Nadie conoce el mundo del teatro como Antonio Zúñiga, quien actualmente dirige el Centro Cultural Helénico. Y, en este Día Mundial del Teatro, ha dedicado un entrañable texto a este arte.
Por Antonio Zúñiga*
RegeneraciónMx, 27 de marzo de 2022.- Fue una tarde de octubre de 1987 cuando entré por primera vez a un teatro. La obra se llamaba Alicia Tal Vez, de Vicente Leñero y se llevaba a cabo en un festival de otoño en Ciudad Juárez, Chihuahua. Luego de esa tarde, todo lo importante que ha existido en mi vida, tiene que ver precisamente, con el teatro. Dos o tres días después de esa tarde, ya estaba actuando (justo en esa misma obra que acababa de ver) y treinta y cinco años después me sigo arropando por el escenario. Todo ha salido como de la casualidad. Aunque con el tiempo, el teatro mismo me ha enseñado que justamente en la vida, como en la ficción todo pasa por algo.
A mí como a muchos en este oficio, el teatro me eligió y me definió. (Con todo lo que quieran ustedes entender por esto). Desde ese momento a la fecha, el teatro, me ha llevado y traído, me ha construido y me ha sostenido. No me refiero solamente a satisfacer mis necesidades económicas, sino, a todo lo demás, pues el teatro me ha mantenido de pie frente a la vida. Perdonen que hable de mí, pero no tengo más herramientas convincentes para hablar de teatro que mi propia experiencia vital.
A lo largo de estos años, me he preguntado varias veces, ¿qué hubiera hecho yo, sino hubiera hecho teatro? Sinceramente, no sé que responder a ello, pero en cambio, sí sé lo que me hubiera perdido si nunca hubiera conocido el teatro. De eso me gustaría hablar este día de celebración esperando coincidir en parte, con los millones de personas que lo hacen hoy por hoy.
Si yo no hubiera conocido el teatro, no hubiera visto nunca en los ojos de los viejos la ternura y en sus manos rugosas el tesón del trabajo o en su rostro las arrugas como surcos que siembran de sabiduría el mundo. No habría visto nunca, como ve un niño la tierra, el cielo azul y el mar llenos de preguntas, que devienen siempre en esperanza. No hubiera jamás, encontrado en el instante la doble cualidad del tiempo, que a veces es eterno y otras veces, solo un suspiro.
Tampoco hubiera a través de mis oídos escuchado la música que hay en las palabras. Su elegancia y el contraste de su torpeza. Nunca hubiera entendido de bulto lo que es el cinismo de los déspotas y la enormidad con la que el sarcasmo refleja su tiesa humanidad. No hubiera entendido nunca, mi condición homosexual. Ni el poder que tiene la diferencia. La aspiración por la igualdad sería para mí, algo claramente inalcanzable sin el teatro. No hubiera podido nunca pensar y escribir: “tú pon la imagen y yo la imagino” o “la vida es como un gajito de mandarina, juntitos unos con otros, nos encontramos al final siempre, con nosotros mismos”
Tampoco habría en mí la conciencia de que, para ser hay que estar y para ver, no basta tener los ojos abiertos sino el corazón titilando. Sin este arte, no hubiera entendido que, todo el mundo cabe en un escenario, sabiéndolo acomodar y que, en contraste, nada entra en el mundo si la persona no quiere. Que las personas para vivir, necesitamos espacio y libertades, pero también objetivos y claridad de principios. Que todo en la vida tiene un principio un medio y un final. No hubiera conocido la palabra inconmensurable (una de mis palabras favoritas cuando se habla del amor). Jamás hubiera imaginado que; “apenas cierra uno los ojos y ya pasaron diez años”. No hubiera visto el mundo desde los ojos de un niño, de un suicida, o de un asesino, de un vendedor de ilusiones de un comprador ingenuo de baratijas, de un revolucionario preso en sus propias ideas, de una mujer libertaria, de una lagartija o de un roedor. Es decir, hubiera perdido de vista que somos humanos demasiado humanos.
No hubiera salido a cambiar la vida, en medio del sueño, para regresar al sueño donde la realidad es más cierta y desgraciadamente muchas veces inmóvil. Sin este viejo joven arte, no hubiera nunca, conocido el amor al prójimo, o el odio que a veces somos capaces de engendrar también. El calidoscopio fulgurante del humor. El color del fuego. El calor del hielo. La determinante diferencia que existe entre caminar arriba del escenario y abajo del mismo. La frontera como una ventana. El aplauso un remanso y un océano oscuro. Nunca hubiera podido sentir que somos aire. Que somos luz, que somos encarnación histórica de aquellos que un día, salieron a llenar las plazas de risas y llanto, a veces de ideas sobre el mundo y sus personas y sus deseos carnales. Sin el teatro nunca hubiera sido presente y también contante pasado, nunca ilusión de futuro.
Nunca hubiera entendido que el poder enceguece y derrumba toda humanidad sino se ejerce con justicia, pero que, en cambio, es desde el poder donde las almas buenas, encumbran su deseo de igualdad. Sin el teatro nunca hubiera visto tus ojos madre, padre, hermano, amiga, amante, amable compañera y compañero de lucha. Sin todo esto, la humanidad sería sin duda algo muy distinto. Por eso es venturosa esta celebración, porque el teatro nos pone siempre, ante la ventana donde la vida y el sueño se juntan y donde el mundo se construye mas humano desde un mirador. Por eso celebremos el teatro y no dejemos de hacerlo, no dejemos de experimentarlo como agua de oasis, como remanso de sol poniente, como juego de artificio que explota una y otra vez en el corazón de la humanidad.
*Antonio Zúñiga: Actor dramaturgo y gestor teatral. Actualmente dirige el Centro Cultural Helénico, dependiente de la Secretaria de Cultura Federal.