2016 fue el año con más violencia en el país desde que Peña Nieto asumió el poder. Ahora ese polvorín ha sido rociado de gasolina. En el centenario de Juan Rulfo, habitamos El llano en llamas.
Regeneración, 06 enero 2017.- Luis Videgaray acaba de inscribirse en la escuela más cara de México. Según sus declaraciones, llega a la Secretaría de Relaciones Exteriores a «aprender». Dispone de una beca anual de siete mil y medio millones de pesos para lograrlo. Su aire humilde preocupa como la calma que antecede a la tempestad. Salió del gabinete por la invitación que hizo a Donald Trump durante la campaña del magnate antimexicano. El gesto fue algo más que un error de protocolo. Se le ofreció un coctel margarita a la persona equivocada y se le otorgó estatura de estadista internacional al adversario que acaba de impedir que mil seiscientos millones de dólares se inviertan en la planta de Ford de San Luis Potosí.
El gobierno de Peña Nieto contribuyó de este modo al triunfo de nuestro acérrimo rival. El descrédito instantáneo hizo que el artífice de la iniciativa, Luis Videgaray, fuera removido de la Secretaría de Hacienda, donde llevó a cabo una asfixiante e injusta reforma fiscal. Con toda razón, Claudia Ruiz Massieu, entonces titular de Relaciones Exteriores, se inconformó con una invitación de la que no estaba al tanto y que agraviaba a México. Hoy el responsable del error la sustituye.
La pregunta esencial es: ¿quién gobierna México? La respuesta de Peña Nieto no deja lugar a dudas: Donald Trump.
Vuelvo al aprendiz de canciller. Durante su gestión en Hacienda sometió a persecutorias auditorías a los empresarios que solicitaban importantes devoluciones de impuestos. Regresa con el orgullo herido a un cargo que no merece y que sólo obtiene por las infaustas carambolas de la diosa Fortuna. ¿Cuánto durará la humildad que estrenó el miércoles pasado? Su principal «activo» consiste en su cercanía al enemigo declarado de los mexicanos. El solo hecho de que haya tomado protesta es una ofensa a la soberanía.
La cartera que alguna vez ocupó Alfonso García Robles, Premio Nobel de la Paz por los Tratados de Tlatelolco, queda en manos de un vendedor de seguros más proclive a defender los intereses de una transnacional que los de sus «clientes locales».
Este descenso en la diplomacia coincide con la subida de hasta veinticuatro por ciento en los precios de la gasolina. Peña Nieto utilizó un recurso para saber si el combustible causa un estallido político: encendió un cerillo. Las protestas no se han hecho esperar, acompañadas de condenables actos de vandalismo. Posiblemente, los saqueos a tiendas y gasolineras son respaldados por grupos deseosos de criminalizar el descontento y evitar que surja una oposición más organizada. Los bots alarmistas en Internet apuntan en esa dirección. Pero el principal responsable es el gobierno. Si la ciudadanía se siente despojada, paga con la misma moneda; en esa confusión, el delito es visto como un acto compensatorio.
El alza a la gasolina es el corolario de la desastrosa reforma energética que permite a empresas extranjeras tener control total para la explotación en aguas profundas y de una política equivocada que desmanteló las refinerías, renunció a la petroquímica y permitió la «ordeña» de los recursos. Con el mismo sentido depredador con que Peña Nieto transforma los parques nacionales en «áreas protegidas» en las que se puede invertir comercialmente, los hidrocarburos se han sometido a los caprichos del corto plazo.
Al inicio de los años ochenta México era el cuarto productor mundial de petróleo. El presidente López Portillo anunció que se administraría esa abundancia. Lo que siguió fue la rapiña. Hoy, México cuenta con combustibles para abastecer la demanda de los siguientes cinco días. Es la medida de nuestro fracaso: un país a cinco días de la parálisis.
En enero de 1994, los zapatistas se levantaron en armas para protestar por el rezago de siglos que agobia a los pueblos originarios del país y la pérdida de soberanía que implicaba la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. En enero de 2017 la situación es más grave. El dístico de Ramón López Velarde en «La suave patria» vuelve a ser una llamada de atención: «El niño Dios te escrituró un establo/ y los veneros de petróleo el diablo».
2016 fue el año con más violencia en el país desde que Peña Nieto asumió el poder. Ahora ese polvorín ha sido rociado de gasolina. En el centenario de Juan Rulfo, habitamos El llano en llamas.
Artículo publicado en el diario Reforma