Un racismo diseñado durante el primer sexenio del PRI, el de Miguel Alemán, el charrismo sindical, el anticomunismo galopante y la corrupción institucionalizada.
Por Pedro Salmerón Sanginés /I
México es un país racista. Los mexicanos practicamos sistemáticamente esa forma de discriminación contra nuestros compatriotas que tienen un color de piel más oscuro, contra los indígenas y los afroamericanos, contra los inmigrantes, contra los extranjeros y contra todos aquellos que nos parecen diferentes e inferiores.”
Con ese provocador párrafo, que suscribo, inicia México racista: una denuncia, de Federico Navarrete (Grijalbo, 2016). Un ensayo sobre las formas y los mecanismos de la práctica cotidiana de esa forma de discriminación (que se suma a otras: marginamos y agredimos a las personas por ser mujeres, por ser homosexuales o transexuales, por no ser católicos, por ser demasiado jóvenes o demasiado viejos, por ser extranjeros, por hablar español con acento distinto). De todas esas formas de exclusión, el racismo es una de las más dañinas. Discrimina a las personas por su color de piel, la forma de su cabello, sus rasgos faciales y su cultura, su forma de vestir, de pensar y de hablar.
Para Navarrete, las razas no existen, pero sí el racismo (en la próxima entrega definiremos ambos términos). Un racismo que no se restringe a la vida cotidiana ni a lo cultural (que Navarrete revisa y discute en los capítulos 2, 3 y 4 de su libro), sino que es parte central de nuestra vida pública en sus aspectos más siniestros: el desprecio racista por los indígenas y los pobres los invisibiliza a los ojos de los medios de comunicación y de amplios sectores de la sociedad (entre ellos los dominantes), lo que ha permitido que cientos de miles de mexicanos hayan sido asesinados, desaparecidos, torturados y secuestrados en las décadas recientes: la necropolítica de la desigualdad, la llama Navarrete.
El terrible hecho de no saber a ciencia cierta cuántos mexicanos han muerto en la “guerra contra el narco”, cuántas mujeres desaparecieron para ser asesinadas en Ciudad Juárez desde la década de 1990, cuántos inmigrantes centroamericanos han sido víctimas de abuso y ejecutados, demuestra lo poco que a los sectores dominantes de la sociedad le importan esas mujeres y hombres, casi todos de piel oscura y muchos de ellos indígenas. Eran secuestradores y asesinos, vil basura, para qué los querían vivos, cita Navarrete una opinión entre muchas, en torno a las 22 personas asesinadas en Tlatlaya, estado de México, el 30 de junio de 2014. Eran ilegales, eran extranjeros, eran pobres e indios, se sugirió de los centroamericanos encontrados en las fosas de San Fernando en 2010. Eran putas aquellas mujeres exterminadas en la frontera, aquejadas por una quíntuple marginalidad (ser mujeres, ser pobres, ser jóvenes solas, ser inmorales y también ser morenas).
¿Por qué en ese escenario del horror y la invisibilidad, los 43 normalistas de Ayotzinapa sí son visibles? Porque fue inocultable la participación del Estado en la tragedia de Iguala, de manera directa en el nivel municipal y permitido y solapado, por lo menos, por las complicidades y omisiones de los niveles estatal y federal. También, porque no fue posible invisibilizarlos: por más que los voceros del régimen se dedicaron con ferocidad a descalificar a la normal de Ayotzinapa, resultó evidente que los desaparecidos eran jóvenes indígenas que deseaban ser maestros. Y sus padres y compañeros acertaron en la insistencia de darles nombre, apellido, historia personal… cuando todos los demás son masa anónima, sin rostro ni historia, nombre ni familia. Ahí encuentra Navarrete la clave racista de los miles y miles de muertos: su invisibilidad es la trágica consecuencia de la discriminación que los hizo invisibles en vida. La invisibilización que excluye a la mayoría de los mexicanos de las representaciones culturales y de las imágenes publicitarias, que no es casual ni inofensiva, como demuestra el autor.
¿Cuál es el origen de ese racismo?, ¿cómo podemos combatirlo? Ya lo discutiremos. Permítaseme adelantar que, en su versión mexicana moderna, es en buena medida una criatura de la cultura política priísta; de la filosofía de lo mexicano diseñada durante el primer sexenio del PRI, el de Miguel Alemán, el charrismo sindical, el anticomunismo galopante y la corrupción institucionalizada.
Pd. De luto y en pie por Nochixtlán, donde los agentes de un gobierno racista dispararon contra la población. Ese racismo es parte sustancial de la feroz campaña de linchamiento mediático contra la CNTE, como muestra Navarrete en un texto (y no de los más virulentos) de Roger Bartra contra los maestros, que perfectamente “podría haber sido escrito hace 150 años (…) pues refleja el mismo desprecio hacia los sectores menos privilegiados (…) la misma descalificación basada en un falso evolucionismo (…) la misma voluntad de desdeñar de manera absoluta sus demandas políticas y económicas al reducirlas a manifestaciones de emociones viles y primarias, como el enervamiento y el rencor”.