Por Andre Vltchek | Counterpunch (Traducido por Rebelión)
Me siento discapacitado, a veces bobo. Me estoy quedando cada vez más retrasado.
Y es ahí precisamente donde las multinacionales quieren que esté. Así es como quieren que me sienta: un retrasado total, un fracasado.
Los ordenadores evolucionan. Los teléfonos inteligentes, las cámaras y las grabadoras cambian cada poco sus sistemas operativos. Han sido diseñados de esa manera: unos pocos meses o años y… ¡a la basura con ellos!
Apple, Blackberry, Canon y otros fabricantes se aseguran de que todo cambie a la velocidad de la luz, desde la forma de las baterías al tamaño de los enchufes.
¿Tiene usted una tarjeta SIM tamaño “nano”? ¿O es de tamaño grande? ¿O algo intermedio?
¿Y cómo descargar imágenes desde su cámara? “¡Oh, necesita un nuevo software; posiblemente también nuevos cables!”
Cada vez que compro un nuevo teléfono, una nueva cámara o una nueva computadora, tengo que pasar varias semanas, o meses, tratando de entender sus complejos manuales. Y hoy en día, muchos de estos manuales ni siquiera están impresos, hay que estudiarlos en línea. Y luego, una vez que consigo dominar algunos conceptos básicos, es ya hora de comprar la siguiente generación de equipos y tirar el viejo y obsoleto a la basura, sin haber llegado a dominarlo completamente.
La manera como se diseñan los gadgets de nueva generación es tal que en tan sólo 1-3 años se vuelven obsoletos: las aplicaciones no se pueden ejecutar o descargar y todo se vuelve incompatible. Sistemas enteros exigen una revisión periódica, pero incluso las revisiones tienen limitación de tiempo, y en algún momento uno descubre que ya “no están permitidas”. Y así, poco después, hay que comprar nuevos equipos, y, esto sucede con una frecuencia cada vez mayor.
Todos sabemos que es así como funciona el “mercado”, que es así como el despiadado y egoísta “espíritu empresarial” nos está fastidiando. Todos nos quejamos de la situación, pero parece que hay nada que hacer. Simplemente, nos hemos convertido en esclavos de esas empresas capitalistas despiadadas, codiciosas y retorcidas. Sabemos que sólo se preocupan por sus ganancias y en absoluto por el progreso de la sociedad y la Humanidad. De una manera evidente e intencionada, están robando a una serie de gente creativa su tiempo y sus recursos.
A menudo sentimos que estamos indefensos y desprotegidos.
Cuanto más tiempo y dinero gastamos jugando a sus jueguecitos, satisfaciendo su gula, comprando una y otra vez, aprendiendo continuamente nuevos conceptos absolutamente inútiles sobre “sistemas operativos” o menús electrónicos, menos tiempo y recursos nos quedan para pensar y trabajar en la mejora de la vida en nuestro planeta.
Por supuesto, esa es, muy probablemente, una de las partes esenciales de su “gran diseño”.
La conclusión lógica de las personas que piensan sería: “vamos a deshacernos del capitalismo, el dominio corporativo y el fundamentalismo de mercado”, a condición de que tuvieran más tiempo para leer, estudiar, concentrar y analizar el mundo que los rodea.
Por consiguiente, deben mantenerse ocupados y confundidos con manuales no digeribles, y obligados a descartar sus antiguos equipos para comprar cosas cada vez más nuevas, y han de estar constantemente ocupados con la forma, en lugar de la sustancia.
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Muchos de los lectores que siguen mi trabajo desde las innumerables zonas de conflicto y desde zonas en las que el imperialismo occidental ha destruido los últimos destellos de libertad y resistencia, probablemente imaginan que mantengo mis cosas a un nivel relativamente simple, y que sigo creando, en la misma línea que varios de mi héroes de otro tiempo, como Wilfred Burchett o Ryszard Kapuściński. De lo contrario, ¿cómo he podido trabajar en tantos lugares diferentes, en períodos de tiempo tan cortos?
Sí y no.
Sí, trato de ser móvil, de crear de manera diferente, haciendo lo posible por no convertirme en un tecnócrata. En lugar de confiar en el equipamiento, hago todo lo posible por insertar poesía donde sólo parece haber cenizas, lágrimas y devastación. Voy a muchos lugares “extremos”, que se encuentra casi “en el límite”, con el fin de arrojar luz sobre algunos de los más horribles crímenes cometidos por el Imperio.
