Echeverría «es un producto típico del sistema político mexicano, hipócrita y corrupto. Es una especie de puritano, mantiene un ritmo de trabajo asesino (no siempre productivo), adora los reflectores. Su forma de reaccionar ante las crisis es imprevisible, con tendencia a actuar primero y reflexionar después. Como estadista internacional, es poco sofisticado, tiende a sobresimplificar».
Regeneración, 10 de junio de 2016.- Reproducimos un cable de WikiLeaks de 2013, hoy, justo a 45 años del jueves de Corpus de 1971: Aunque en los estancos secretos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) existen evidencias de que el ex presidente Luis Echeverría fue uno de sus agentes y que colaboró como informante de alto nivel siendo secretario de Gobernación, e incluso mandatario, en las oficinas del servicio diplomático estadunidense nunca gozó de mucho aprecio. Y en las postrimerías de su sexenio era visto por los consejeros y asesores de la embajada de Estados Unidos como un político inquieto y ambicioso.
Peor: «Es un producto típico del sistema político mexicano, hipócrita y corrupto. Es una especie de puritano, mantiene un ritmo de trabajo asesino (no siempre productivo), adora los reflectores. Su forma de reaccionar ante las crisis es imprevisible, con tendencia a actuar primero y reflexionar después. Como estadista internacional, es poco sofisticado, tiende a sobresimplificar».
Esta es la opinión que el embajador de Estados Unidos en México, John Jova, transmitió en un extenso telegrama secreto (cable 1975MEXICO06867_b) enviado al Departamento de Estado y a la representación de su país en la ONU el primero de agosto de 1975.
Se aproximaba el final del sexenio del presidente de la guayabera, que abanderó la retórica del Tercer Mundo pero también condujo la guerra sucia contra las izquierdas y los movimientos armados de la época. Poco dispuesto a perder el mando, Echeverría Litempo 8, según la denominación que recibió dentro de la CIA lanzó una poco discreta campaña en los ambientes internacionales para promover su candidatura al secretariado general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), compitiendo con el austriaco de pasado nazi Kurt Waldheim. Pero ya con José López Portillo en Los Pinos, lo único que logró fue un nombramiento como embajador en las Islas Fiyi. ¿Qué motivó esa brutal caída?
Sin duda, los tropiezos económicos, su pésima relación con la iniciativa privada y la forma brutal con la que quiso asfixiar a las guerrillas de la época mermaron el gran capital de poder autoritario que había amasado. Pero, entre otros factores, también contribuyó a enterrar sus sueños de grandeza este cable, destinado a que la oficina de Henry Kissinger evalúe y decida las tácticas a seguir frente al relevo en la ONU.
Este despacho es uno de los poco más de 2 mil 500 reportes que envió la embajada de Estados Unidos a Washington comentando el día a día del periodo echeverrista, a partir de 1973, y es uno de los paquetes de los Cables Kissinger, de la edición más reciente de Wikileaks, que a partir del lunes 8 de abril forma parte de la Biblioteca Pública de la Diplomacia de Estados Unidos, la Plus D.
Si acaso el Departamento de Estado estaba sopesando los pros y contras de apoyar a Echeverría para dirigir la ONU, el cable de su embajador en México fue más que disuasivo: “Como estadista internacional, Echeverría carece de sofisticación, tiende a la sobresimplificación. Considera que el Consejo de Seguridad es un obstáculo para la Asamblea General… considera que la Carta de Derechos y Deberes de los Estados es una panacea para todos los males. Tiene ideas muy firmes, pero naive (ingenuas) sobre el desarme”.
Por si fuera poco, Jova procede a actualizar, según dice, la abundante información biográfica que Washington ya tiene sobre LEA: Desde su ascenso a la Presidencia se le ha acentuado un toque de megalomanía y probablemente ha aumentado el rasgo mesiánico de su personalidad. Y lo analiza como un hombre con excesiva confianza en sí mismo, difícil de ser asesorado, que no suele atender las opiniones ni de su secretario de Relaciones Exteriores (Emilio Rabasa, a la sazón) ni de los expertos en política internacional o economía de su gabinete, sino que se inclina a escuchar consejos de gente cercana poco preparada, en especial su esposa Esther Zuno.
Esto es lo que Jova piensa de Echeverría a mediados de 1975. Habían transcurrido los convulsos 1973 y 1974, con sus oleadas de bombazos, secuestros, atentados y asesinatos. Estaban activas las guerrillas urbanas y rurales, pero también los paramilitares, los grupos de la ultraderecha (como el MURO, antecedente de El Yunque) y los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, con sus ejecuciones extrajudiciales, sus cárceles y fosas clandestinas y sus desaparecidos.
