En un relato más de pesadilla, esta es la historia de la maestra Goyita, una mujer tan entregada a su profesión que aún ayuda a los niños con dificultades de aprendizaje en una escuela de Ciudad Obregón, Sonora… a pesar de estar muerta.
RegeneraciónMx, 12 de febrero de 2022.- He comentado en este espacio que, aunque nací en la ciudad fronteriza de Laredo, Texas, toda mi infancia y juventud la viví en Nuevo Laredo, Tamaulipas, y puedo presumir que estudié hasta la universidad en esa ciudad. En la década de los ochentas y noventas tuve el honor de que maestros normalistas me dieran clases –mi total respeto y admiración a todos ellos– y, por esa razón este relato lo dedicaré a una maestra que siempre tendrá mi total atención. Te dejo con otra historia de la maestra Goyita, esta vez proporcionada por nuestra amiga Mary Valdes ‘La Tenebrosa’, y a quién puedes seguir en su canal de YouTube.
‘Goyita’
No todo los fantasmas o sucesos paranormales tienen que ser malignos o aterradores… algunos traen consigo alguna enseñanza, alguna petición, algo que dejaron pendiente cuando vivían, como la que les voy a contar hoy.
Era el año de 1983. Yo cursaba el tercer grado de primaria y asistía a la misma escuela donde, en su niñez, estudiaron mis padres. Ese año me tocó una maestra de nombre Flora. Era una maestra que nos dejaba sin recreo y nos mandaba a casa con bastante tarea si nos portábamos mal o fallábamos a la hora de las matemáticas. En mi caso, me tocó que varios días me dejara sin recreo y no es por lo anterior mencionado, sino porque, en la clase de español, tenía problemas: ella dictaba las palabras y nosotros las escribíamos en el cuaderno, y cada vez que me las revisaba, algo estaba mal.
Anticipaba yo que, antes de llegar a su escritorio, me iba a dar un sermón de domingo en la iglesia. Me ponía las letras incorrectas dentro de en círculo y tenía que hacer cada palabra que me saliera mal 10 veces para corregir mi mala ortografía. Mi cuaderno parecía, como le decíamos en aquellos años, un panteón, por tantas cruces de tache que en él había. Mis padres, siempre preocupados, me ayudaron mucho, porque mi principal problema era que confundía las letras «B» y «D».
Ya no se me hacía raro que me dejaran sin recreo a pesar de la ayuda por parte de la maestra, porque yo siempre confundía las letras.
Desde mi pupitre miraba a los niños correr por los patios del plantel durante el recreo, mientras yo seguía con lo mío. Hasta que, un día, mi maestra salió del salón y yo me quedé solo… o al menos eso pensé.
De pronto, sentí un aroma a rosas, un aroma típico de mujer. Levanté mi rostro y me topé con una sonrisa muy amable que me preguntó: ¿Qué haces?, ¿no deberías estar en el recreo?, ¿qué te pasa? Me dio tanta confianza esa señora que le comencé a platicar mi problema y ella, con voz suave, me comenzó a enseñar cómo debía hacer para poder distinguir esas dos letras. Me dijo que era maestra de la escuela.
Estuve dos semanas más sin recreo, pero, a decir verdad, deseaba no tenerlo ya que aquella maestra era muy agradable y su voz suave me daba confianza. Mi maestra Flora salía por alguna razón del salón y esta extraña maestra se quedaba conmigo. Ella me estaba enseñando y no sólo a distinguir las letras, sino también las matemáticas y la lectura. A mi maestra, como a mis padres, le sorprendió como mis calificaciones iban mejorando y ya no iba a repetir ese ciclo escolar.
Un día, a mi maestra Flora se le terminaron los gises de colores y que me mandó a la Dirección por una caja. Al estar esperando por los gises una puerta se abrió y, como todo niño curioso me asomé. Había una sala con una mesa alargada y varias sillas a su alrededor. Le pregunté a una señorita de qué era ese salón y ella, sonriendo, me contestó que eso no era un salón, sino una sala de juntas para los maestros y el director, y los alumnos no teníamos permitido entrar.
Con una cara de inocencia le pedí permiso para entrar a conocerla y ella amablemente accedió, pero con la condición de que fuera rápido para que no nos regañaran a los dos.
Realmente era extraña esa sala, le di la vuelta por toda la mesa. Pero, antes de salir, en una de las paredes, vi varias fotografías de hombres y mujeres que llamaron mi atención. Entre todas esas fotos miré a la maestra que me acompañaba durante mis recreos y, rápidamente, se lo dije a la señorita que estaba conmigo. Pero, ella me miró asombrada, sonrió con tristeza y me dijo que la mujer de la foto era la maestra Goyita y también había sido directora de la escuela.
Le platiqué que gracias a ella había subido mis calificaciones. Pero, la señorita, con lágrimas en los ojos, volteó a ver la fotografía y dijo: ¡Ay maestra! aún se sigue preocupando por los alumnos de su escuela. Yo no entendí nada, pero con el tiempo, me enteré que aquella maestra Goyita tenía más de una década fallecida.
Ahora soy padre de familia y les he contado mi encuentro con la maestra Goyita. Mi mamá la conoció cuando ella era alumna de esa misma escuela. A la fecha, los alumnos platican que una maestra deambula por los pasillos, hace callar a los niños cuando hacen escándalo en sus clases, los detiene cuando corren por el plantel y les ordena que caminen con calma.
…tal como ayuda a los alumnos que se quedan sin recreo porque algo en su proceso se les dificulta.
Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
Espero hayas disfrutado de éste excelente relato, te recuerdo que nos puedes visitar en nuestro canal de YouTube Relatos D Pesadilla, navegar en nuestro contenido y suscribirte. Nos vemos hasta el próximo relato de pesadilla. Gracias.
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