Luego de algún tiempo de pensar en “me siento gorda”, “nada me queda” y que tengo que agradar a alguien para sentirme a gusto con mi cuerpo, mandé todo al carajo y me desnudé para un video musical.
Por Fabiola Rocha
Regeneración, 13 de agosto de 2016.- No es gran cosa, ya lo sé; antes había tratado de participar en performances al desnudo y algunos amigos me tomaron fotos en paños menores, pero la libertad de la desnudez durante la grabación de un video musical fue lo más efectivo contra el constante rechazo de mi cuerpo.
Hay ideas que pesan como yunques sobre la cabeza, que nos asfixian hasta el punto de la desesperación; algunas de ellas, si no es que la mayoría, basadas en percepciones personales o estándares instaurados por alguien ajenos a nosotros mismos.
Medios de comunicación, sociedades o modelitos que nadie sabe de dónde salen, incluso doctores y personas que dicen «hacerlo por nuestro bien»; sobre el cuerpo femenino, todo el mundo quiere opinar.
Bastaría con leer un periódico, una revista o twitter para darnos cuenta que en todos lados aún se nos indica cómo debemos vernos, qué debemos comer y qué está bien y qué no mostrar de nuestros cuerpos.
Quizás el ejemplo más inmediato es el caso de Alexa Moreno, la gimnasta mexicana que participó en los juegos olímpicos recientemente y con quien las redes sociales se ensañaron al señalar que su cuerpo no era el de una ginmasta, que no correspondía con los estándares de su disciplina y que su participación en Río tenía que ver con una forma de cumplir la cuota. Evidentemente, comentarios de personas que no tienen idea del ciclo olímpico o de lo que implica ser una atleta de alto rendimiento.
Los ejemplos sobran, porque no importa cómo te veas, siempre habrá críticas hacia tu persona.
Yo, pese a ser consciente de que las críticas están en todos lados y que no debía preocuparme más que por lo que creo de mí misma, igual, en algún punto, me encontré en desacuerdo con mi cuerpo.
Nunca he sido gorda o particularmente desagradable a la vista, jamás he pesado más que lo que mido. En general puedo decir que estoy en forma, pero si un día me encuentro desnuda, frente al espejo, millones de pensamientos se pasean sin permiso, censurando las lonjas de mis caderas, las estrías de mis nalgas, el tamaño de mis senos y mis manos; juzgo mi panza, el barro que crece en mi cara o la poca fortaleza de mi espalda.
No supe en qué momento pasó, o por qué permití que estas ideas me asaltaran, pero desde hace algunos años, me sabía cada vez más exigente con mi apariencia.
Fue cuando decidí hacer algo, no sabía qué, cómo o dónde, pero necesitaba reencontrarme conmigo misma, con la manera en que me veo y proclamarme desde un lugar distinto.
Entonces escuché, atendí a los llamados, hablé con personas que por mi calidad de periodista confiaron y compartieron sus historias conmigo.
Supe de alguien que por mucho tiempo no logró verse al espejo porque su imagen no correspondía a su género; otra persona me habló de cuando las críticas le orillaron a ser anoréxica; también leí de quien en un franco desdén hacia sí mismo se suicidó en el acto.
No hice nada extraordinario; no dieta, no comí soya, no me volví vegetariana o hice más ejercicio que el que hago, tampoco me operé la nariz o me puse botox, sólo atendí al llamado.
Una tarde, mientras navegaba por las redes sociales, una compañera pedía la participación de personas que quisieran aparecer desnudos en la escena de un video musical, no supe por qué, pero esa convocatoria hizo inmediato sentido en mí y la contacté.
El día del evento había un sol radiante, a mi lado, varias personas charlaban; la mayoría no nos conocíamos, pero todos íbamos por el mismo objetivo.
Fue impresionante compartir con ellos, sentir que por un minuto, todos éramos una masa enorme de humanidades distintas, más allá de los prejuicios y las críticas; ahí no había pena ni expectativa, sólo un puñado de gente que bailaba, se movía y se compartía.
A veces es difícil luchar contra la inquisición que llevamos dentro de la cabeza, dejar de hacer comentarios hirientes o de juzgar a las personas por su apariencia, pero hay que dar un paso a la vez.
Aquel día me olvidé de juzgarme, de ser dura conmigo, me sentí libre en aquel sitio, traspasada por el viento, las miradas, el agua y la cámara, y siento que si por un día pude renunciar al escrutinio autoinflingido de mi cuerpo, quizás un día esa actitud se convierta en lo normal.