Trato de explicarles lo mejor que puedo que, en la coyuntura de los últimos años, la izquierda mexicana no puede identificarse con el PRD ni mucho menos reducirse a esta agrupación partidaria; que más bien, a últimas fechas, la energía transformadora de la izquierda se expresa principalmente en un vigoroso movimiento popular que lucha contra el régimen neoliberal, al margen de la estructura partidista tradicional, y que es liderada por Andrés Manuel López Obrador.
Insisto en suma en despejar lo que en mi opinión es una falacia promovida por los medios y sus comentaristas: que la izquierda atraviesa por su “peor momento” y ha dejado de ser una opción. Tal conclusión resulta de la costumbre de identificar fuerza política con estructura partidaria, sobre todo si posee aparato y registro. Este no es un buen método para abordar el asunto. Desde una perspectiva gramsciana, el verdadero partido no es sólo una institución, la organización técnica y sus aparatos, sino la fuerza social o el movimiento en el que encarna un proyecto: “todo el bloque social activo”. Es por esto, observa Gramsci, que un partido orgánico y fundamental puede aparecer como varias fracciones, “cada una de las cuales adopta el nombre de partido e incluso de partido independiente” (es el caso del PRI y el PAN), mientras el “estado mayor” intelectual y político del verdadero partido puede permanecer en la oscuridad. El que esos diversos “partidos” constituyen en realidad una unidad orgánica lo demuestra el hecho de que se acoplan inmediatamente en cuanto perciben un real antagonista al proyecto del que son expresiones.
Vistas así las cosas, el partido más poderoso de la izquierda hoy día es el movimiento que inspira y encabeza López Obrador. Pero no es el único; se deben considerar otras fuerzas (el zapatismo, etcétera) que alimentan el gran caudal de las izquierdas mexicanas. Es por no tener esto en cuenta, y estar con la vista fija en el PRD y en el juego de la fracciones partidarias, que el despliegue de fuerza y organización mostrado en la concentración del Zócalo, el pasado 25 de julio, produjo tanto desconcierto e incluso desazón en algunos sectores. Obstinadamente se negaron a reconocer el movimiento que crecía desde abajo, al margen de los partidos convencionales, y que, como dijo el poeta, “brota/ y se derrama y cruje como una vena rota”.
Mientras se repetían que AMLO y su movimiento se habían desgastado y que ya no eran una opción a tomar en cuenta, cerraron los ojos a los millones de “credencializados”, a los miles de comités creados en todo el país, a los millones de ejemplares del periódico Regeneración que circulan de familia en familia, a los círculos de reflexión; y sobre todo, minimizaron el crecimiento de un liderazgo con sólido perfil de honestidad, congruencia e identificación con los sectores populares (fruto de su conocimiento de primera mano de la realidad sociocultural del país). Considerando el nivel de organización logrado hasta ahora, su empuje y alcance nacional, se puede derivar una conclusión completamente distinta a la sombría apreciación inicial: comparativamente, la izquierda mexicana está hoy en uno de sus mejores momentos.
Sin duda, el desarrollo del movimiento ha sido estimulado por las políticas del actual gobierno, ajenas al interés general. Pero también, hay que decirlo, por la estrategia y las prácticas impulsadas por la llamada izquierda “moderna” que hoy controla el PRD. Aferrada a los tópicos de la socialdemocracia en su versión neoliberal, sin clara orientación social, apostando a las alianzas con fuerzas conservadoras que destruyen la diferencia, la importante “distinción” política por lo que hace al proyecto de país, esta “izquierda” ha caído en el descrédito (y no hablo aquí de la base del PRD). En la actual coyuntura, el movimiento social que se expresó en el Zócalo ha cumplido ya un vital papel: evitar la completa demolición del proyecto de la izquierda.
Alarmados por esta tendencia, algunos aseguran que AMLO cometió el error de abandonar el “centro” en 2006, y yerra al no buscarlo ahora (Denise Dresser dixit). Por centro entienden las posiciones y prácticas socialdemócratas que se estilan en Europa y en algunos países de América Latina (por ejemplo, Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, Chile). Es ocultar que en esos países tales fuerzas, una por una, han perdido el poder precisamente por querer situarse en el peldaño que les marcó la derecha (que es siempre quien finalmente define el centro “políticamente correcto”).
La única posibilidad de que el movimiento de AMLO logre sus objetivos programáticos es que se mantenga alejado de ese falso centro (neoliberal, insensible a las necesidades de las mayorías y servidor de los grandes potentados). Y esto, no sólo por razones electoreras, sino por preceptos ético-políticos de los que no hay que desviarse ni un milímetro. Los comentaristas que se dedican a dar “consejos” a AMLO para que sea “moderado”, en realidad buscan que entre en la pendiente enjabonada de los acuerdos con los poderosos. Eso anularía cualquier cualidad innovadora en su proyecto. ¿De qué serviría que llegara así a la Presidencia, atado a grupos de intereses facciosos y por ello invalidado como gobernante para las mayorías? Eso, además, sería su muerte política ante los ojos de la mayoría de los mexicanos, como lo ha sido de la “izquierda moderna”.