Hace falta recorrer un trecho larguísimo para que el reconocimiento de los pueblos originarios no se quede únicamente en los discursos.
Por Tania Campos Thomas
RegeneraciónMx, 11 de enero de 2022.- Aunque algunos especialistas consideran que hay más, pues se han tomado como variantes dialectales lo que pueden ser tenidos como idiomas distintos y la lengua sigue siendo el factor principal con el que se determina la identidad étnica, podemos decir que en México habitan integrantes de al menos 68 pueblos originarios.
Cada uno de esos pueblos manufacturan diversos objetos, primero para su propio uso y después con intenciones comerciales; destacan sin duda los textiles, en específico los de indumentaria (rebozos, huipiles, quexquemetl, chalinas, bufandas, vestidos, faldas, fajas, camisas, etcétera), muchos verdaderas obras de arte, resultado de meses de trabajo y creatividad, que merecen una valoración diferente a la que obtienen cuando se les clasifica como “artesanía”.
Los esfuerzos mismos por distinguir al “arte” de la “artesanía” se han hecho con base en una valoración implícita, donde al arte se le ubica varios peldaños por encima de lo que se ve como artesanía. El argumento principal ha sido que el “artista” produce obra única, mientras que el “artesano” reproduce una y otra vez la misma obra. No obstante, no son pocas las piezas que se ubican como “artesanía” a pesar de ser únicas y haber sido elaboradas con intención de expresión estética, otra de las características que se atribuye al “arte”.
Frente al dilema surgió otra categoría que, a mi juicio, pone aún más en entredicho el trasfondo de la necesidad de mantener “a raya”, fuera del ámbito “artístico”, lo producido por integrantes de los pueblos originarios. Así, a las piezas que no pueden considerarse de menor valía por no ser exclusivas y ante el evidente valor estético que tienen se les confina bajo el rubro de “arte popular”. Aunque pareciera inocuo, hablar de un arte que es exclusivo “del pueblo” implica la idea limitante de que hay un arte que le es ajeno a quienes no pertenecen a las élites; de manera que lo que determina la diferencia no es la obra sino la condición sociocultural de quien la realiza.
Lo antedicho nos conduce por rumbos cada vez más escabrosos, pues asumir la “lejanía” del arte en tales términos da lugar a su vez a concebir que quien es “pueblo” no tiene capacidad artística (sólo produce artesanía) o la tiene disminuida (logra piezas artísticas, pero populares, lo que hace que nunca sean como tal “arte”). Pocos integrantes de los pueblos originarios que se dedican al arte han logrado escapar de la trampa que estas categorizaciones han tendido y que tienen efectos, no sólo en si se les llama o no “artistas”, sino también en el acceso a recursos públicos para el ámbito artístico, en la apreciación de su obra, en la cotización de ésta y en su defensa ante la práctica del plagio.
Hace falta recorrer un trecho larguísimo para que el reconocimiento de los pueblos originarios no se quede únicamente en los discursos. Todavía son insuficientes los esfuerzos en este sentido, incluso ha habido algunos fallidos por ineficaces e ineficientes, pero sin duda la Cuarta Transformación avanza sobre los caminos que en otros tiempos ni siquiera fueron vistos. Ejemplo de estos pasos, decisivo y de gran valía, fue Original, encuentro de arte textil mexicano, que en noviembre del año pasado tuvo lugar en el Complejo Cultural Los Pinos de la Ciudad de México, a cargo de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal, cuya titular es Alejandra Fraustro, y con la colaboración del equipo del Centro Cultural Helénico.
El espíritu de dignificación, colaborativo y respetuoso, de Original se evidenció de manera creativa en la pasarela donde integrantes de los pueblos originarios desfilaron mostrando piezas de enorme belleza e interés artístico. La dirección artística de esta pasarela fue de Antonio Zúñiga, la música de Juan Pablo Villa y los textos de Mardonio Carballo. Para el deleite de quienes no pudimos estar en el lugar, la pasarela fue trasmitida mediante YouTube, plataforma donde puede verse todavía. Lo que promete ser un espacio de encuentro anual, ¡que así sea!, dedicado a la exhibición del trabajo artístico de los pueblos y comunidades creativas de México, desde su concepción renunció a la clasificación aquí discutida y apostó a la inclusión, prueba de una manera de entender la relación con los pueblos originarios que celebro y que era muy difícil de encontrar en sexenios anteriores.
Sigue a Tania Campos Thomas en Twitter como @Taniamilagrera