“La clase política se dio cuenta que los Acuerdos de San Andrés iban a ser un obstáculo fuerte para el capital que se ha ido apropiando indebidamente de los recursos naturales de los pueblos: del agua, las minas, los conocimientos tradicionales, los recursos biológicos”.
Regeneración, 16 febrero 2017.- Hace 21 años, el 16 febrero de 1996, el gobierno federal firmaron con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) los Acuerdos de San Andrés, cuatro documentos en los que el Estado mexicano reconoce por vez primera los derechos colectivos de los pueblos indígenas, fundados antes del surgimiento del Estado nacional.
La Constitución de los Derechos de los Pueblos Indígenas nunca fue incorporada a la Carta Magna mexicana. Los gobernantes lo impidieron con todos sus medios. Pero el documento existe y es vigente. De éste dan constancia los trazos sobre el papel, pero también las andantes autonomías indígenas que en un “proceso constituyente”, como lo define Francisco López Bárcenas, especialista en derecho indígena, generan con sus prácticas cotidianas otro tipo de Estado, a contracorriente del establecido oficialmente.
La importancia histórica de los acuerdos de 1996 radica en que éstos emanaron de una discusión nacional y en que abordan los derechos colectivos de las comunidades originarias (la libre determinación, el territorio, la aplicación de sistemas normativos), mismos que jamás antes habían sido reconocidos en México. Hasta ese momento, los pocos avances en el tema se situaban en el plano de los derechos individuales.
Los Acuerdos de San Andrés debieron elevarse a rango constitucional pero no fue así. A pesar de ello, grandes espacios territoriales habitados por poblaciones indígenas se autogobiernan con base en los principios que contienen.
Más allá del incumplimiento gubernamental, el significado de San Andrés se mantiene. En primera porque, como ya se ha dicho, la Constitución de los Derechos de los Pueblos Indígenas de México es realidad para algunos de estos pueblos, pero también porque la experiencia misma del proceso dialógico de construcción de los acuerdos transformó de raíz a toda una generación.
“Fue un proceso humano de generosidad muy grande que sacó lo mejor de mucha gente; el corazón de muchas utopías”, comenta Ramón Vera Herrera, acompañante de las luchas y procesos de los pueblos indios, invitado por el EZLN como asesor a los diálogos. Los recuerdos del editor de Ojarasca son como frutos frescos.
Aunque el EZLN propició el proceso de diálogo y negociación con la autoridad, tras el levantamiento armado del 1 de enero de 1994, el espacio ganado fue tendido a los pueblos indígenas. Que ellos y ellas tomaran la palabra; que ellos y ellas trazaran el rumbo. “Un hecho inédito en la historia de la humanidad”, a decir de Ramón Vera.
San Andrés Larráinzan fue el encuentro de muchos y muchas de México y el mundo (algunos como delegados, otros como asesores o invitados y muchos observadores). Un híbrido de personas y organizaciones que, sin proponérselo tácitamente, aplicaron en el proceso de diálogo, que se prolongó por nueve meses, las máximas zapatistas.
Los pueblos indígenas impusieron su propio ritmo, a pesar de la premura con que pretendían conducirse las autoridades del país. Aunado a ello, lograron desbaratar el esquema paternalista de la ventanilla que recibe el pliego petitorio de los inconformes, para colocar en el centro del proceso el tema de la amplia participación, refiere.
Una experiencia particularmente memorable para quienes de alguna forma fueron partícipes de la experiencia, en el primer cinturón se apostaron las comunidades indígenas en resguardo y respaldo de sus delegados, símbolo de que aún en los momentos de tregua la desconfianza hacia las instituciones impera. En el segundo, efectivos del Ejército Mexicano. Entre ambos, integrantes de la Cruz Roja Mexicana.
Además del hostigamiento militar, los presentes en San Andrés Larráinzan tuvieron que lidiar con el temporal que caracteriza la región de Los Altos de Chiapas: fríos intensos; ríos de lluvias. Aun así, la atmósfera era de júbilo; un júbilo helado y húmedo.
Aunque los acuerdos jamás adquirieron el rango constitucional que merecían, tal cual fue el pacto entre gobierno federal y representantes indígenas, éstos últimos “se fortalecieron y lograron hacer eco de la utopía en el mismo proceso de diálogo”, sostiene Ramón Vera.
De la firma de estos acuerdos no hubo foto. La delegación gubernamental preparó todo el tinglado para lo único que quería: ver firmando a los zapatistas un acuerdo de paz que no pretendía cumplir. La mesa con manteles largos se quedó vacía y el EZLN dejó aquí otra lección histórica. No habría foto porque todo sólo era papel. El tiempo les dio la razón.
¿Por qué no se cumplieron los Acuerdos de San Andrés? se interroga López Bárcenas, autor del libro Autonomía y Derechos Indígenas en México, que este año estrena su sexta edición, tiene una explicación al respecto.
El especialista en derecho indígena, considera que “la clase política se dio cuenta que los Acuerdos de San Andrés iban a ser un obstáculo fuerte para las políticas que vendrían después, en éste último decenio, que son los megraproyectos, es decir, las políticas del gobierno de permitir que el capital nacional y extranjero se vaya apropiando indebidamente de los recursos naturales de los pueblos: del agua, las minas, los conocimientos tradicionales, los recursos biológicos”.
“Creo que si hubieran reconocido, por ejemplo, el territorio a los pueblos indígenas, hubiera representado un gran obstáculo. O si hubieran reconocido la consulta como un instrumento de participación de los pueblos, igual hubiera entorpecido los planes que ellos traían”.
A 20 años, los Acuerdos de San Andrés son vigentes y pertinentes por la forma en que se construyeron, basada en un amplio diálogo con los pueblos y vastos sectores de las sociedad; porque se reconocen los derechos colectivos de los pueblos indígenas de México que habitan el territorio desde antes de la formación del Estado nacional; porque muchos pueblos están asumiendo el documento como constitución y, con base en ello, se están reconstruyendo; porque han permeado a las instituciones estatales como cuando en 2014, la Suprema Corte de Justicia de la Nación los retomó para resolver una controversia constitucional en favor de la comunidad indígena de Cherán; porque necesitamos discutir el tipo de país que queremos construir y estos acuerdos son un punto muy importante que no debe olvidarse.
Asimismo, destaca los principales efectos de los acuerdos que, sin duda, marcaron el futuro de los pueblos indígenas de México. Uno es la regionalización de muchas de las demandas de las comunidades originarias, que desde entonces voltearon a atender sus problemáticas concretas. El otro recae en el surgimiento de procesos muy importantes como la Policía Comunitaria de Guerrero; la defensa territorial emprendida en Oaxaca, Chiapas, Sonora y en el noroeste del país; la construcción de autogobiernos, como el de Cherán; así como la edificación y puesta en marcha de diversos proyectos de educación comunitaria en el país.
En su libro, Autonomía y Derechos Indígenas en México, el también asesor agrario plasma su experiencia de participación como parte del grupo de asesores de los diálogos de San Andrés, vivencia que experimentó con gran sorpresa, al testificar la fuerza con que las autoridades indígenas reclaman sus derechos.
El derecho internacional y el nacional de los pueblos indígenas, la libre determinación, la reforma constitucional, la formación de las autonomías en México y los megaproyectos, son algunas de las temáticas que López Bárcenas abordada en su obra.
Con información de Desinformémonos y Rebelión