Por Rosario Adriana Mendieta Herrera*
Familias completas y en muchas ocasiones fragmentadas de manera violenta se aferran a la esperanza de recuperar “algo de lo perdido” en una guerra que por muchos, muchos años en México ha despojado a personas, familias y colectividades la libertad de construir su ser y su hacer en interacción con el medio en el que en algún momento decidieron sería el testigo de la materialización de su proyecto de vida.
El asunto de “la tierra” actualmente constituye el análisis de las causas, dinámicas e impactos del conflicto y violencia política-económica ejercida en muchas regiones de México, por la imposición de los megaproyectos económicos y de acumulación de capital, los cuales han alcanzado a las comunidades tlaxcaltecas despojándolas de sus tierras, imponiendo el paso del gasoducto parte del Proyecto Integral Morelos.
Tal proyecto consta de al menos una planta termoeléctrica de ciclo combinado que funciona a base de gas natural (gasoducto) y vapor (acueducto), para producir energía eléctrica que sirva a la instalación de nuevas ciudades industriales a lo largo del ducto. El conjunto del proyecto afecta a los estados de Tlaxcala, Puebla y Morelos.
Desde 2014 las comunidades de San Vicente Xiloxochitla, La Trinidad Tenanyecac y San Damián Texoloc se han visto amenazadas por la imposición del proyecto, mismo que ha sido rechazado por las asambleas comunitarias.
Pese a ello, la Comisión Federal de Electricidad (CFE) ha ido imponiendo el proyecto de muerte a través del engaño, amenaza, la negociación con las autoridades municipales a cambio de obras, e incluso con el uso de la fuerza pública.
La construcción del gasoducto tiene diferentes peligros para las comunidades: pasa cerca de escuelas poniendo en riesgo a muchos estudiantes; atraviesa localidades dedicadas a la alfarería, donde existen hornos con temperaturas de hasta mil grados centígrados, y también pueblos donde se dedican a la elaboración de tacos de canasta y se mantienen prendidas hornillas durante gran parte del día.
Además de lo anterior, el trazo daña zonas con alto potencial arqueológico; se afectan zonas con gran cantidad de agua y donde la tierra es salitrosa, lo que aumenta la posibilidad de corrosión de los tubos; estos últimos se ha comprobado por los habitantes que se encuentran en malas condiciones; también se señala que existe una falla tectónica denominada “el sol” que representa otro riesgo por la inestabilidad de la tierra. Pese a todo lo anterior, el gasoducto se sigue imponiendo.
El despojo de tierras de las comunidades de Tlaxcala por la construcción de estos megaproyectos traerá consigo el desplazamiento forzado de centenares de familias, a las cuales obligará adaptarse a nuevos contextos, lo que constituye una modalidad de violencia a través de la cual involuntariamente un grupo, personas, familias y colectivos se les priva material y simbólicamente, por fuerza y coerción, de bienes muebles e inmuebles, lugares y/o territorios sobre los que ejercían algún uso, disfrute, propiedad, posesión, tenencia u ocupación para la satisfacción de necesidades primordiales.
El proceso de despojo de tierras debe entenderse más allá de la privación de un bien económico, pues también son dimensiones sociales y simbólicas las que se trastocan, dañando severamente la dignidad humana y de las que la perspectiva penal y civil no alcanzan a dar cuenta con el reconocimiento jurídico de los derechos de las víctimas sobre las tierras que han sido despojadas.
No da cuenta adecuadamente del impacto que en la práctica tiene el despojo sobre la situación vital de las personas, familias y comunidades despojadas.
En este escenario, es preciso mostrar la manera como se hacen visibles o invisibles las problemáticas que afectan de manera particular a las mujeres en escenarios de violencia sociopolítica, generalmente asociadas a vulneraciones a su ser y hacer como mujeres.
Por ejemplo, el derecho de las mujeres a la propiedad ha recibido poco reconocimiento social históricamente, y al despojarlas se les afecta de forma desproporcionada, lo cual se refleja en la feminización de la pobreza.
Comprendiendo además que los daños ocasionados trascienden sus identidades individuales y colectivas, que produce rupturas en la construcción de su proyecto de vida, basado en la autonomía y la dignidad humana; por lo que resulta prioritario visibilizar que desde concepciones patriarcales históricamente se ha silenciado y subordinado a las mujeres.
Ante esta realidad de despojo, las mujeres de las comunidades tlaxcaltecas empoderadas e identificadas con su tierra y territorio, que por décadas les ha brindado alimentos y sustento familiar, juegan un papel muy importante en la defensa de la tierra y del territorio tlaxcalteca, pues son ellas la mayoría de quienes ahora conforman los movimientos y colectivos sociales que han hecho frente, y se han organizado para defender su territorio, su identidad y su patrimonio.
Ante este problema, resulta urgente que las mujeres y toda la ciudadanía nos posicionemos y exijamos el respeto de la autonomía, del derecho a la vida digna, a un ambiente sano y libre de peligros, así como al derecho a la tierra. No al despojo de la tierra, sí a la vida digna y al respeto de los pueblos.
Regeneración, 8 de septiembre del 2015. *Directora del Colectivo Mujer y Utopía A.C. , el artículo fue publicado en CIMAC
15/RAMH/RMB