Y para poder circular por algunos de estos lugares tan hostiles tengo que viajar “ligero de equipaje”.
Pero la mayoría de las veces sigo arrastrando esas pesadas bolsas llenas de cámaras, grabadoras, teléfonos inteligentes, cargadores y otros cables.
Y cuanto más cosas llevo conmigo, más mi pensamiento en realidad se desdibuja, se desacelerando, desviado de los verdaderos problemas.
La honesta conclusión es: “Cuantos más gadgets tengo, peores resultados tengo en mi trabajo”.
Entonces ¿por qué no puedo “aligerarme” aún más?
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En realidad, para escribir mi ficción o mi poesía, todo lo que necesito son unos cuadernos de notas y una pluma decente, o un pequeño ordenador.
Y sólo necesito esencialmente los mismos cuadernos y pluma, más una Leica, para crear ensayos vívidos y detallados de las zonas de guerra, lo que se conoce como periodismo de guerra o “periodismo de investigación”.
Y para hacer documentales, una cámara con un micrófono decente me sería suficiente, ya que no soy un purista.
Un buen cuaderno marca Moleskine cuesta unos 20 dólares. Una decente libreta japonesa Campus sale por dos. Una pluma Montblanc puede durar toda una vida, y las cámaras Leica pueden sobrevivir durante decenios.
Básicamente, esto es todo lo que necesito, más un MacPro y un grabador de sonido de estudio portátil… y un teléfono inteligente resistente.
Un MacPro podría durar muchos años, si lo permitieran, y otro tanto con el teléfono. Y las grabadoras, especialmente las analógicas, que funcionan con cinta, pueden durar décadas.
Pero de manera extraña y sospechosa, se nos anima, con carácter casi obligatorio, a descartar gran parte de un equipo viejo que es sencillo y perfecto para lo que fue diseñado.
Máquinas profesionales excelentes están siendo reemplazadas por aparatos idiotas, complejos, como de juguete; más adecuados para el entretenimiento que para el trabajo serio.
Esos antiguos aficionados que trataron de inventar productos innovadores con el fin de mejorar el mundo, no utilizan ya equipos de diseño dentro de las empresas. En el pasado, incluso en el sistema capitalista, determinadas sólidas empresas tenían a timbre de orgullo haber inventado buenos equipos capaces de sobrevivir durante décadas. Muchos de estos productos se suponía que hacían tanto la vida como el trabajo mucho más fáciles.
Ahora, estas mismas empresas se esfuerzan en que sus productos sean demasiado complejos para ser utilizados, que se descompongan tras un corto período de tiempo, y que estén llenos de una electrónica que eventualmente bloquee las actualizaciones y los haga incompatibles con otros equipos.
A pesar de que nos están timando, todavía se espera de nosotros que suspiremos por un nuevo e idiota teléfono, que estemos orgullosos por ser poseedores de la última tableta o de un modelo de coche de última generación, o de un par de los auriculares “divertidos” con una respuesta en Hz totalmente inadecuada pero de colores llamativos y acompañados de una campaña de publicidad perfecta.
La verdad es que las viejas grabadoras de estudio profesionales portátiles de cinta grabadora tenían un sonido mucho mejor, más cálido, que sus actuales primas digitales, tan llamativas y pequeñas. Y además esas viejas máquinas, después su compra, de sacarlas de la caja y de colocar las baterías, estaban totalmente listas para el trabajo y para ofrecer un alto rendimiento. Todo ello en tan sólo diez minutos.
Casi nada ha mejorado realmente en estos últimos tiempos en el campo de la óptica o el sonido. Lea las especificaciones del equipo hi–fi de sus padres, ese que almacena en algún lugar de la bodega. Hace 50 años, la mayor parte de los equipos estéreo producían un sonido mucho mejor que los que está ahora en exhibición y en boga. Hace unas décadas, todos los equipos funcionaban al menos dentro del rango de 20 a 20.000 Hz, que es el mínimo indispensable para una verdadera hi–fi. Y los muy buenos iban de 15 a 25.000 Hz. ¿Y ahora? Haga el favor de echar un vistazo a su teléfono o tableta. Por lo general, no hay especificaciones, ¡pero es que lo que podríamos encontrar en ellas nos haría sonrojar de vergüenza!
Recuerde esas viejas cámaras F4 y F5, con su carcasa de metal, con todos los controles sencillos y a la vista.
Pero los equipos reproductores de un sonido infame que le están vendiendo a usted ahora mismo requieren el cerebro de un genio para entenderlos.
