Por Miguel Martín Felipe
En años recientes, digamos que a partir de la década de 2010, se comenzó a afianzar un movimiento comercial —más que cultural— conocido como cultura pop. La concepción original del término ha perdido vigencia, así que no es pertinente hablar de Warhol. Como cultura pop se denomina actualmente la tendencia a explotar productos de la industria cultural estadounidense de décadas pasadas y la creación de nuevos productos basados en dichas franquicias. Series, películas y merchandising de ciencia ficción, terror y comedia hacen las delicias de niños, pero sobre todo de adultos en edad productiva. Asimismo, se ha abierto un nicho importante donde se comenta acerca de estos contenidos en formatos como el podcast o el streaming de YouTube.
Pareciera bastante común el encontrarnos con una tendencia al rechazo de la política en general, así como una cierta proclividad por parte de quienes consumen cultura pop a desarrollar una postura reaccionaria, influida por figuras juveniles prefabricadas que, con un discurso bien articulado y personalidad magnética, defienden abiertamente a la derecha en redes sociales. De toda la caterva de influencers de derecha despuntan los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez.
Existen otros influencers cuyo campo no es la política, sino la comedia y el “análisis” de la cultura pop. El standupero Franco Escamilla organiza un programa llamado “La mesa reñoña”, donde él y sus amigos hablan sobre cultura pop y videojuegos, y suelen soltar una que otra puya en contra del gobierno de AMLO. Sin embargo, es en un formato de noticiero satírico donde Escamilla ha despotricado en contra de Hugo López-Gatell, no con argumentos de fondo, sino con una clara línea que parece claramente sembrada.
Chumel Torres, por otra parte, inició como YouTuber de sátira política y luego fue coptado por HBO, aunque uno de sus tantos deslices racistas le valió ser puesto en la congeladora. Torres basa su humor en la premisa de que “todos los políticos son iguales”, aunque ahora dirige toda su artillería contra la 4T y no oculta su cercanía con exfuncionarios peñistas, Felipe Calderón y Javier Lozano. Fue evidenciado por Diego Ruzzarin como franco defensor del pensamiento individualista. Torres conduce y participa en espacios donde exhibe un conocimiento sobre cultura pop, que supera a lo que sabe de política, pues él mismo es un instrumento efectivo de los poderes fácticos que invierten en producción y guiones para mantener al personaje vigente. Él se autodefine nerd, un término muy de actualidad en redes.
El canal de YouTube Bully Magnetses, una propuesta innovadora que presenta explicaciones de hechos, pasajes y personajes históricos con datos rigurosos, pero a la vez con referencias a la cultura pop y un humor de sitcom con fuerte tufo anglosajón. Se utilizan versiones caricaturizadas de personajes históricos, o bien, personajes genéricos como “el tío chairo”, que es la versión exagerada y genérica de un simpatizante de la izquierda, que es retratado como intransigente, conspiranoico y con fuertes influencias marxistas.
Creadores de como consumidores de estos contenidos evidencian enorme ausencia de conciencia social y por el concepto “izquierda”, pues el término se ha convertido en sinónimo e ideas obsoletas.
En el pasado, personas de 20 a 40 años necesitaban una cierta dosis de cultura pop para despejarse del panorama político. Ahora, el panorama es distinto; las personas en el mismo rango están totalmente desconectadas del panorama político y sobreexpuestas a la cultura pop. Entre tantas series, películas, podcasts y videos, es muy poco probable adquirir conciencia social. Estos contenidos los produce la industria cultural estadounidense y jamás contendrán atisbo alguno de pensamiento colectivo.
En la próxima entrega hablaré de dos flagelos producidos por este panorama: paidofobia y gerontofobia.
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