Por: Rafael de la Garza Talavera
A nadie puede sorprender que en el inicio de este año 2014 la profundización del modelo neoliberal en nuestro país tome fuerza. Resulta grotesco que los actores políticos institucionales se rasguen las vestiduras con la reforma energética cuando desde hace dos décadas la conspiración neoliberal selló la suerte de millones de habitantes del territorio conocido como México. La venta de PEMEX no es más que la consecuencia lógica del viraje ideológico del estado mexicano, el cual muchos consideraron un cambio necesario para arribar a la modernidad.
El conjunto de reformas aprobadas por los partidos en el congreso encarnan lo que, en tiempos de Thatcher y Reagan, fue conocido como TINA (There is no alternative- No hay otra alternativa) y que se utilizó como argumento para imponer recortes en el gasto social, reducción de salarios reales y supresión de derechos. Con su poder de facto, el capital internacional inició una etapa del desarrollo del capitalismo que, a chuecas o derechas, se ha ido aplicando en todos los rincones del planeta.
Lo que lamentablemente se veía venir desde hace años hoy es una realidad: la venta de Telmex, CEMEX, Mexicana de Aviación, de Luz y Fuerza del Centro, de PEMEX y CFE son parte de una misma partitura que ha sido recreada de acuerdo a las circunstancias y posibilidades que ofrece la coyuntura nacional y mundial. Los gobiernos del PAN intentaron imponer las reformas sin lograrlo pero que hoy son parte del menú nacional: aumento de impuestos, incluyendo alimentos, y desaparición de subsidios y de derechos, que son más o menos lo mismo. Con el pretexto de moderar la contaminación ambiental, le agregaron un impuesto a los derivados del petróleo y subieron la electricidad; con el pretexto de combatir la obesidad, le cargaron un 8% a los alimentos con alto contenido calórico, lo que incluye desde botanas y refrescos hasta pastas y pan dulce, siempre tan preocupados por la salud de la población.
Lo que en el fondo aparece es la necesidad del estado mexicano se substituir el hueco que provocará la pérdida de las ganancias petroleras –que ahora quedarán en los bolsillos de las corporaciones internacionales- con un aumento en la recaudación fiscal y una reducción sustantiva de los subsidios. No pretenden reducir el gasto corriente ni reducir las consecuencias de la corrupción y el tráfico de influencias, ni mucho menos dejar de exentar del pago de impuestos a los peces gordos de las corporaciones y grandes empresas sino cargarle la factura completa a las mayorías.
Al mismo tiempo, el poder político se centraliza (véase la reforma política) y el gasto militar aumenta. Ambos factores son necesarios para contener el descontento popular y para mantener la vigencia de las reformas y suprimir derechos legalmente a partir de la aprobación de leyes y reglamentos, a pesar de marchas, cercos y protestas de todo tipo. Todo parece ir viento en popa para los ocupantes de Los Pinos y las loas por parte de los organismos internacionales y los países ricos son para ellos la palmadita en la espalda que, a contrapelo del clamor del pueblo al que dicen representar, los felicita por su valor y altura de miras y sobre todo por las enormes ganancias que van a obtener.
La mayoría de la población parece estar pasmada y en cierto sentido no ha logrado asumir las consecuencias en su vida cotidiana pues, como dicen algunos líderes de opinión, lacayos del poder, el efecto de las reformas tomará tiempo. Si bien las consecuencias están ya a la vista de todos parece que tomará tiempo para que los principales afectados se den cuenta del costo que van a tener que pagar. Por ejemplo, algunas personas con las que he conversado al respecto se muestran sorprendidas de que, en lugar de las promesas manifestadas en los espots gubernamentales, el costo de la luz y la gasolina estén aumentando; como se dice vulgarmente, no les ha caído el veinte. Pero además, los trabajadores de PEMEX, CFE, SEP, por mencionar algunos, empiezan a sospechar que el empleo no crecerá sino que disminuirá… y precisamente a su costa.
Los dueños del poder apuestan al conformismo, seguros de que mientras la población pueda comprar pantallas planas y automóviles a crédito las cosas no se saldrán de control. Tal vez tengan razón, pero ¿Qué pasará cuando las deudas no pagadas sean motivo de penas corporales, con lo que el paraíso consumista será privilegio sólo de unos cuantos? ¿Qué pasará con todos aquellos que deberán modificar drásticamente sus estilos de vida, decirle adiós a su flamante auto y a su casa? Dicho en otras palabras, cuando la ilusión del progreso personal desaparezca. Y me refiero sobre todo a la clase media aspiracional -esa que no lo es en realidad pero que gracias al crédito cree que lo es. ¿Apoyarán un golpe de estado para profundizar la militarización aunque ello no mejore su condición económica o saldrán a la calle para revertir el modelo neoliberal? Usted empobrecido lector, ¿qué haría? o mejor dicho ¿qué está haciendo?
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