Por José René Rivas Ontiveros
El Movimiento Estudiantil de 1968 es el parteaguas de la vida pública nacional, de tal manera que hay un México antes de ese año axial y otro después de él. En efecto, luego de aquella movilización juvenil, una nueva cultura política comenzó a florecer en todo el país fuera de los controles corporativos del gobierno y su partido, la cual se afanó en cercenar para siempre las modalidades de la vieja cultura política de la corrupción priista, el atraco, la represión, el saqueo, el clientelismo y demás prácticas que autoritaria y manipuladoramente se habían impuesto en México desde la segunda década del siglo pasado. Se trató de una vieja cultura que, con el fin de mantenerse indefinidamente y a toda costa en el poder, siempre le apostó a la despolitización, la desinformación, el silencio, el conformismo, la manipulación y la atomización de la sociedad mexicana.
La nueva cultura política que emergió después del 68 sería radicalmente diferente a la que había existido antes y se desarrollaría dentro de la multitud de tendencias y prácticas discursivas en las que históricamente se ha manifestado la izquierda mexicana, entre las cuales destacaban, en particular, la prosoviética —que desde el triunfo de la Revolución rusa, en 1917, se convirtió en la más influyente, alimentada por el entonces poderoso Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS)—, la nacionalista revolucionaria, la maoísta, la trotskista, la castro-guevarista y la espartaquista.
La nueva cultura política pos-68 se fue desarrollando en el seno de las múltiples organizaciones y movimientos sociales, como fue el caso de los núcleos guerrilleros, las organizaciones políticas partidarias que reivindicaban la vía electoral, la academia universitaria y los medios de comunicación masiva tanto comerciales como marginales.
Así, en lo referente a los movimientos sociales, hay que destacar que, desde los albores de los años 70 y pese a la férrea represión del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, las tradicionales acciones estudiantiles no dejaron de manifestarse en diferentes ámbitos del país, como fueron los casos de Durango durante el periodo de enero a mayo de 1970, Nuevo León en 1971, Sinaloa en 1972, Puebla en 1973, entre otros.
Asimismo, hicieron su aparición las primeras movilizaciones obreras independientes luego de un largo periodo de reflujo generado por la brutal represión con la que, en las postrimerías de los años 50, se aplastó al Movimiento Ferrocarrilero encabezado por los históricos dirigentes Demetrio Vallejo, Valentín Campa, etcétera, quienes fueron aprehendidos y encarcelados por más de una década, acusados del célebre delito de “disolución social”, que entonces se encontraba tipificado en los artículos 145 y 145 bis del Código Penal federal.
En otras palabras, a partir de los años 70 surgió en México el sindicalismo independiente que cuestionó con severidad al charrismo sindical, una acentuada modalidad de practicar la actividad política sindical que, como ya hemos referido en otra entrega, surgió en el sexenio del presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952) y desde entonces se institucionalizó en el sistema político mexicano.
El sindicalismo independiente fue una referencia cualitativa y cuantitativamente distinta al sindicalismo oficialista, cuya principal característica sería desarrollarse fuera de los cánones y controles corporativos del régimen y su partido. En esta tesitura, aparecieron, entre muchas otras movilizaciones, la de la Tendencia Democrática del Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (TD-SUTERM), encabezada por el dirigente Rafael Galván, así como el sindicalismo universitario de nuevo tipo, el cual pronto se extendió a todas las instituciones de educación media superior y superior autónomas por ley y hasta en algunas de carácter privado, tal como fue el caso de la Universidad de las Américas de Puebla, propiedad del influyente banquero Manuel Espinosa Iglesias.
Fue también a partir del Movimiento Estudiantil de 1968 cuando los habitantes de los barrios y las colonias populares de diversas ciudades del país constituyeron el Movimiento Urbano Popular (MUP). Se trató de una inédita forma de organización social cuya finalidad inicial fue más reivindicativa que política, esto es, se conformó para obtener de las diferentes instancias del poder político municipal la creación o mejora de los servicios urbanos más elementales que requiere una comunidad para subsistir (vivienda, agua, luz, escuelas, pavimentación de calles, seguridad, transporte, etcétera).
En ese contexto, entre muchas otras organizaciones de este tipo, aparecieron los Comités de Defensa Popular, con importante influencia en las zonas urbanas pobres de las ciudades de Durango y Chihuahua, el Frente Popular de Zacatecas y el Campamento Tierra y Libertad de Monterrey.
Sin embargo, paulatinamente, estas formaciones sociales se fueron ramificando, consolidando y transformando en distintas partes del país, al grado de que poco tiempo después se convirtieron en un rico vivero de activistas y liderazgos políticos que dotaron a las organizaciones políticas de la izquierda de una parte muy considerable de su base social.
*Profesor e investigador de Tiempo Completo en la UNAM y miembro del SNI.