Lo que leí en la pantalla luminosa de mi iPhone (que ya medio controlo) fue esto: Ningún mar en calma hizo experto a un marinero
. No requiere explicación, la experiencia se adquiere entre turbiones y tormentas, no en mares tersos y sin oleaje.
Trasladando la imagen a la política, pienso que no hay un mar más proceloso en nuestro país que gobernar la capital. ¿Por qué? Muy sencillo, porque somos cada vez más y todo se complica, desde el tránsito vehicular hasta la amenaza de un desastre natural, temblor o inundación; desde el hacinamiento hasta la inseguridad que se combate con denuedo, pero que se mantiene en amplias zonas de la metrópoli; desde la amenaza de los cárteles que ronda por municipios mexiquenses, hasta la tristeza en los rostros de más capitalinos, endeudados, pobres, con mil exigencias familiares y sociales, así como aumentos en los precios de todo, no sólo de la canasta básica también de la gasolina hasta las colegiaturas.
Participé en un gobierno capitalino y sé de lo gigantesco del reto de mantener a la ciudad funcionando, segura, lo más limpia posible, transitable, ordenada y lista para hacer felices a sus habitantes. Pero hoy, varios años después de haber concluido esa experiencia, veo con inquietud que los problemas y los riesgos crecen.
En un mismo día, el jueves pasado, se inundó el Periférico, se colapsó el tránsito, se detuvo una línea del Metro y se anunció la sanción a treinta y tantos funcionarios del gobierno anterior por el fiasco de la línea dorada y, para colmo, por el mismo asunto, Marcelo Ebrard desafió a Mancera a un debate público.
Hay tormentas, manifestaciones, balaceras y pugnas partidistas, todo al mismo tiempo. ¿Puede imaginarse un mar más agitado? Difícilmente. Y sin embargo el jefe de Gobierno se da tiempo para presentar en el Senado su proyecto más acertado, que es el incremento al salario.
Nada de mares en calma, nubarrones y olas como montañas; o los marinos se vuelven expertos o el barco se hunde en plena navegación.
Desde la barrera, donde estoy, las cosas se pueden ver con cierta tranquilidad y objetividad. Veo buenos marinos ya fogueados, que aprendieron pronto a navegar: el procurador, el consejero jurídico, el secretario de Seguridad Pública, llenos de trabajo y a cargo de la trinchera más cercana al peligro, enfrentando a la delincuencia, a la inseguridad y a los cada vez más sofisticados procesos judiciales. Están a la mitad del foro
sin meterse en intrigas y grillas, que corresponden a otra área, ni en las difíciles cuentas de presupuesto y gasto.
La Jornada nos permitió acercarnos al pensamiento y estrategia de algunos de los integrantes del gabinete en una serie de entrevistas tituladas Rumbo al Segundo Informe de Gobierno. Dos de los funcionarios entrevistados, en un plano discreto, son pilares de un gobierno de izquierda: la Contraloría y la Secretaría de Desarrollo Social, dependencias vitales para el agitado mar capitalino.
Les toca nada menos que enfrentar dos problemas de cuya solución dependerá el juicio de hoy y de la historia. La Contraloría combate la corrupción y la Secretaría de Desarrollo Social la desigualdad y la injusta distribución de los bienes, ambas, frutos envenenados del neoliberalismo.
Los navegantes a cargo, Hiram Almeida y Rosa Icela Rodríguez han tenido un papel destacado; la Contraloría con programas correctivos y de prevención antes que persecutorios, pero sancionando con mano firme si se requiere, y Desarrollo Social con imaginación y vocación de servicio, manteniendo e incrementado los programas sociales sin los cuales el gobierno capitalino no se distinguiría de cualquier otro; así se llega a puerto.