Agotados los ejércitos españoles luego de una guerra de más de once años; aniquilados la mayor parte de los insurgentes y aún, sin dar tregua los que luchaban en al menos tres frentes armados distintos; propuso España finalmente la firma de un pacto de independencia y encargó a Iturbide acordar la pacificación.
A sus casi cuarenta años, Vicente Guerrero dirigía la lucha independentista desde las montañas de Guerrero. Los hombres a su mando persistían dignamente en la convicción de que México sería libre, aunque ellos fueran sacrificados. A su padre, que llegó a convencerlo de que desistiera de su lucha, Guerrero le respondió «La patria es primero». A Iturbide, quien se instaló en Teloloapan para buscar con él un acuerdo, le dijo:
«Perdimos la esperanza del último recurso que nos quedaba, y estrechados entre la ignominia y la muerte, preferimos ésta y gritarnos: independencia y odio eterno a aquella gente dura. Lo declaramos en nuestros periódicos a la faz del mundo; y aunque desgraciados y que no han correspondido los efectos a los deseos, nos anima una noble resignación y hemos protestado ante las arcas del Dios vivo ofrecer en sacrificio nuestra existencia, o triunfar y dar vida a nuestros hermanos.«
Después de tantos años de lucha, Guerrero no claudicaría ni entregaría las armas de sus hombres. Del haberse sostenido en su lucha hasta el final, dependió que los hombres y mujeres del México de hoy constituyéramos una república soberana. Como él, con las armas de la razón y la organización, sigamos recordando que «todo lo que no sea concerniente a la total independencia, lo demás lo disputaremos en el campo de batalla».