Por Ana María Vázquez
RegeneraciónMX.- Todo el día estuvo nervioso, intentando que nadie notara los fuertes golpes que el corazón le daba, había revisado varias veces su Bersa Thunder calibre .380, desde que había llegado al país no había hecho otra cosa que unirse a los grupos de derecha, pronazi y anticomunista, en sus redes presumia de sus habilidades, su valor y su sueño de ser el que “liberara al mundo” del horror de la izquierda, algunas noches se había soñado como el sucesor de Lee Harvey Oswald, de James Earl Ray, o de un tal Aburto, que había oido nombrar alguna vez en la radio.
Desde niño sabía que su destino era algo grande, él de ninguna manera había nacido para ser uno más, se miraba al espejo y la imagen que éste le devolvía era la de un joven más o menos apuesto, de cabello oscuro, cejas pobladas y mirada profunda. No, el no estaba dispuesto a ser uno más. Por eso, en cuanto pudo emigró, la banalidad de Río de Janeiro le asqueaba, y en el fondo, sabía que ahí jamás lograría su sueño.
Algunas noches se veía vitoreado por los ultra, grupos a los que se había adherido por internet y con los que comulgaba. Juntó algún dinero y llegó a Buenos Aires donde lo cobijaron algunos miembros de su grupo y hasta le ayudaron a poner sus papeles en orden, la residencia en el país era lo único que necesitaba. Consiguió un trabajo cualquiera y empezó a vigilar a su presa, consiguió el arma en el mercado negro y no escuchó al vendedor cuando le daba las últimas recomendaciones para su uso.
Ese día se había bañado y rasurado con mayor cuidado, sabía los movimientos de su presa y todo lo había calculado al milímetro. La sotabarba le había quedado excelente, pensó, definia perfectamente su quijada y enmarcó la barbilla con dos picos, muy “satanico”, pensó riendo. Acomodó el largo copete setentero y volvió a darse otra mirada, estaba satisfecho y orgulloso de si mismo.
Atardecía, caminó sin pausa hasta el barrio de Recoletas al tiempo que las luces de la calle se encendían, acariciaba el arma que llevaba en la chamarra como si fuera una pequeña muñeca de porcelana, la noche anterior había colocado los 5 cartuchos en ella, la sentía caliente, ¿o era su propio nerviosismo?. Vio a lo lejos a una muchedumbre, “ya están ahí los estúpidos”, pensó mientras se detenía unos momentos para ver la escena y conseguir el mejor punto para acercarse lo más posible, el corazón no dejaba de golpearle el pecho con fuerza, sintió como los músculos de su quijada se tensaban mientras se abría paso entre las filas de fanáticos, los gritos de la gente lo alertaron, un automovil se acercaba lentamente, era ella. Respiró hondo un par de veces y se aferó al arma sacandola lentamente del bolsillo, el auto quedó casi frente a él, pudo ver cómo descendía lentamente, abriendose paso entre la muchedumbre, estiró el brazo y accionó el gatillo dos veces. Pudo ver como ella se tapaba los oidos al escuchar los gritos de espanto, intentó tirar el arma, correr, salir huyendo pero fue imposible, la misma gente que lo había dejado pasar era la que ahora lo cercaba.
Cristina estaba viva y él después se enteró que aquello que la había salvado fue lo que no escuchó del vendedor
“Hay que subir la primer bala a la recámara”
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