La estelaridad del senador Sanders y de Donald Trump apunta a este esparcido descontento con el estado de cosas que las desigualdades inherentes del modelo neoliberal contrae.
Por Luis Linares Zapata.
Regeneración, 10 de febrero de 2016.- Las claves que empujan a varios movimientos transformadores ya se pueden identificar con relativa facilidad. Son rasgos básicos, distintivos de fuerzas que emergen desde abajo e irrumpen, no sin conmociones diversas, en los países donde se han abierto camino: centrales unos y otros de ellos que pululan en los márgenes del desarrollo y la globalidad. Pero sus orígenes son algo más que parecidos, bien se puede decir que son idénticos. El cemento que los une se enraíza en el creciente descontento con el sistema imperante, que es, cada vez con mayor enjundia y apoyos, tan dominante como concentrador. Un modelo de gobierno, político, productivo y social que margina y empobrece –de manera crecientemente acelerada– a los sectores poblacionales mayoritarios.
Algo similar acontece con las oposiciones a tales movimientos (y a sus líderes) que han surgido en estos agitados tiempos. Las acciones que se llevan a cabo por el poder establecido y sus adláteres, así como los argumentos usados para, al menos, neutralizar su avance, están alcanzando etapas álgidas y, en no pocas ocasiones, hasta ridículas. Casi como regla general se recurre a denostaciones que recuperan mitos trillados al exceso, urticarias propagandísticas y amenazas de caos por venir. Simples eslogans que, por desuso y abuso, ya no parecen tener los efectos y aversiones de pleitos anteriores. Los agentes generadores de los ataques comparten, también, perfiles iguales: empresarios de calado que previenen de catástrofes inminentes, políticos en desuso que alzan el grito de alarma, analistas atiborrados de peligros, toda una jauría en temporada de caza mayor.
Los más viscerales se enfocan en emparejar ya sea a Podemos en España, los laboristas de J. Corbyn en Inglaterra o a B. Sanders (socialista democrático) en Estados Unidos con oscuridades de otras épocas: totalitarios, comunistas, marxistas e incluso leninistas 3.0, como los denominó un desfasado y hasta abotagado ex secretario del PSOE (F. González).
Otros combatientes del cambio propagado, un tanto más sutiles y racionales, enfocan sus baterías sobre las ofertas, es decir, los programas y horizontes que dibujan los adalides de la oposición a fondo. Recurren a contrariar, siempre con irónico desdén lateral, las políticas públicas adelantadas o el mismo acopio argumental usado para la solidez de sus ofertas partidarias. Lo socorrido es presentar toda esta parafernalia de campaña como deseable, pero, ciertamente –dicen con un dejo de misericordia– irrealizable. Se cuestionan los que parecen fundamentos de las diversas posturas, cuando, en verdad, se les tuerce la lógica desde el mero principio para apuntar a un facilón rival a modo. Y, en auxilio de tal línea argumental, se citan, con seguridades y repetitiva hilera, a santones de lo establecido; galardonados académicos de lustrosas universidades; prestigiados escritores siempre solícitos a defender posiciones ya ganadas y toda una gama inmensa de publicistas con sitiales indisputables en una homogénea y enorme colección medios de comunicación. Todos y cada una de estas empresas son puestas, sin titubeos, al servicio de los intereses de sus autócratas patrones. Si tal despliegue de armamento no es suficiente, se recurre a los usuales organismos multilaterales, ya bien conocidos y de tan penosas y hasta cruentos historiales. Toda una maquinaria que parece imbatible hasta que, en algunos momentos y lugares, comienza a escoriarse por sus muchas flaquezas y heridas causadas al cuerpo social.
Hay en cada uno de esos movimientos, además del arraigado y masivo descontento padecido, rebeldías que explotaron con el concurso notable de la imaginación popular. Rebeldías de estirpe joven (Ocupa Wall Street) en la emblemática plaza neoyorquina que concitó solidaridades antes impensables. Otra (15M) española, incluso anterior, que coaguló energías dispersas hasta desembocar en un partido ganador (Podemos). Las mismas protestas de los griegos (Syriza) estalladas por el derecho a ser protagonistas de sus propios destinos aún en condiciones por demás desventajosas para ellos y para su empobrecido país. Una real batalla colectiva de todos estos movimientos que se quisieran expulsar al olvido. Las fuerzas combinadas de banqueros, políticos, difusores, burócratas comunitarios o mundiales, se les echaron encima con furia y desprecio. Pero el ejemplo, aun en su corta temporalidad, conlleva una vitalidad poderosa que transita por complejos meandros, múltiples, profundos y prometedores. El caso de las juventudes inglesas laboristas merece, por los triunfos logrados aun a costa de sus mismos dirigentes consagrados, un análisis adicional.
La estelaridad del senador Sanders y de Donald Trump apunta a este esparcido descontento con el estado de cosas que las desigualdades inherentes del modelo neoliberal contrae. Sus efectos se harán insoslayables a medida que avance la contienda primaria en Estados Unidos. Descontento que para los apoyadores de Sanders significa la dura tarea de emprender una revolución política y, para los seguidores de Trump, el haber encontrado al aparente protector de sus aversiones y miedos. Es posible que ninguno de los dos proponentes alcance la presidencia de su país, pero el panorama ha dado (y dará todavía más) un vuelco radical en el ensamblado del sistema estadunidense de convivencia con hondas repercusiones en todo el mundo, México en especial. El efecto opositor, igualitario de las juventudes demócratas, lleva consigo códigos que se habrán de depositar en el proceso concientizador de los mexicanos de aquí y de allá.