«Aspirantes a intelectuales que su preparación intelectual amateur los deja desarmados después de que manifiestan sus absurdos y torpezas (…) y burgués, porque después de que muchos de ellos les hubiera gustado ser “revolucionarios”»
Ángel González Granados
@angelfulminante
Regeneración, 3 de abril del 2019. Hace un par de semanas se suscitó un interesante debate entre John Ackerman y Hernán Gómez en el espacio radiofónico relativamente nuevo de Julio Hernández López, mejor conocido como “Astillero”.
Ackerman profesor de la UNAM y colaborador de medios como RT, Proceso, La Jornada y TvUNAM. Gómez, investigador del Instituto Mora y colaborador de El Universal y ForoTv.
Ackerman puso sobre la mesa un tema importante, inició el debate señalando que nunca había visto en manifestaciones ni apoyando a presos políticos a Hernán. Sugería John que el investigador del Instituto Mora no había tenido relación con la lucha social.
El tema que se colocó en ese debate me parece fundamental.
El debate se antoja productivo porque corrientes de pensamiento sugieren en efecto, que tiene un resultado particularmente rico pensar y actuar, ejercer las facultades intelectuales y tener una actividad política y un compromiso político en la realidad.
De otro modo si se es crítico y no se tiene ninguna actividad política, se puede ser un excelente observante, analista y crítico de la realidad y un pésimo fragmento de la realidad.
A propósito de este debate, en 1978 un historiador inglés de nombre Edward Palmer Thompson escribió el libro “La miseria de la teoría”.
Allí reflexionaba entre otras cosas sobre los métodos de hacer historia y también de la experiencia. Desde aquél entonces Thompson identificaba a grupos de intelectuales que, a pesar de esa época turbulenta, estaban separados de la participación política.
De esa forma acuñó el término de lumpen intelligentsia burguesa:
“aspirantes a intelectuales que su preparación intelectual amateur los deja desarmados después de que manifiestan sus absurdos y torpezas elementales filosóficas, y cuya inocencia en la práctica intelectual los deja paralizados en la primera telaraña de argumento escolástico que se encuentren; y burgués, porque después de que muchos de ellos les hubiera gustado ser “revolucionarios”, son en sí mismos productos de una “coyuntura” particular que ha roto los circuitos entre la intelectualidad y la experiencia práctica (ambas en movimientos políticos reales, y en una actual segregación impuesta por las estructuras institucionales contemporáneas), y por lo tanto pueden realizar psico-dramas revolucionarios imaginarios (en los cuales cada uno sobrepuja al otro adoptando feroces posturas verbales).”
Jugando con los tiempos y con la reflexión que hizo Thompson, su término de lumpen intelligensia burguesa resulta pertinente hoy. Sí existe un valor distinto y de experiencia práctica entre quienes se comprometen con las causas y tienen una participación política activa.
No es gratuito que la sociedad de hoy día piense a los intelectuales como pensadores profesionales que están aislados de sus realidades y que la facultad de pensamiento sea una de las muchas facultades que fueron consignadas como una actividad especializada para un grupo, muchas veces privilegiado.
El ejemplo de Edward Palmer Thompson es interesante, sus tiempos evidentemente distintos. En algún momento de su vida Thompson daba clases a adultos mayores, pero también militaba en el Partido Comunista Británico.
Su congruencia le llevó a abandonar su militancia comunista cuando en 1956 los soviéticos invadieron Hungría. Trató de acompañar siempre el pensar y su compromiso político, en otros momentos hacia la década de los ochenta, se comprometió profundamente con el movimiento contra las armas nucleares.
Preguntémonos ¿en dónde están nuestros intelectuales? ¿Sobre todo los que se asumen de izquierda o con cierta simpatía con la izquierda? ¿Encerrados en sus cubículos escribiendo? ¿Discutiendo y formándose con la gente? ¿Participando de algún compromiso político?
Haciéndole honor a la buena idea del historiador que hemos citado, la ferocidad en las críticas o las críticas por sí mismas no sustituyen la participación política de quien emite las críticas, y por supuesto no sustituyen la intención de transformar, en un sentido revolucionario la realidad.
¿Queremos intelectuales conectados políticamente con la realidad o solo queremos intelectuales que analíticamente desde una torre de marfil describan, critiquen y estudien la realidad?