Casi todo ese nuevo equipo puede conmigo gracias a sus cientos de funciones inútiles. Yo soy escritor, filósofo, cineasta, y aún así me es casi imposible entender algo. Me desplazo por los menús, presionando algunos pequeños botones, hasta el momento en que me olvido por completo de qué era lo exactamente lo que quería filmar o grabar. Todo mi entusiasmo e inspiración se van a la basura.
Además, todo es completamente humillante. Compro elementos de equipo con el fin de filmar o grabar sonido, de comunicarme, en mi lucha contra el fascismo occidental.
Pero al instante me he transformado en un friki patético.
En lugar de Gramsci y Camus leo manuales.
En lugar de investigar, me paso el tiempo tratando de averiguar cómo leer, cómo descargar, cómo salvaguardar o cómo convertir.
Y créanme, ¡siempre hay algo que convertir! ¡Siempre hay nuevas aplicaciones y programas que descargar o descubrir!
Y entretanto, me chupan todos mis datos particulares. Con el fin de permitir que haga lo que algunos de los grandes equipos profesionales analógicos me permitían hacer de forma rápida, sencilla y discreta, ahora estoy obligado a inscribirme, a revelar mi dirección postal, mi número de teléfono, mis números de tarjetas de crédito, una dirección de correo electrónico y un montón de contraseñas.
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Los gadgets siguen estropeándose, muy probablemente, porque están diseñados para hacerlo.
Las tarjetas de memoria normal y memoria extendida fallan constantemente, por lo que se nos anima a copiar nuestros archivos importantes dos veces, tres veces, infinitas veces, y a enviar nuestras más valiosas imágenes valiosas a unas “nubes”.
Las memorias internas –incluso en cámaras de vídeo de categoría profesional– con frecuencia se quedan colgadas, pero previamente ya nos habían hecho tirar a la basura nuestras grandes cámaras profesionales HDV, de la misma manera que nos dijeron que había que tirar nuestras grabadoras.
Del mismo modo también nuestros teléfonos inteligentes y nuestros caros ordenadores fallan y se colapsan constantemente, como si estuvieran programados con una precisión de relojería para dejar de funcionar.
Nada sobrevive más de cinco años y la esperanza de vida se acorta.
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En algunos lugares del mundo, particularmente en los países del Sudeste asiático, pero también cada vez más en la India, los gadgets tienen a la sociedad totalmente fascinada.
Se han convertido en el objetivo de la vida, en sustitución de la cultura y el arte locales, influyendo profundamente y trivializando el lenguaje y la forma en que la gente se comunica.
La creatividad se ha derrumbado totalmente.
En Bangkok, tomas asiento en el Sky Train –un tipo de “transporte público” extremadamente caro, un transporte de personas de propiedad privada– y ves que nadie lee nada impreso en papel. El coche entero está pegado a las pantallitas de sus teléfonos inteligentes. Mientras, los altavoces escupen una ruidosa publicidad, repulsiva y barata. La propaganda de “mercado” es tan fuerte que aunque alguien quisiera leer, sería imposible concentrarse. El Sky Train y los teléfonos inteligentes son parte del “estilo de vida”. No son una cosa “buena” o “mala”, son “lo que debe ser”, el modo en que el mercado ha decidido que debemos vivir.
Aquí, entender los gadgets es esencial, si se quiere estar dentro de ese sector de la sociedad de “los que realmente importan”.
Quién manda en Tailandia después del golpe militar no es, para muchos, tan importante como la capacidad de enviar las caras lindas de una tableta a otra. O que los archivos adjuntos lleven la leyenda “Enviado desde mi iPhone”. Y eso es lo que realmente importa, ¿no?
El Sudeste de Asia se ha vuelto totalmente infantil. ¡Qué alegría para las corporaciones, las elites, los militares y Occidente, que pueden fabricar en esas sociedades y a la vez controlarlas tan lindamente!
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¿Qué se puede hacer para resistir esta tendencia tóxica de que las personas se conviertan en esclavos de la tecnología?
Se trata sin duda de poner el fondo por delante de la forma, y recordar para qué son realmente estos aparatos.
Los teléfonos deberían ayudarnos a comunicarnos con los demás, enviar información significativa de una persona a otra, escuchar la voz del otro.
Las cámaras, especialmente las profesionales, están ahí para capturar imágenes importantes, y para documentar la vida; para ayudar a luchar contra la injusticia, dar la voz de alerta y mejorar la vida.
