La definición, la declaración de principios con toda sinceridad y la toma de una genuina postura política es el gran tabú de la clase política hegemónica y de los medios corporativos. El llamado del presidente a definirse debe ser escuchado.
Por Miguel Martín Felipe
RegenraciónMx, 17 de mayo de 2022.- La coyuntura histórica que vivimos actualmente en México, como lo dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador, requiere que todos los ciudadanos nos definamos ideológicamente. Sin embargo, la no definición es una postura muy conveniente con la que actores políticos y mediáticos ocultan sus tendencias más retrógradas.
Cuando el PNR (más tarde PRI) fue fundado en 1929, para su estructura se tomó como modelo el partido Bolchevique, que había derrocado en 1917 al zar Nicolás II y había instaurado en Rusia un estado de corte socialista. A la par de implementar políticas encaminadas al bienestar social y con la revolución mexicana como principal bandera, el PRI se encargó de convertir el concepto de derecha en un anatema; una ideología prohibida. Esta noción se reforzaba con el hecho de que la ultraderecha había sido capaz de iniciar un conflicto armado en nombre de la religión (la guerra cristera en 1926) y de asesinar a un presidente (José de León Toral, fanático cristero, ejecutó a Álvaro Obregón a sangre fría en 1928).
Durante al menos cuatro décadas posteriores a la revolución mexicana, todos éramos revolucionarios, todos éramos de izquierda. No había espacio en el escenario político para la derecha, pues lo que más le convenía al país, según el discurso hegemónico del PRI, era el consenso y la negociación política, pues, aunque a partir de los años 80 la fisonomía del PRI fue mutando para adaptarse a la exigencia neoliberal, el discurso base se mantuvo. Por supuesto que la derecha siempre estuvo presente, pero nunca se autodenominó como tal.
Si actualmente se cuestiona a algún actor político de derecha sobre si se reconoce que profesa dicha ideología, las respuestas son variadas, pero siempre tienden a la negación o a la evasión. Algunos como Lilly Téllez dirán que están “a favor de México”, que la dicotomía de izquierdas y derechas es algo del siglo pasado. Gabriel Quadri diría que más que izquierda o derecha, él se define como liberal y demócrata, que en realidad lo que busca es un “México próspero”. Claudio X. González, a todas luces un empresario de derecha, se ha llegado a autoproclamar como social demócrata y con tendencias más hacia la izquierda. José Manuel ‘Chumel’ Torres, famoso por un estilo de comedia que emula de manera desafortunada el humor estadounidense y lo adereza con tintes racistas, afirmó ser “mega de izquierda”. Jesús Zambrano, uno de los insurrectos que dinamitaron el PRD desde dentro (‘los Chuchos’) afirma constantemente que el PRD es la auténtica izquierda que México necesita.
La realidad es que ninguno de estos personajes aceptaría que en realidad su ideología es de derecha y que su defensa de los intereses empresariales es lo que motiva la animadversión que le tienen al presidente.
Otro caso paradigmático es el de los comunicadores de los medios corporativos, con mención especial para José Cárdenas, Ciro Gómez Leyva y más recientemente Azucena Uresti. La lectora de noticias de Grupo Milenio editorializa cuanta información le es menester presentar con una clara tendencia hacia el franco ataque contra AMLO, bajo el supuesto de que ella “hace un periodismo combativo”. En una reciente entrevista con Alejandro ‘Alito’ Moreno, Uresti le espetó al presidente del PRI que la unión sin desacuerdos entre PRI, PAN y PRD “es la oposición que necesitamos los mexicanos”. Estas palabras entrañan el condicionamiento hacia la idea de que AMLO es la derecha, toda vez que siempre se ha utilizado este concepto como el enemigo más cómodo. El ser de derecha es un arma arrojadiza que se utiliza desde que el PRI tomó el poder.
La definición, la declaración de principios con toda sinceridad y la toma de una genuina postura política es el gran tabú de la clase política hegemónica y de los medios corporativos. El llamado del presidente a definirse debe ser escuchado y acatado para realmente estar a la altura del proceso histórico que se vive, con una población cada vez más politizada, que demanda y exige porque ha descubierto que la democracia participativa realmente existe, incluso pese a una clase política anodina y de truculento discurso. Fuera máscaras.
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