrio más humilde

Alejado del bullicio y de la falsa sociedad

Yo no tuve la desgracia de no ser hijo del pueblo

Yo me cuento entre la gente que no tiene falsedad

RegeneraciónMx.- En la plaza la gente no se iba, la música sonaba desde un equipo de sonido dispuesto en un remolque de tráiler. La multitud se había congregado desde el mediodía en víspera, ya eran las 4 de la madrugada y parecía que cada momento llegaban más y más.

El aire frio se colaba entre los vetustos edificios que circundan el Zócalo y obligaba a la gente abajo a sacar sus sombreros, zarapes, jorongos y chamarras, cada uno representativo de la región de procedencia; algunos acampaban en las orillas donde mujeres dormían con sus hijos mientras los hombres cuidando afuera, tomaban café o atole.

Cosa rara, casi no había alcohol. Y no porque la autoridad estuviera vigilante, sino que por alguna razón quienes estaban ahí no necesitaban más alcohol que para calentarse, y porque querían vivir lo que venía en pleno juicio; buenos y sanos, como dice la gente.

Pero la gran mayoría se mantenía estoica cantando, bailando y vitoreando, ondeando banderas, pintando mantas, haciendo ramos de flores.

Había feria, había una fiesta. Un país estaba congregado en esa plaza del Zócalo de México. 

Los carros de tamales y buñuelos se multiplicaban. Tacos y tortas aplacaban el hambre, a estas horas, se requieren fuerzas para aguantar todo el día. 

Los puestos de peluches y banderas, camisetas, tazas, sombreros y gorras no dejan de venderse, memorias USB con horas de videos bajados de internet que decían “Lo mejor de AMLO 2018-2024”.

En una carpa enorme la manteca hervía lista para recibir decenas de canales de puerco mientras afanosas mujeres preparaban salsas y las arroceras estaban puestas para cocer arroz por costaladas. El aroma delicioso de las carnitas se confundía entre el aire helado chilango. En los delantales se leía que venían de Michoacán. 

Mas allá en unas camionetas con placas veracruzanas calentaban unos hornos donde metían enormes zacahuiles y en tinas, chiles con cueritos en vinagre preparado para acompañarlo esperaban para ser servidos. 

La plaza se preparaba para una gran fiesta, fiesta del pueblo, donde el que llega come y baila, nada le hace que no esté invitado. No se ocupa invitación. Todos son bienvenidos.

Mientras la banda sobre el remolque tocaba El Hijo del Pueblo, un mariachi se preparaba para arrancar a tocar a las 5, les habían pagado dos horas, pero igual regalaban 1 hora más -dependiendo el ambiente- platicaban entre ellos. El pago había llegado desde una cuenta en Estados Unidos.

En una gran lona detrás del tráiler se leía en letras grandes: Amor con amor se paga.

Parecía 15 de septiembre, pero esa noche había sido hace 15 días exactamente.

(*)Mi destino es muy parejo, yo lo quiero como venga

Soportando una tristeza o detrás de una ilusión

Yo camino por la vida, muy feliz con mi pobreza

Porque no tengo dinero, tengo mucho corazón

En una ventana que daba a la plaza observó durante un rato lo que pasaba abajo. Corriendo apenas una cortina para mirar desde ahí. La oficina presidencial estaba solo alumbrada por un candelabro a media luz y una pequeña lámpara de escritorio que él había encendido.

No pudo evitar evocar ese barrio más humilde de donde salió un día, en Tabasco a buscarse un futuro al entonces Distrito Federal, y halló cobijo en la Casa del Estudiante Tabasqueño. Recordó la tienda de Don Andrés y Doña Manuelita, “La Posadita” le llamaban. Y luego enfrentar a la enorme ciudad a los 19 años. Los primeros días se perdió entre las calles sintiendo miedo genuino de tan enorme monstruo. Ni siquiera se imaginó en esos días que ese monstruo se le entregaría años después con amor tan verdadero como el miedo que le inspiro siendo jovencito.

Llego a Jefe de Gobierno del DF y la gente lo bautizó cariñosamente como “El Peje de Gobierno”. Y la ciudad cambió, tuvo esperanza. No tardaría en iniciarse un romance que se extendió al país entero. Se lanzó a recorrer cada camino, brecha y carretera, cruzando sierras, ríos y desiertos hablando de democracia y justicia para los más desprotegidos. A veces frente a cientos, a veces frente a 5 o 6 gentes. En un camión urbano le aplaudieron, en otra ocasión en un retén militar se puso a hablarles a los soldados y su mirada se cruzó con un joven soldado cuando les dijo “ustedes son pueblo uniformado” y el militar asintió. 