Los ordenadores deben ser diseñados para ayudarnos a comunicar, estudiar y crear.
Está claro que nuestro régimen, nuestro Imperio y por lo tanto nuestras corporaciones, están tratando de hacer de nosotros seres en estado de muerte cerebral total. Quieren que perdamos tanto tiempo como sea posible. Quieren que estudiemos y consumamos la nada, que estemos ocupados con la lectura de sus manuales durante meses, para que aprendamos cómo utilizar algún aparato degenerado que debería tener, en teoría, unos pocos y sencillos botones.
Se supone que no debemos pensar en la vida. Nuestra vida se supone que debe estar reducida a una forma, un laberinto, una trampa.
La tecnología ya no está aquí para ayudarnos a estudiar y crear. Está lista para mantenernos alejados del pensamiento. La tecnología garantiza que estemos demasiado ocupados. En lugar de comunicar pensamientos profundos, estamos constantemente pensando en la forma, en cómo comunicar.
Antes, la cosa era sencilla: a usted se le ocurría alguna gran idea. Levantaba el auricular y marcaba un número: “Estaba pensando…!” le decía a la persona pertinente, al otro extremo de la línea.
Ahora, al menos en muchas partes del mundo, usted abre un programa, como Tango, Line o WhatsApp, y, con sus grandes dedos se pone a golpear en la pantalla de su teléfono inteligente, golpeando y equivocándose, confundido. ¿Se puede realmente crear y comunicar pensamientos importantes, mientras se escribe en un smartphone? ¿Sería posible que pensamientos realmente importantes sobrevivieran a un medio de comunicación así?
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Los crímenes de los fundamentalistas del mercado son demasiado evidentes y es por eso por lo que los líderes de la mafia política corporativa estén realmente aterrorizados de que un día , una multitud creciente de personas abra los ojos y comience a gritar, al igual que el niño del cuento de hadas: “¡Pero si el rey va desnudo!”
Por eso quieren hacernos tontos, tan rápida e irreversiblemente como sea posible.
Después de muchos años de investigación he llegado a la conclusión de que algunas partes del mundo, especialmente el Sudeste de Asia, estaban siendo utilizados como conejillos de indias en un laboratorio para experimentos sobre seres humanos. Después de algunos golpes de estado terribles y gran derramamiento de sangre, la gente ha sido completamente adoctrinada en el fundamentalismo de mercado. El fetiche de los gadgets se inyectó ahí con una fuerza tremenda, al mismo tiempo que cientos de millones de personas fueron contaminadas con la forma más baja de la cultura pop. Aquellos que se resistieron fueron asesinados o condenados a la irrelevancia. Y se desalentó y desacreditó el pensamiento y creatividad.
Y ha funcionado. Y ahora, el mismo sistema se está aplicando también en el núcleo del Imperio: en los EE.UU. y Europa.
La cultura ha sido echada a perder y la propaganda es aceptada como verdad, incluso en lugares como París, Londres y Nueva York.
Pronto voy a volver sobre este tema. Estoy escribiendo un largo ensayo sobre el tema de la destrucción cultural en el Sudeste de Asia, y sobre el experimento llevado a cabo con la población de esa región.
La cultura pop y el consumismo desenfrenado, la propaganda de extrema derecha y los anuncios, están hechos todos de la misma materia y son responsables de la creación de ese nuevo “mundo feliz” –según Aldous Huxley– del sudeste de Asia, así como muchos otros “mundos felices” en todo el planeta.
El modelo debe ser estudiado en profundidad, ya que, se trata de un modelo tóxico y horripilante. Y si no luchamos con decisión y coraje, pronto se convertirá en el futuro de nuestra humanidad.
Repito: los gadgets están haciendo de mí un idiota. Están matando mi creatividad y desviándome de las cuestiones esenciales. Me estoy resistiendo, pero es difícil.
No hay nada malo con los ordenadores, móviles o cámaras. Pero por la forma en el capitalismo los utiliza se están convirtiendo en armas psicológicas extremadamente destructivas, que ralentizan nuestro pensamiento, nos desvían de los problemas reales, y nos mantienen tan ocupados como les es posible tratando de averiguar una multitud irrelevante de dígitos y comandos en unos menús confusos.
Andre Vltchek es novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. El resultado es su último libro: “Fighting Against Western Imperialism”. Pluto publicó sus conversaciones con Noam Chomsky: On Western Terrorism. Entre tros trabajos destaca su celebrada novela política Point of No Return.
http://andrevltchek.weebly.com/