#Opinión: El taxi | Creepypasta

En un relato más de pesadilla, esta es la historia de un hombre que vivió la experiencia más aterradora en su propio auto, un taxi. Lo que descubrió al final de un viaje de servicio fue absolutamente revelador.

En un relato más de pesadilla, esta es la historia de un hombre que vivió la experiencia más aterradora en su propio taxi.
Fotos: Especiales

Por Luis Orlando Montane Pineda

RegeneraciónMx, 19 de marzo de 2022.- En esta ocasión le daremos la bienvenida a otra amiga escritora, su especialidad son las Creepypastas . Una de las historias emblemáticas en el mundo del terror por YouTube es ‘El taxi’, escrita por Jemisha, la diosa de la oscuridad. Así puedes buscarla en YouTube.

El Taxi

Era una tarde lluviosa, yo manejaba mi taxi y el agua caía a cantaros. Sabía que ese día no tendría mucho pasaje y pronto anochecería, así que tendría que regresar a casa más temprano. Esto me afectaría un poco por los gastos que tendría, pero qué remedio. Con el clima no hay nada escrito.

Ya resignado a que no habría más trabajo decidí regresar a casa. La noche perdida la recuperaría después. En el camino encendí la radio para escuchar las noticias o lo que se pudiera sintonizar, pero al llegar a un semáforo en alto estaba una dama parada. Acerqué el auto a donde ella estaba y bajé la ventanilla para preguntarle si quería mi servicio, a lo que me dijo que sí. Le dije que subiera y así lo hizo.

Era una dama, por lo que vi en el retrovisor, muy atractiva, de rostro blanco y serio, pero amable y refinada en sus modales, le pregunté a continuación que a donde la llevaba y ella me contestó…

«Lléveme a Tejabanes número 18 por favor».

Le di marcha al auto y la miré de nuevo por el retrovisor, miraba fijamente las calles y yo era de los conductores que acostumbraban platicar con sus pasajeros, pero en esta ocasión no sabía si hacerlo o no. Al menos no cómo empezar una plática sin que la dama se incomodara. Después de un rato de trayecto la miré de nuevo y me percaté que no estaba mojada a pesar de que ella me abordó en plena lluvia. Pensé sería lo que iniciaría mi charla con ella, así o hice y al fin me animé a preguntarle…

«Señorita, disculpe la pregunta, pero noto que no se mojó usted con la lluvia. ¿Tenía mucho tiempo esperando un taxi?»

Ella me contestó volteando a verme por el retrovisor.

«No señor Martínez, pasó justo en el momento exacto que yo lo esperaba, y me sonrió levemente».

Me sentí extraño. En ese momento me sobresalté al escuchar que me llamó por mi apellido, nunca lo mencioné como lo sabría ella. No me quedé con la duda y se lo pregunté.

«Señorita ¿Cómo sabe usted mi apellido? No se lo mencioné. ¿Ha subido antes a mi taxi?.

Y ella me contestó…

«Señor Martínez está en su tarjetón vehicular, señalando hacia la ventana».

Me tranquilicé viendo que era verdad, pero algo no me quitaba la incomodidad que sentía. Seguí avanzando a la dirección que me dio. Y había oscurecido y empecé a sentir mucho frio, me tallaba las manos en cada parada de semáforo. Yo veía a la dama tranquila, no se notaba que tuviera frío y yo me congelaba más. Pero, ya no faltaba mucho para llegar a su destino, ya no llovía y lo que más quería era terminar ya con esa noche de trabajo.

Llegamos al lugar indicado, se me hacía conocido, creí haberlo visto antes, pero no recordaba dónde o cuando. En nuestro trabajo como taxistas es común ver lugares semejantes y con las pláticas y tanta gente que conocemos es fácil confundirnos, pero de verdad algo tenía ese lugar pero no entendía qué era. Le dije «listo señorita llegamos a su destino, está usted servida».

Ella me contestó…

«¿Podría usted acompañarme por favor? Le pago adentro, no lo haré esperar mucho, se lo prometo, tengo el tiempo contado yo también».

No tenía mucha confianza de bajar, pero no podría dejar sola a la dama, se veía tranquilo el lugar. Me paga y me voy.   Bajé del taxi, abriendo la puerta para que bajara y así acompañarla por mi pago. Nos dirigimos a la puerta verde y grande que tenía una cadena con candado, se notaba pesada pero la mujer la quitó con facilidad haciéndola a un lado. Fue extraño que el candado no estuviera cerrado, rechinaba al abrirla. Entramos y lo que vi me dejó sin habla, no lo podía creer. Era un cementerio.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y no pude ni dar un paso ni hablar, sólo pensaba que hacemos aquí, la miré confundido y ella me dijo…

¿No recuerda nada señor Martínez?

«¿Recordar, qué tengo que recordar? ¿Qué hacemos aquí? Dígame ¿Quién es usted? Dijo que sólo me pagaría y ya».

«Mi nombre no importa, pero le ayudaré a recordar que hacemos aquí».

Hace seis meses usted iba en su taxi rumbo a su casa. Estaba lloviendo muy fuerte, caía una tormenta y debido a que no se veía casi nada y con demasiada lluvia escurriendo en su parabrisas no pudo ver el camión de carga que vino hacia usted y chocó de frente con él. Murió al instante, sólo que usted se negó siempre a marcharse al otro plano, se ha negado a aceptar su muerte y sigue deambulando las calles buscando pasaje y repitiendo ese día en que falleció, una y otra vez. Venga conmigo.

En un relato más de pesadilla, esta es la historia de un hombre que vivió la experiencia más aterradora en su propio taxi.

Aún me negaba a aceptar y entender lo que aquella mujer me decía, pero la seguí. Algo me hacía caminar a su lado, no podía ser cierto lo que me decía. Caminamos entre los cruces del cementerio hasta llegar a una tumba y me pidió que leyera la inscripción. Lo hice y ahí estaba mi nombre, la fecha de mi muerte —exactamente de hace seis meses, como me dijo—.

Había también un epitafio en dedicatoria mía por parte de mi esposa, hijos y familiares. Me dejé caer en la tumba llorando. En ese momento empecé a recordar todo el accidente y cuando vi mi cuerpo quebrado entre los fierros retorcidos de mi auto. Me quedé ahí negándolo y diciéndome que no era mi momento, que no me podía ir, y me quedé atrapado en este mundo sin aceptar lo sucedido. Ahora entiendo la lluvia de todas las noches, ese frío casi al final de mi camino al querer regresar a casa. La dama que subí no estaba mojada, debía estar empapada y subió seca al auto, el que ella no sentía frío alguno… Claro ¿Cómo podría ella sentirlo?, si ella es el frío mismo.

Me miró y me dijo con voz ahora cavernosa, mientras su rostro iba cambiando poco a poco de una mujer hermosa a una calavera sonriente, me estiró su mano que en lo que antes era una mano humana ahora eran sólo unos huesos. Me dijo…

«Es hora de que tomes mi mano y vayas a donde perteneces, este mundo ya no es para ti, tienes que aceptar lo ocurrido, aquí es ahora tu morada, aquí reposarán tu cuerpo y tu alma debe cruzar para su descanso eterno».

Tomé su mano estirando la mía, me levanté y caminé a su lado aceptando por fin mi destino. Lo último que hice fue voltear a ver mi lápida, suspiré con tristeza y avanzamos entre cientos de tumbas camino a mi eterno descanso.
 
Fin.
Historia original escrita por : Jemisha, diosa de la Oscuridad.

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