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–No te has dormido Andrés Manuel, al rato vas a estar todo ojeroso –Una cariñosa voz le saco de sus pensamientos. Era Beatriz que llego con una taza de té de canela, galletas y un abrigo. –Tómate este tecito, para que no estés así nomás  –Gracias, y si dormí, pero tenía algunos pendientes aún.

– Que buena esta la fiesta afuera, ya hasta se hizo el baile. ¿No creí que tuvieras tantos corridos que te han hecho, eh?  –dijo Beatriz mientras se asomaba por la misma ventana donde el miraba hacia un momento. –No se van a ir, creo que está llegando más gente. No te dejan Andrés… –Nunca me han dejado, es un gran pueblo, me han cuidado, me han alimentado y ahora me acompañan esta noche, ¿ya ves por qué me levante Beatriz? – Lo sé Andrés, lo sé. Sé que los quieres, y eres correspondido.

-A ti también te quieren, no digas que no, ¿recuerdas las señoras en Durango cuando nos enseñaron su escuela arreglada? Y empezaron a llorar de que ya tenían luz, baños, agua y tú también estabas emocionada y se te salieron las lágrimas, y mucha gente así, a ti también te quiere la gente. – Dijo mientras ordenaba algunas cosas en el escritorio alumbrado por la luz – Y cuando fuiste a la Casa Blanca y a todos esos países representándonos, ¡te lo reconocieron! ¡Y tus Fandangos por la lectura!

Beatriz no dijo nada, volteó y alcanzó a verla secándose los ojos mientras contemplaba la plaza por la ventana. No lo decía, pero bien adentro sabía que había aprendido a querer a ese pueblo que se les entregaba con sinceridad.

¿Cuantas veces tuvo miedo de que algo le pasara a su marido?, y el pueblo lo cuido siempre. Los defendió y tomó las calles para hacer sentir la fuerza incontenible de una nación en movimiento.

-Te dejo, voy a guardar alguna ropa y otras cosillas – le beso en la frente y salió. 

(*)Descendiente de Cuauhtémoc, mexicano, por fortuna desdichado

En los amores, soy borracho y trovador

Pero cuántos millonarios quisieran vivir mi vida

Pa’ cantarle a la pobreza sin sentir ningún dolor

Volvió el silencio al despacho enorme alumbrado por esas luces mortecinas, lleno de historia entre sus muebles de maderas finas.

Desde afuera llegaba el sonido de las porras: “¡Presidente, Presidente, Presidente!”, “¡Es un honor, estar con Obrador, Es un honor, estar con Obrador, Es un honor, estar con Obrador!”, parecían cada vez más voces.

5 de la mañana. El mariachi encendió el corazón de los presentes con el Son de la Negra y la emoción y el grito de la gente llegaron hasta el escritorio.

Sacó de los cajones algunos recuerdos para echarlos en unas cajas que la ayudantía le había acercado. En algunos le habían puesto etiquetas sobre dónde y cuándo se los dieron. Nada se tiró, salvo lo que no pudo conservarse.

Un ramo de flores secas. La etiqueta: Metlatonoc, Guerrero 19/01/2021. Ahí inicio la campaña de 2006. Ese ramo de flores era un tesoro muy preciado, se lo dio una niña cuando regresó ya como presidente a inaugurar el camino artesanal a la cabecera municipal. ¡Cuánto le conmovió el darse cuenta que las flores del campo fueron amarradas con la misma liga del pelo de la niña!. Para una criatura en tales condiciones, una liga de cabello era darlo todo. Y era un tesoro.

Y los niños.

¡Hermosos niños mexicanos!… se sintió de pronto insuficiente, que faltó mucho por hacer, más escuelas, más médicos, más caminos, más maestros ¡más todo!  

Se quedó inmóvil al recordar que recién llegado de Washington, tras una cena de estado entre grandes dignatarios y empresarios que reían y hacían negocios, vio de nuevo las caritas sucias, con sus naricitas llenas de mocos, descalzos y apenas vestidos y sintió vergüenza.

Sintió de nuevo en sus manos, el saludo de las manos heridas y callosas de hombres y mujeres que, trabajando de sol a sol, apenas alcanzaban para mal comer. Los ancianos que trabajaban literalmente hasta el último día de su vida, hombres y mujeres que en las ciudades dormitan en el transporte público por que no completan en sus casas, distantes 3 horas de sus trabajos, que se van y llegan oscuro a sus hogares, y todavía había miserables que se atrevían a llamarlos güevones.

