Y, sin embargo, cinco décadas después, veo con preocupación cómo este enorme templo de la educación, la ciencia, las humanidades y la cultura, se va ralentizando por inercias internas e individuales o por las fuerzas de la globalización. No veo que la UNAM se plantee, como institución, lo que día tras día se va convirtiendo en un reto colosal, no sólo para el país o los países, sino para la humanidad entera y para su entorno planetario. La especie humana, como nunca en su historia, está en una encrucijada y la crisis es global y múltiple porque el tipo de crecimiento expansivo, cuyo motor oculto es el incremento de su población, se basa cada vez más en la doble explotación del trabajo de la naturaleza y del trabajo de los seres humanos. El planeta está bajo el dominio de un puñado de depredadores y parásitos. Este es el rasgo que hoy marca al llamado mundo moderno o industrial que a corto plazo parece conducirnos al colapso. No me canso de repetir el panorama que se contempla de aquí a 2050 con la llegada de otros 2 mil millones de seres humanos, el fin (o casi) de la energía fósil (petróleo, gas y carbón mineral), la dificultad de producir alimentos suficientes, y coronando todo ello los estragos del cambio climático que hasta ahora nada ni nadie ha logrado detener. Vivimos una situación de emergencia que es necesario enfrentar y revertir. Reconocer y asumir la crisis de la civilización moderna significa revisar a profundidad los valores que hoy prevalecen e inventar nuevos paradigmas. Por ello, la crisis de la modernidad no sólo es un reto, sino una oportunidad para repensar el sentido y la orientación de una universidad de vanguardia y para reformular sus tareas, acciones y compromisos.
Si bien núcleos de profesores o investigadores avanzados y críticos o aún varios de sus centros de investigación abordan, exploran y enfrentan desde una óptica interdisciplinaria la crisis del mundo moderno, o realizan investigación sobre temas claves (energía, alimentos, ambiente, cambio climático), la UNAM en su conjunto ignora, soslaya o se mantiene al margen de lo que hoy es la máxima preocupación de una universidad de punta, comprometida con su tiempo. Hoy se requieren no sólo innovaciones científicas y tecnológicas en los campos de la energía, los alimentos, las ciudades, el uso de los recursos naturales, la industria y la salud, sino nuevas maneras de conocer y educar, de practicar la democracia, de ejercer la justicia y de entender el mundo, la sociedad y la historia. Para no quedarse atrás, o fuera, las nuevas autoridades de la UNAM deberán poner en sintonía y alerta a toda la comunidad universitaria ante este urgente desafío. Ello le dará sintonía y coherencia institucional, compromiso social y ambiental y una ética común de la que hoy carece.