Estos últimos hechos que marcaron la época no preocupan a los diplomáticos estadunidenses que analizan México, para quienes las familias que buscaban a sus presos políticos en el Campo Militar número uno y los caídos en extraños enfrentamientos con delincuentes no son motivo ni siquiera de mención. Derechos humanos no era una palabra de uso.
Para la fecha en la que Jova redacta este rudo cable contra Echeverría ya habían ocurrido los secuestros del cónsul estadunidense en Guadalajara Terrence Leonhardy (4 de abril de 1973), el del suegro de Echeverría José Guadalupe Zuno, del que Jova pensó –y así lo reportó en el cable 1974GUADAL00708_b del 10 de septiembre– que quizá fue un montaje de la propia familia; los del director del aeropuerto Julio Hirschfeld y el rector de la Universidad Autónoma de Guerrero Jaime Castrejón (1971), y los asesinatos, en intentos fallidos de secuestro, de los industriales Eugenio Garza Sada y Luis Fernando Aranguren, y del cónsul honorario británico Anthony Duncan (1973).
Pero también se había producido un incidente que agrió notablemente la relación bilateral.
¿LA CIA y el imperialismo, detrás de la protesta estudiantil?
El convulso 1974 terminó mal para Echeverría, con las primeras reseñas periodísticas que empezaban a circular sobre el libro de un agente de la CIA que había desertado poco antes, Phillip Agee, Dentro de la compañía, diario de la CIA. Desde las primeras líneas de esta obra, que casi cuatro décadas después sigue siendo referencial, se informa que dos presidentes latinoamericanos, Echeverría y Alfonso López Michelsen (de Colombia) eran agentes en la nómina de la agencia.
Jova recibe instrucciones de Washington de que, en caso de ser abordado sobre el tema, repita la fórmula usada en esos casos: “No comments”.
Pero lo cierto es que a partir de ser expuesto de esta forma, como informante de la CIA, Echeverría cambia la vieja fórmula usada desde 1968 hasta entonces, de acusar a intereses extranacionales y fuerzas exóticas léase embajadas soviética y cubana de manipular a los jóvenes, por condenar la injerencia del imperialismo en el movimiento popular en su contra, que empieza a recuperar terreno después de los golpes represivos del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971.
El 14 de marzo de 1975 quinto año del término presidencial, siempre problemático para el habitante en turno de Los Pinos Echeverría acudió a la UNAM, a la Facultad de Medicina, para un encuentro con estudiantes, con la intención de demostrar que las heridas de Tlatelolco y San Cosme estaban cerradas. No fue así. Le gritaron, lo insultaron y le lanzaron una moneda a la cabeza. Echeverría enfurece, manotea y grita en el auditorio Salvador Allende que los jóvenes furiosos son manipulados por la CIA.
Jova reporta a Kissinger sobre el incidente (cable 1975MEXICO02333_b del 15 de marzo): No sabemos si el presidente fue mal aconsejado o prefirió desoír consejos de no ir al campus… el hecho es que persiste un clima adverso entre el estudiantado… Creemos que el presidente se puso en un gran riesgo, dado el radicalismo del movimiento estudiantil.
Y sobre la mención del presidente a la CIA, expresa: Asociar a estos opositores con la CIA es una acción de reflejo del gobierno, que igual suele culpar a la izquierda que a la derecha.
Sin embargo, los días siguientes la disputa se agrió. Secretarios de Estado y legisladores acataron la línea presidencial de culpar al imperialismo de estar detrás de los agitadores en la UNAM: las investigaciones judiciales en contra de quienes lo agredieron se encaminaron en la línea de los intereses extranacionales, y el propio presidente, teniendo la oportunidad de corregir su línea, no lo hizo durante una conferencia de prensa con periodistas cubanos.
Otro cable, cuatro días después, analiza el exabrupto de Echeverría bajo otra luz: Ciertamente, Echeverría tiene todas las razones para saber con precisión, por sus años de presidente y antes como secretario y subsecretario de Gobernación, que la posibilidad de que la CIA o cualquier otra instancia del gobierno estadunidense se involucre en este tipo de disturbios es virtualmente nula.
El incidente se complicó. El embajador de México en Estados Unidos, Juan José de Olloqui, fue llamado al Departamento de Estado para que escuchara la protesta formal de Washington por las acusaciones infundadas de LEA contra su gobierno. Y aun después, el canciller Rabasa, abordado por la prensa, insistió en no retractarse: Hay que partir de la hipótesis de que la CIA opera en nuestros países. Eso no es novedad. Ese fue el titular de varios periódicos nacionales al día siguiente.
Después de esto, la descalificación de Jova a Echeverría para el liderazgo de la ONU puede ser interpretada como el cobro de una factura pendiente.