La aristocracia porfirista, las fuerzas del viejo régimen y el embajador de EU conspiraron para derrocar y asesinar al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
En los Tratados de Ciudad Juárez, Madero aceptó la renuncia de Porfirio Díaz y que el porfirista León de la Barra fuera presidente provisional que convocó a elecciones. Al no desmantelar el viejo régimen ni el aparato militar que lo sostenía, Madero se vio atrapado por los intereses de la oligarquía mexicana y extranjera que no dudaron en lanzarse contra las fuerzas revolucionarias que apoyaron a Madero: Zapata, Villa, etc.
La conspiración para destituir a Madero involucró reuniones durante el mes de octubre de 1912, de Cecilio Ocón y los generales Gregorio Ruiz y Manuel Mondragón, que se reunieron en La Habana para discutir la situación política de México. Después de largas discusiones, concluyeron en la necesidad de derrocar al presidente de la República Francisco I. Madero. Para el éxito de su empresa, de regreso en México, los conspiradores invitaron a varios civiles y militares entre los que destacaron Félix Díaz, sobrino de don Porfirio y Bernardo Reyes, quienes estaban en prisión, el primero en la Penitenciaría y el segundo en Tlatelolco, por haber encabezado sendas rebeliones fallidas destinadas precisamente a derrocar a Madero. Después de convencer a un buen número de civiles y militares, fijaron el 9 de febrero de 1913 como la fecha adecuada para echar a andar el movimiento. Durante la Decena Trágica, al fracasar el intento de los insurrectos por tomar Palacio Nacional, el Presidente Francisco I. Madero se dirigió a Cuernavaca para traer la Brigada comandada por el General Felipe Angeles. Previamente había nombrado Comandante Militar de la Plaza de México al General Victoriano Huerta, en sustitución del General Lauro Villar, quien había resultado herido en los combates con las tropas sublevadas, por el General Bernardo Reyes.
Tras la liberación de Bernardo Reyes y Félix Díaz, los sublevados encaminaron sus pasos hacia el Palacio Nacional, en donde al ser avizorados por las fuerzas leales a Madero, el primero de ellos fue acribillado y perdió la vida. Sin reponerse de la sorpresa, Félix Díaz y Manuel Mondragón se replegaron y ordenaron a sus correligionarios que se refugiaran en la Ciudadela, lugar donde había un gran depósito de armas. El problema fue que en lugar de combatirlos, a Huerta le afloró la ambición del poder y entró en pláticas con Félix Díaz y Manuel Mondragón para derrocar a Madero.
El embajador norteamericano Henry Lane Wilson se encargó de comunicarle al General Félix Díaz sobre las aprehensiones del Presidente y Vicepresidente; del mismo modo ofreció a Huerta y a Díaz la embajada norteamericana para que llegaran a los acuerdos finales. el llamado «Pacto de la Embajada«, en el que desconocieron el gobierno de Madero, conviniendo en que Huerta asumiría la Presidencia Provisional antes de 72 horas, con un gabinete integrado por los partidarios de los Generales Bernardo Reyes y Félix Díaz; se convino también que este último no ocuparía ningún cargo para poder contender en las siguientes elecciones, que notificarían a los gobiernos extranjeros el cese del Ejecutivo anterior y que las hostilidades habían llegado a su fin. Poco después de celebrado este pacto, fue asesinado Gustavo A. Madero, hermano del Presidente.
Finalmente, Blanquet dio órdenes para que la noche del 22 al 23 de febrero de 1913, Francisco Cárdenas y Rafael Pimienta trasladaran a Madero y a Pino Suárez a la Penitenciaría de Lecumberri, pero durante el trayecto fueron obligados a bajar de los vehículos en que eran conducidos, siendo asesinados detrás de la Penitenciaría.
Al día siguiente, la información periodística fue escueta, asegurando que al ser conducidos de Palacio Nacional a la Penitenciaría en dos autos, custodiados por el mayor Francisco Cárdenas y tres oficiales, fueron asaltados y resultaron muertos. Sus cadáveres, conducidos a la penitenciaría, de donde serán sacados al día siguiente para ser sepultados. Al entierro acudieron pocas personas y el silencio de la prensa casi sepulcral. Los diputados, temerosos de ser detenidos, después de aceptar la propuesta de Querido Moheno de enlutar por tres días el frontis de la Cámara con la inscripción “Por las Víctimas”, enviaron una comisión para felicitar al usurpador Victoriano Huerta.