Por Miguel Martín Felipe
En el artículo pasado caractericé de manera muy general el ciclo de la pobreza ideológica y cómo ha sido una constante que suele acompañar a los procesos democráticos latinoamericanos, donde siempre quedan en pie las estructuras hegemónicas. Dichas estructuras, entiéndase medios masivos y políticos/empresarios reaccionarios, crean un clima de polarización y hacen que la sociedad tome partido con base en nociones preconcebidas, como plantearse para qué público está dirigido un proyecto político como si se tratara de un producto de consumo; algunos son para ricos y otros son para pobres.
Vayamos a un breve relato sin nombres ni apellidos, para ver cómo vive este ciclo una familia de la periferia que alcanza el sueño de subir en la escala social.
Hay una familia citadina de raíces provincianas. Los padres no hicieron carrera. Sin embargo, se esforzaron por darles carrera a sus cinco hijos. Sobra decir que esta familia no hunde sus raíces en una estirpe con tradición académica. Se trata de la primera generación con educación superior y nada garantiza que la siguiente lo logre, ya que los hijos evidentemente no “pasan hambre”, de manera que no conciben el estudio de la misma forma que sus padres o abuelos.
En la misma casa cohabitan los padres junto con dos de las hijas y dos nietos mayores de edad. De ese universo de posibles votantes, solo una de las hijas hizo lo propio en la consulta ciudadana del 1 de agosto. El resto, pese a su raigambre provinciana y su color de piel, siente que pertenece a un estatus superior, ajeno a toda pugna política.
Sufren de aspiracionismo y egoísmo. Se han enconchado en la comodidad de que sus posiciones prominentes (al menos la de una de las hijas) en el IMSS, satisfacen todas sus necesidades y tienen la idea de que viven como ricos. No viajan al extranjero ni tampoco tienen la ropa o la tecnología más cara, pero dentro de sus posibilidades satisfacen todos sus antojos.
Ostentan ideas reaccionarias, porque de otro modo “pensarían como pobres”. Realmente no están politizados, porque consumen entretenimiento basura, ya sea en medios digitales o tradicionales; ningún contenido de política, salvo por los infames noticiarios de Milenio y Televisa, que sintonizan como una conducta automatizada.
Solo el padre es asiduo a la lectura, pero considera que la época neoliberal representa la forma más acertada de gobernar, debido a que el salinato fue el periodo de mayor bonanza para su oficio de serigrafista.
Los miembros de la familia con posturas reaccionarias, tanto informados como desinformados, sienten que mientras ellos vivan con comodidad (aunque sin los alcances de los verdaderos ricos), nada más importa. La falta de conciencia social y los contenidos de cultura pop han hecho germinar en ellos la semilla del pensamiento individual.
Cuando todas las condiciones apuntarían a que esta familia fuese ya no progresista, pero al menos humanista, termina siendo el bodrio que los contenidos basura y la demagogia de los que “trabajan por México” querían:
Una familia morena de clase media baja que vive con la idea de ser clase media, y que por congruencia con el estatus al que aspira, desprecia a quien llaman “el viejito hablador”. Los otros tres hijos que siguieron derroteros menos halagüeños alejados de la casa paterna, han pasado verdadera hambre y convivido más con el pueblo llano; desarrollaron gusto por la lucha social, esgrimen ideas muy distintas y pugnan por el bien colectivo desde sus trincheras.
Leo sus comentarios en las vías de contacto habituales. Sigamos construyendo la sociedad con la que siempre soñamos y que la historia nos llama a hacerlo aquí y ahora.
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