Pero los niños, los preciosos niños. Le decían “abuelito”… Se le rodaron las lágrimas.

Cuántas veces le llenaron el corazón de amor cuando le cantaban, cuando le gritaban, cuando lo abrazaban y le gritaban “¡presidente, presidente, presidente!” con sus voces infantiles. 

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Se acordó cuando en su Primer Informe un niño saltoó la valla metálica y se abalanzó sobre él, y el niño traía el uniforme de la selección de futbol. Alguien dijo que el futuro lo había abrazado.

Los niños y jóvenes lo querían y él iba a ellos con los brazos abiertos, como en China, NL, como en Guerrero, como en Oaxaca, como en todos lados.

Siguió guardando los recuerdos. No quería dejar ningún regalo del pueblo. Llevaba decenas de cajas.

(*)Es por eso que es mi orgullo ser del barrio más humilde

Alejado del bullicio y de la falsa sociedad

Yo compongo mis canciones pa’ que el pueblo me las cante

Y el día que el pueblo me falle, ese día voy a llorar

Amanecía y los primeros rayos del sol empezaron a dar sobre la Plaza de la Constitución en este 1º de octubre de 2024. Volvió a asomarse al Zócalo. Estaba lleno y el Cielito Lindo entonado por miles de gargantas precedió a Las Mañanitas. Sonrió con nostalgia al ver ya puesto el escenario grande para el acto de la tarde, acto en el cual el ya no estaría presente.

Esa plaza que rugió furiosa en el desafuero, que lo acompañó en la tristeza ante el fraude, que gritó jubilosa en 2018 ahora le estaba cantando. No quiso pensar desde cuando en este lugar el pueblo danzó y cantó por iniciativa propia ante un Tlatoani, Virrey, Emperador, dictador o presidente. Cerró la cortina y en ese momento se dio cuenta que no volvería a ver esa plaza desde Palacio.

Regresó al escritorio. Guardó unas últimas cosas. El despacho estaba limpio. Cuando llegó hace 6 años, lo limpiaron solo por encima, había polvo acumulado en cajones y entre los libros. Todo a oscuras. Él tuvo que encender la luz cuando entró por primera vez.

Salió un “amlito” tejido a mano por una abuelita del norte del país. Lo guardo en la bolsa del abrigo.

Se hizo el silencio, vio su reloj, era hora del izamiento de bandera. Después la fiesta continuaría, el mariachi había regalado otra hora. La luz de la lámpara de escritorio iluminaba aún la estancia, la claridad apenas entraba por las cortinas y el té se había acabado.

Tomó una hoja y pluma: “Querida Claudia, tienes ante ti… – Arrancó la hoja, la hizo bola y la echó en su abrigo. “Presidenta Claudia, quiera usted al pueblo, respételo, cuídelo. Se los encargo mucho. Con aprecio, Andrés Manuel”. Dejó la hoja bajo la lámpara.

Entró personal de la ayudantía. Les indicó que cajas había que sacar y poner en la mudanza, pidió que le enviaran a Palenque todo y que le mandaran la cuenta para pagar la paquetería.

En ese instante comenzó a escucharse desde la plaza, pero con más fuerza “¡Es un honor, estar con Obrador, Es un honor, estar con Obrador!”. Ambos sonrieron, la muchacha de ayudantía lo miró con ternura y se le arrasaron los ojos. Él le correspondió con una pequeña caricia en la mejilla antes de que ella saliera con la taza del té. No se dijeron más palabras. 

Fue hacia el escritorio y tomó las llaves, cerró los cajones y miró que no se hubiera quedado nada. Respiró hondo, como para convencerse que ahora si ya había hecho su parte. Era hora de ir a casa.

Llego una oficial del ejército – Señor Presidente –Andrés Manuel  –atajo, –La Dra. Beatriz está lista para salir –Gracias, iré en un momento. –Señor…ha sido un honor servirle –se le quebró la voz –El honor ha sido mío m’ija. Se permitió ser paternal. Un apretón de manos y le sec+o unas lagrimitas en los ojos de la soldado. Metió las manos al abrigo y le regalo el amlito tejido. “es para que no me olvide –¡Nunca, señor!”

Antes de cerrar el despacho, echó un último vistazo. Se detuvo por un instante y con firmeza cerró la puerta. Se despidió de la soldado, entregó las llaves, enfiló al pasillo y bajó las escaleras en penumbras. Sus pasos resonaban mientras caminaba rumbo a la historia. No miro atrás. 

En el escritorio, dejó la luz encendida.