Guillermo Almeyra |La Jornada
Regeneración, 28 de diciembre de 2014. Del viejo México subsisten la ignorancia bestial de la oligarquía dominante; el conservadurismo; la apatía política; la resignación de muy amplios sectores sociales, principalmente en las clases medias pobres, pero incluso entre los explotados; la desinformación masiva de quienes se informan, recurriendo sólo a la televisión. Esa costra espesa de mugre acumulada en las conciencias de millones por los continuos desastres, derrotas, invasiones, traiciones, matanzas, miseria, incultura y engaño permanente que caracterizan la trágica historia mexicana, empieza, sin embargo, a resquebrajarse. Desde hace rato un México nuevo trata de afirmarse, en particular desde 1968; las luchas de los 70; la movilización tras Cuauhtémoc Cárdenas y su victoria electoral robada en 1988; la rebelión zapatista en 1994 y la movilización popular que impidió su aplastamiento militar; la huelga en la UNAM en 1999; las movilizaciones para evitar el desafuero de López Obrador o, en el 2006, contra el fraude que le robó las elecciones presidenciales, por mencionar sólo las acciones masivas.
El salto que se produjo en las conciencias de cada vez más vastos sectores populares ha sido muy grande. Baste recordar que la Marcha del Color de la Tierra del EZLN, apoyada por los votantes del PRD –entonces cardenista–, tenía como finalidad presionar al Estado y a sus instituciones parlamentarias y judiciales para que incorporasen a la Constitución los derechos de los pueblos indígenas y que las enormes acciones contra el fraude electoral buscaban que el gobierno y el aparato judicial respetasen la ley que acababan de pisotear.
Esas ilusiones no existen ya, por más que haya algunos que quieran mantenerlas. El Estado trazó una honda zanja llena de sangre entre la camarilla oligárquica en el poder y desgobernante y las conciencias de los que eran meros súbditos. Fuerzas armadas, instituciones, (in)Justicia, entrelazadas con la parte más dinámica del capital –la narcodelincuencia– desaparecieron y asesinaron en Ayotzinapa a los normalistas –¡futuros maestros bilingües de indígenas y campesinos, constructores de un México mejor!– y, anteriormente, a tantos otros miles. Hoy, millones de personas se movilizan sabiendo que el Estado capitalista, y no solamente sus representantes o sus órganos de mediación como los partidos de los patrones, es el asesino, y concentran su lucha en unir los movimientos de resistencia; organizar la resistencia civil; preparar una huelga general nacional, imponer un gobierno de transición que convoque a elecciones generales para una Asamblea Constituyente para reconstruir este país vendido al imperialismo, ensangrentado, devastado.
Bertolt Brecht decía ¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros. ¿De quién que acabe? También de nosotros? y añadía ¿Quién puede contener al que conoce su condición? Esa toma de conciencia por parte de la mitad de los mexicanos es lo nuevo, el aporte riquísimo de este año feroz y funesto que acaba, la garantía de un México nuevo, libre.
La autorganización; las luchas por las autonomías en las comunidades; la ruptura con el Estado de los opresores formando policías comunitarias, grupos de autodefensa, defendiendo con el furor popular a quienes sufren atropellos, injusticias, crímenes; la creciente tendencia a cerrar los dedos en un puño para golpear unidos, venciendo los sectarismos, forma parte de una corriente subterránea que recorre desde siempre el subsuelo del pueblo de este país y explica los aparentes estallidos y las bolas en su historia, pero ahora tiende a tomar conciencia teórica y política y a organizarse. ¡Hagamos crecer vigorosa esta planta que está surgiendo y tiene múltiples raíces en el zapatismo de los morelianos y en el neozapatismo en Chiapas, en la rebelión estudiantil y democrática, en las resistencias heroicas de los sindicatos combativos!
El equipo de agentes de la oligarquía y las trasnacionales que, como vampiros, medra con la sangre de los mexicanos, prepara meses de enormes dificultades y de aumento de la represión y la injusticia. Ni las remesas ni el turismo se recuperarán de los golpes que les infligió la ilegalidad organizada desde el poder. La venta en barata de los recursos naturales, al igual que la caída del precio del barril crudo que Pemex exporta, agravarán la situación económica, con la consiguiente reducción de los salarios reales y el aumento de la desigualdad social brutal e intolerable y de la miseria.
¿Qué queda, después de que Fox ofreciera vender mexicanos como jardineros? ¿Venderlos como mercenarios y carne de cañón para las aventuras imperialistas?, ¿vender pedazos del territorio tras haber vendido la soberanía y convertido al Estado mexicano en un semiestado que garantiza los bienes de las trasnacionales?
Con Peña Nieto se prepara un estallido futuro caótico. Esperar su sucesión mediante futuras elecciones limpias equivale a creer en los Reyes Magos y hunde en el pantano de la pasividad. Una Constituyente, construida sobre las ruinas de las instituciones actuales, en cambio, podría salvar la oportunidad, como sucedió en Bolivia, de otro orden, no el de los narcoestadistas, sino el de los trabajadores; de otra justicia, de otras fuerzas armadas, garantías de la democracia. Es hora de unir el repudio al Estado y a sus instituciones de los neozapatistas con el repudio a este Estado y este gobierno de los millones que depositan sus esperanzas en Morena y con el de los estudiantes y demócratas de todo tipo, hartos de las atrocidades cotidianas. Como piden los familiares de los normalistas de Ayotzinapa es hora de que el Estado pague y de echar al gobierno a Peña Nieto. Es hora de unirse. O nos salvamos juntos o nos hundimos por separado.