Por Jenaro Villamil
A inicios del presente gobierno, el jefe de la Oficina de la Presidencia de la República, Aurelio Nuño, convocó a los corresponsales de los principales medios extranjeros en México. Les ofreció información, interlocución y proyección del peñismo en Estados Unidos y Europa. En paralelo, hubo otra estrategia de publicidad y relaciones públicas con los medios, especialmente en Washington, a través del embajador mexicano.
La “luna de miel” duró con varios de ellos. Incluso, el término Mexican Moment –acuñado en Los Pinos– fue asumido por The Economist, la prestigiada revista británica que apenas la semana pasada acusó de “cínico” a Peña Nieto y le dio lecciones de moral y buena conducta en uno de los editoriales más duros contra la actual administración.
The Wall Street Journal, el buque insignia informativo de los grandes grupos financieros, operó como uno de los medios estadunidense que más apoyaron la reforma energética de Peña Nieto. En noviembre de 2013, un “trascendido” informativo presentado como nota exclusiva publicó que los negociadores de la apertura en el sector petrolero mexicano “también están esbozando un tercer tipo de contrato de licencia para los campos en aguas ultraprofundas y gas de esquisto, en los que la empresa controlaría el petróleo tras pagar regalías e impuestos”.
La nota, firmada por el reportero Juan Montes, informó que había una negociación entre el gobierno y “miembros importantes del PAN”, al margen de lo que en ese momento se negociaba en el Senado de la República, la cámara de origen para dictaminar la reforma energética.
Lo publicado en The Wall Street Journal se confirmó. En ese momento, ni Luis Videgaray ni Aurelio Nuño, ni los principales responsables de la estrategia de comunicación del peñismo consideraron al periódico como el demonio que es ahora.
Todo cambió a raíz de la matanza en Tlatlaya, el 30 de junio de 2014. La agencia estadunidense AP publicó los testimonios de testigos de la ejecución sumaria de 22 jóvenes en el pequeño y peligroso municipio del Estado de México. De ahí vinieron las versiones de Esquire y luego el vergonzoso giro de 180 grados en este episodio en el que comenzó el ocaso del Mexican Moment.
A Tlatlaya le sobrevino la tragedia de Iguala, el 26 y 27 de septiembre, el descubrimiento de decenas de fosas en los alrededores del municipio guerrerense, la pésima respuesta del gobierno de Peña Nieto a una crisis no sólo humanitaria sino sistémica. Iguala no fue lo mismo que Michoacán y mucho menos que Tlatlaya. La organización de los padres de los normalistas de Ayotzinapa y la movilización ciudadana en varias ciudades mexicanas, principalmente en el Distrito Federal, le dio una dimensión global al asunto.
Pasamos del Mexican Moment al Mexico Murder, término acuñado por The New York Times, periódico que publicó en la tercera semana de octubre de 2014 que el gobierno de Peña Nieto atravesaba por una crisis de respeto a los derechos humanos.
The Economist fue más duro en un artículo titulado “Cuando la crisis sale de control”, en el que relacionó las matanzas de Tlatlaya y la de Iguala y calificó de “apabullante” el número de crímenes no investigados por la Procuraduría mexicana.
The Washington Post describió la crisis de Ayotzinapa como “una parada más en la rueda de la fortuna del horror, reforzando la creencia de que hay fosas clandestinas en todo el país donde se han esfumado un número incalculable de mexicanos”.
El Post anticipó lo que sobrevendría en noviembre de 2014: las fosas de Guerrero “han destrozado la campaña de relaciones públicas de Peña Nieto para desviar la atención internacional hacia los fracasos en materia de seguridad”. México y Ayotzinapa volvieron a prenderse como focos rojos en toda la prensa internacional.
Desde los periódicos “aliados” como El País hasta revistas de prestigio europeo como Der Spiegel y cientos de agencias informativas, cadenas televisivas y, por supuesto, los medios digitales centraron su atención en la crisis de los 43 normalistas desaparecidos.
A la crisis de derechos humanos, procuración de justicia e inseguridad se le agregó el escándalo de la corrupción.
Las revelaciones de la “Casa Blanca”, de la “Casa Malinalco” (de Luis Videgaray) y de la “Casa Ixtapan de la Sal” (de Peña Nieto) tocaron el corazón del peñismo. Las crisis de Tlatlaya e Iguala no tuvieron la contundencia para relacionarlas directamente con el equipo de gobierno de Peña Nieto. Ambas crisis pusieron en duda su capacidad, no su rectitud.
Ahora, el tema “corrupción-Peña Nieto” se ha vuelto un tópico en la prensa anglosajona. Y no se trata –como piensa Videgaray– de un complot de los intereses afectados por las reformas peñistas (una manera alegórica de mencionar, sin decirlo, a grandes capitanes del capital como Carlos Slim, Germán Larrea y otros). Se trata de que rompieron un pacto de conducta y de trato con los mismos que lo apoyaron.
“Al gobierno de Peña Nieto le está costando mucho el acuerdo con los chinos”, afirmó una fuente del segundo círculo de Los Pinos. Pero más le está costando no entender que gobernar México en un contexto global no es gobernar Atlacomulco y el Estado de México, donde se pueden encubrir bajo las alfombras del silencio los grandes conflictos de interés.
“Ahora el gobierno mismo está manchado por el escándalo”, sentenció The Economist. Y ubicó a los dos principales personajes que están bajo su escrutinio: “Peña y Videgaray insisten en que no han hecho nada ilegal. Están perdiendo el punto. En las democracias modernas, en cuya lista México aspira a entrar, el cuidarse las espaldas mutuamente como parece que lo han hecho con Grupo Higa resulta un comportamiento inaceptable”, apuntó The Economist.
La luna de miel se convirtió en tormenta perfecta con la prensa extranjera. Peña Nieto podrá evadir dar respuestas contundentes, pero no podrá frenar este círculo perverso de minimizar sin acciones contundentes si no entienden que no han entendido, para parafrasear a The Economist. No se trata de negar la tormenta sino de afrontarla con hechos, no con propaganda.
Twitter: @JenaroVillamil